Texto de Germán Peña Córdoba.
El tiempo es el dictador de dictadores. Los llamados sátrapas (antiguos gobernadores
de provincias persas) o dictadores, de regímenes políticos, totalitarios y anti
democráticos, se quedan en pañales frente a la dictadura del tiempo. El tiempo
es una tiranía superior a la que ellos agenciaron y el mismo tiempo se encarga,
de condenarlos al ostracismo y de paso, arrojarlos al basurero de la historia,
donde serán admirados y recordados con nostalgia, solo por sus antiguos áulicos
o sus adláteres cómplices de fechorías.
El
tiempo no tiene jefes, ni superiores jerárquicos a quien rendir cuentas de lo
que hace, no se esfuerza por congraciarse con sus oprimidos; a nadie indulta,
ni a nadie le concede amnistía, tampoco se devuelve a comprobar que sucedió con
su determinación, para luego tomar los correspondientes correctivos: con el
opresor Don tiempo, lo que pasó, pasó y punto ¡Parte sin novedad!
El
tiempo es déspota, no escucha, sus decisiones son autónomas y posee el poder
discrecional, que es el poder de poderes; esta excepcional condición lo lleva a
tomar decisiones inapelables, arbitrarias y, además, lo faculta de manera
extraordinaria hacer lo que bien quiere.
El
tiempo no se detiene o solo se detiene cuando nuestro reloj, deja de funcionar
y así nos engañamos porque, aun así, el tiempo regido por el sistema solar
sigue su camino, su rumbo y su invariable comportamiento.
No
me refiero propiamente al tiempo que nos dicta el reloj, este es relativo, pues
en su diario amanecer nunca es igual; muchas veces se nos hace corto y escapa
como el agua entre los dedos, otras veces se hace largo y atemporal.
Cuando
viene a la memoria hechos pasados que se encontraban olvidados en el baúl de lo
atávico, solo queda dos opciones: reír o llorar. El tiempo es efímero cuando la
vida nos inunda de felicidad, pero es largo e interminable cuando los hechos
nos torturan y nos inunda la infelicidad.
El
tiempo es indestructible y a la vez destructor. Su paso, deja una huella
indeleble, es la faceta ineluctable de los recuerdos y la decrepitud del tiempo
biológico en hombres y mujeres que nos conduce a la derrota total sin ambages.
El ayer y la reminiscencia nos regocija, nos hace pensar que la nostalgia y el
añorar el tiempo pasado es parte vital de la existencia humana. Volar al
pretérito, nos hace rodar una lagrima por la mejilla cuando recordamos el
pasado que nos causó adversidades y desasosiegos o reímos sin pausa, cuando nos
atropellan en la memoria momentos que nos aportaron agradabilidad infinita; es
recordar la osadía, que hoy seríamos incapaces de cometer.
¡El
ayer! El ayer siempre nos ronda, nos persigue y gratamente nos deleita, pero también
olvidamos, hace su catarsis, porque el tiempo es el mejor aliado del olvido. El
tiempo pasa y como buen dictador no declina, no escucha ni se detiene.
"Todo tiempo pasado fue mejor"
Siempre
lo hemos dicho. Aunque esta atávica frase es discutible y para muchos no tiene
sentido, solo lo entendemos a determinada edad, cuando tenemos el privilegio de
establecer comparaciones y solo lo interpretamos los viejos que añoramos el
pasado. La frase resulta controvertible, porque hoy disfrutamos de cosas que
ayer no disfrutábamos. Aunque ha habido grandes avances tecnológicos, en todas
las áreas y estos avances logran alargar la expectativa de vida y remplazar
algunas actividades humanas, siempre exultantes decimos: ¡todo tiempo pasado
fue mejor!
¿En
qué sentido?
Muchas
virtudes afloran del ayer: éramos más agradecidos, menos impacientes, valorábamos
más a nuestros padres y abuelos, respetábamos y admirábamos a nuestros
profesores, respirábamos el aire puro y, el viento soplaba con fuerza, las
noches eran más tranquilas y en ella escuchábamos atentamente las narrativas de
nuestros mayores, el paseo a un río era un gran programa, porque nuestros ríos
eran abundantes y caudalosos, nos trepábamos a los árboles a desprender de
ellos gajas de mangos viches, para comer con sal, las fiestas eran un jolgorio
y la amistad era más apreciada, los niños jugaban al trompo quiñador, al yo-yo,
al cojín de guerra, al escondite de la correa y a la lleva.
En
el ayer, jugábamos intensamente al futbol en la calle y con el balón
quebrábamos los vidrios de las ventanas vecinas, nuestros padres pagaban la
pilatuna, pero a la vez, nos reprendían fuertemente. ¡Todo tiempo pasado fue
mejor! Nos enamoramos perdidamente con facilidad y con una intensidad tal, que jamás
lo volvimos a sentir. La química brotaba y eso era el amor verdadero y
desinteresado.
¡Todo
tiempo pasado fue mejor!
Creo
que la felicidad radica en añorar el ayer.
En
tiempos de la inteligencia Artificial, lo anterior suena tonto, sensiblero y ridículo,
pero se impone la real inteligencia del ser humano, la realidad intersubjetiva,
sensitiva que es, la que finalmente crea la fría e indolente inteligencia
artificial.
Germán Peña Córdoba
Arquitecto- UNIVALLE