Los que salen

4 de mayo de 20230 COMENTARIOS AQUÍ

Texto de Lisandro Duque Naranjo

Muy bien que Jhenifer Mojica sea la nueva ministra de Agricultura para acelerar las gestiones que se le pasmaron a la ahora exministra Cecilia López. Cuando Mojica fue subgerente de Tierras, en el INCODER, fue destituida por Santos, que la consideró demasiado activa en su gestión para echar a andar el punto uno del Acuerdo de La Habana. Una mujer resuelta, pues, y justamente rehabilitada está ahora al frente de ese compromiso impostergable de adjudicarles tierras buenas a campesinos desplazados por latifundistas y paramilitares. Obvio que ya le estén haciendo bullying en Blu Radio, mostrando fotos suyas de hace 12 años cuando estuvo de paseo en Venezuela. Haberse comido una arepa venezolana en la frontera ya significa ser castrochavista.

Es digna de saludar la salida del ministro Ocampo de Hacienda, quien fue sustituido por Ricardo Bonilla, un economista agudo, de la casa, académico de la UN y experimentado en hacienda pública. Debía estar cansado el presidente Petro de que “la gente bien” tuviera a Ocampo dentro del Gobierno avalando la prudencia de los decretos económicos, para que el país no se resbalara hacia los maximalismos marxistas. Al saliente ministro hasta debía fastidiarle ser ese teólogo que el papa le puso a Miguel Ángel para impedirle pintar las desnudeces de sus figuras en la Capilla Sixtina. Un comisario político, un fisgón. Cada que el genio del Renacimiento ponía un brochazo, la liga de la castidad romana se asustaba de que tal vez hubiera mostrado mucha piel y llamaba al José Antonio Ocampo de la época: “¿Usted qué opina?”. Una de las cosas ridículas durante estos ocho meses de gobierno fue la angustia de los periodistas oficiosos por alargar la licencia que la Universidad de Columbia le concedió a Ocampo para que pudiera permanecer acá salvándonos del Khmer Rouge de Ciénaga de Oro.

Lo que no se entiende es por qué, en medio de esta espantada de los aliados estorbosos, tuvo que salir la ministra Carolina Corcho. Es incoherente esa ausencia. Ella debió ser un inamovible del Gobierno, pues la crisis se causó contra ella, no por intransigencia suya sino por el odio que suscitaba su dominio en el tema de la salud entre la jerarquía decrépita. César Gaviria se refería a ella como “esa señora”. “Tiene mente criminal”, dijo la amargada senadora Cabal sobre la doctora Corcho. Por no ser suficientemente severa con la ahora exministra, Vargas Lleras, disparando fuego amigo, llamó “esa mona” a Dilian Francisca Toro. Y ni siquiera se inhabilitó para meterse en el tema, a pesar de que su hermano Enrique es un capo de las EPS. Santos le pidió “moderación en su lenguaje” a Gustavo Petro, por haberlo llamado “mentiroso” a causa de adulterar un dato de la revista Lancet, diciendo que “la salud en Colombia era una de las mejores del mundo”. Puesto 81: ¡hágame el bendito favor!

Inmolar a la ministra Corcho es una muestra de debilidad. Una concesión a la jauría trasnochada. Hace rato mantiene también por ahí, sentadita en un rincón, a Irene Vélez, la joven intrépida que puso en circulación el tema del decrecimiento que hubiera merecido un buen debate.

Incomprensible, entonces, la defenestrada de Carolina Corcho. Duele decirlo si quien la ha sustituido es Guillermo Alfonso Jaramillo, un médico sabio en la vida, erudito en temas de la salud, culto en política y en realidad casi el único remplazo honorable de la recién sacada.

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