Los medios tradicionales quieren desacreditar la propuesta del presidente Gustavo Petro de convertir en gestores de paz a varios miembros de la Primera Línea que fueron líderes de la protesta colectiva durante el estallido social e impedir con tinterilladas que varias docenas de jóvenes que colmaron las calles durante las jornadas que levantaron la ciudad a partir del 28 de abril de 2021 sean liberados de las penitenciarías y de los arrestos domiciliarios. Si pudieran condenarlos, en caso de tener pruebas (lo que es improbable, pues fueron capturados a la guachapanda, en bulto, en medio del caos masivo), sería estrictamente por motivos de rebelión, nada deshonroso.
El periodismo fletado en operación combinada con la alta oficialidad de la Policía y los parlamentarios influencers del CD quieren vendernos la ficción acomodaticia de que ese alzamiento popular, ciudadano, espontáneo y juvenil fue una conspiración vandálica para destruir las ciudades y dejar centenares de inmolados, policías la mayor parte de estos. En realidad, a la hora de simbolizar en víctimas puntuales esa supuesta “confabulación”, se contabilizan varios incendios en CAI (semejantes engendros de arquitectura) sin ningún policía incinerado, cajeros electrónicos despedazados, buses del SITP a los que previamente los inconformes desocuparon de pasajeros, un oficial de la Policía vestido de civil asesinado a bala a distancia de las movidas violentas, un motociclista degollado al pasar por un cable invisible que los imbéciles que nunca faltan atravesaron en la avenida Las Américas y, lo peor, un bebé recién nacido muerto luego de su madre parirlo en una ambulancia cuyo paso fue obstruido por un grupo de manifestantes.
Es repudiable eso de cruzar cables en las vías o impedir el paso de ambulancias. Estos vehículos, al igual que los de bomberos y los de la Cruz Roja, son sagrados, intocables y en tiempos de revueltas tienen prioridad para abrírseles calle de honor. Hay “espontáneos” que mejor lo harían de mirones y, aunque se las dan de radicales, actúan igual que los infiltrados cuya misión es demeritar la muchedumbre contestataria. Ya aspirar a manifestaciones bien educadas, ahí sentaditas y juiciosas, sí es una ilusión que de la multitud anónima e indignada no puede esperarse.
Lo realmente visible de la autoridad fue el Esmad atropellando y disparando a quien se atravesara, sacando ojos, descalabrando ancianos, disparando contra las ventanas, pateando a quien viniera del mercado, estrangulando en la calle o dentro de los CAI a quien los mirara feo, etc., con un desenfreno patológico. Hay un caso inolvidable del que quedó un video: cuatro policías llevando en vilo de manos y piernas, delante de la gente, a una muchacha que gritaba: “¡Se me está cayendo el pantalón, se me está cayendo el pantalón!”. La joven apareció luego en su casa: se había suicidado y denunció haber sido víctima de abuso sexual. De modo que dolerse de los transmilenios pintarrajeados o incluso quemados y de los CAI vueltos cenizas con escasos policías aporreados, hombre, es un contraste descarado.
A cuidarse entonces de la versión alterada que quieren dar los medios: ni una víctima civil, cuando pasaron de 80 los muertos. En Mapiripán fueron 49 los masacrados y al final resultó que los paramilitares viajaron allí fue de paseo.