Sevilla y Caicedonia

18 de abril de 20230 COMENTARIOS AQUÍ

 Texto de Lisandro Duque Naranjo

Conozco el puente El Alambrado desde cuando se inauguró, hace 55 años. Ese puente todavía es tema diario —y ahora que se cayó lo debe ser más todavía— en Sevilla, mi pueblo, porque cuando comenzó a funcionar muchos paisanos míos le atribuyeron ser el causante de la soledad municipal, en tanto que los camiones de carga y los buses de pasajeros dejaron de pasar por ahí, prefiriendo, obviamente, la carretera por Zarzal —la misma de El Alambrado—, que les economizaba dos horas entre Cali y Bogotá. Algunos lugareños echaban de menos ese tráfico pesado que se limitaba a pasar la noche en el parque Uribe, donde los conductores consumían chorizos, huevos tibios, empanadas, arepas y tinto que les proveían unos trasnochadores comerciantes que instalaban en el andén sus asadores y vitrinas vaporosas alumbradas con un bombillo. Ni hotel utilizaban los camioneros, quienes se repantigaban en las cabinas de sus tractomulas a roncar. El Alambrado le dio fluidez a una ruta que mueve el 60 % de la carga nacional y para poblaciones como Sevilla y Caicedonia significó un alivio el que no volvieran a circular por sus calles esas caravanas, que nos despertaban a todos con sus cornetas a medianoche, despedazaban el pavimento con su tonelaje y ponían a temblar el suelo, mientras las casas de bahareque se iban desbaratando por su vibración. Al hospital San José fue hasta que lo tiraron por el voladero, dejándole apenas la mitad en tierra firme.

Las consecuencias del derrumbe de El Alambrado son enormes, pues ahora la carga y los pasajeros de Buenaventura, Cali y Pasto, mejor dicho, de todo el sur del país, van a tener que dar la vuelta por Pereira o Cartago, hasta llegar a Armenia a tomar la cuesta de La Línea para Bogotá. Complicado, porque esa ruta alarga el viaje en cinco horas.

Pero sigo con Sevilla y Caicedonia: el puente viejo de Barragán, sobre el río La Vieja, también está caído hace seis meses y quienes desde ambas poblaciones —que suman juntas cerca de 100.000 habitantes— pretenden llegar a Armenia no pueden evitar ese paraje colapsado, en el que deben bajar las maletas y cruzar a pie el río para tomar un transporte en la otra orilla.

Cero y van dos rutas clausuradas para llegar o salir de Sevilla y Caicedonia. Como los males no vienen solos, la ruta de La Uribe a Sevilla y Caicedonia, para ir o venir de Cali —que solo usan, por su regular estado, viajeros de estas dos poblaciones—, tiene una falla geológica en las proximidades de la quebrada de La Cristalina, llamada El Romeral —que cruza 800 kilómetros desde Nariño hasta Córdoba—, que se suele derrumbar desde muy arriba, tapando los puentes provisionales que se le hacen o las ampliaciones de carretera que los vecinos acometen para lograr tomar transporte en la orilla del frente. Sevillano que viaja a Cali o que regresa tiene que incluir en su equipaje botas pantaneras.

Esta soledad de los dos municipios frente al resto de Colombia, a pesar de que sus hijos pródigos de todo el país y del mundo los visitan con frecuencia, debe producir un temperamento local endógeno, casi imperceptible, que ya algún sociólogo tendrá que descifrar en un futuro. Y que en todo caso devuelve a ambos pueblos a los tiempos de su fundación, a los caminos de herradura. Claro que con tantos puentes caídos, es el país completo el que anda en las mismas.

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