Texto de Lisandro Duque Naranjo
Atónita quedó la comunidad
televisiva de directores ante la muerte del cineasta Mario Mitrotti. Al saber
la noticia, apresuraron las grabaciones para ir a las exequias a presentar sus
gratitudes. Desde 2017, Mitrotti presidió Directores Audiovisuales Sociedad
Colombiana (DASC), junto a Teresa Saldarriaga, Camila Loboguerrero, Ciro Durán
(q. e. p. d.), Yuldor Gutiérrez, Gilberto Valderrama y Adriana Saldarriaga,
abogada de derechos de autor. Marta Liliana Rosas también fue del grupo
pionero, en 2001. Los tres primeros, por ser miembros de una generación de
directores cuya mayor parte de su obra fue hecha en un soporte no digital,
alertaron a los millennials de la era digital de que por fuera del país e
incluso aquí se acumulaban derechos de autor de los que eran acreedores y que
podían perderlos si no fundaban una sociedad de gestión. Colombia es un país
casi a la delantera en el mundo en venta de telenovelas, pero sus directores —y
sus guionistas, a quienes los representa REDES, cuya presidenta es Alexandra
Cardona— ignoraban las sumas, algunas cuantiosas, a su favor que esperaban su
cobro en muchos países del mundo. Obvio que hubo productos (Café, con aroma de
mujer y Yo soy Betty, la fea) que ya se habían impuesto en el mercado
extranjero, a pesar de su modesta tecnología audiovisual.
Los de la vieja guardia
—Mitrotti, Saldarriaga y Loboguerrero— eran trotamundos avezados en el cine y
ese recorrido les permitió saber por sus colegas de afuera —los argentinos,
principalmente— el tesoro escondido que aguardaba a los jóvenes de la era
digital. Y regresaron a ponerse manos a la obra: convencer, a punta de
teléfono, a los nuevos directores, que eran escépticos con lo gremial por
“mamerto”, para que hicieran lobby en el Congreso, en lo que los ayudó la
entonces parlamentaria Clara Rojas, que a la larga sacó adelante la Ley Pepe
Sánchez, un símbolo del quehacer televisivo en el país. Llegaban con Pepe al
Capitolio y los congresistas se rendían ante semejante ícono que los entretenía
desde chiquitos. Pepe se murió en 2016, pero Mario, Tere, Camila y Adriana
siguieron adelante, hasta que sacaron esa ley, la 1835 de 2017, y a cobrar se
dijo. Hoy los millennials reciben cuantías inesperadas y a veces altas por
derechos de autor de obras de las que ni se acordaban. El 9 de mayo inauguraron
sede propia, con Mario presidiéndola sentado en su silla de ruedas y con
respirador, y aclamaron el liderazgo de ese dinosaurio que, con absoluto
desinterés, ejerció una empatía pasmosa como anfitrión: les asignaron una
retribución honorable a 21 directores septuagenarios, octogenarios y
nonagenarios, de los tiempos analógicos.
A Mario, a la semana de ese
convite, le pudo la ELA y le llegó la muerte. Llevaba meses esperando esa cita
con la entereza de la misión cumplida. Allí estuvimos todos en su funeral,
pensando, como Cote Lamus, que “eras uno de esos muertos que hacen crepitar la
madera”. Abrazos a Mónica y a sus seis hijos.
Los pequeños paneleros. Otro veterano, Pablo
Catatumbo, de Comunes, sacó adelante la semana antepasada el proyecto de ley
047 en plenaria del Senado, para reivindicar la calidad de vida de los pequeños
paneleros del país. Renovación de trapiches, apertura de vías terciarias,
créditos de fomento y otros beneficios son la expectativa de ahora en adelante
para los fabricantes aislados de esos bloques de panela que hacen la vida dulce
y saludable en Colombia.