La neblina del olvido

22 de enero de 20200 COMENTARIOS AQUÍ


Por | Edgar Alzate Díaz. 
La neblina corre desde el occidente y el Oriente de las montañas de Sevilla, aparece suave, lenta, como un manto de la naturaleza, a tempranas horas del día cobija las casas de mi pueblo, rociándolas con su agua neblinosa, abrazándolas como una madre cariñosa abraza a sus hijos con los besos de la vida, los besos blancos del invierno. Pero la neblina puede ser una corriente rauda, feroz, que corre y trae con ella los relámpagos que se ven al norte del pueblo, cuando las nubes se golpean una contra otra y los rayos y centellas retumban con su energía plateada, amenazando con la lluvia, mientras que detrás de la cordillera, el océano Pacifico muestra los colores de la tempestad, morados, azules, rojos, anunciando que también él es parte de mi tierra y que es el paisaje y su furia lo que quiere mostrarnos. Neblina y mar, neblina y sol, naturaleza y vida, es lo que los ojos del visitante y del habitante pueden ver a tempranas horas o en un atardecer, cuando el día se va, y desde las cordilleras se despide de nosotros.

Entre estas montañas verdes, en medio de los cámbulos, de los robles, los cedros, los delgados guaduales encorvados, en una naturaleza feraz, habitó la tribu de los Burila, esos desconocidos indios que vivieron entre estas montañas, mucho antes de que los viejos liberales y conservadores, llegaran de las guerras del siglo XIX y colonizaran las montañas sevillanas.  Indios aguerridos, que se enfrentaron contra las armas de los españoles, deteniendo el avance de los conquistadores, enfrentándolos en el páramo, con los frailejones como apoyo, con las lagunas paramunas como sustento. Derrotados seguramente por la superioridad de las armas y tácticas del hombre blanco, de la cruz que apoyó a estos conquistadores, hasta conseguir la desaparición de esa indómita tribu, que moró en nuestra tierra, tribu hoy olvidada. De éstos, en medio de la bruma del olvido, quedan algunas cerámicas, o algunos pequeños husos con los que elaboraron con algodón sus vestidos y envolvieron a sus muertos, de sus esqueletos, encontrados en las urnas funerarias, también destruidas, desaparecidas, en las guacas abiertas por nuestros abuelos, que desdeñaron estas riquezas arqueológicas de cerámica, buscando el oro para que llegara a Europa, en un olvido colonial. Tribu de orfebres magníficos, sus elaborados objetos en oro, con los que adornaron sus cuerpos para alabar a sus dioses, a sus muertos. En sus fiestas sagradas cuando los ciclos astronómicos les separaban los inviernos de los veranos, e igual que hoy, la neblina caía desde el páramo para cobijarlos y darles sabiduría. Memoria que desaparece también de la memoria de nuestra gente joven, que desconoce nuestro pasado.

En el territorio de Sevilla, se encontraron gran cantidad de objetos cerámicos y de orfebrería. En todas las fincas cafeteras las denominadas “guacas” fueron abiertas y sin ninguna consideración destruidos los vestigios arqueológicos. Comentan algunas personas que en muchas viviendas de Sevilla se encuentran las “piedras de moler” que utilizaron los habitantes precolombinos hace más de 1.000 años de antigüedad. En los últimos años el señor Nabor Vásquez (q.e.p.d.), se dedicó a comprar los utensilios cerámicos que sacaron del subsuelo algunos guaqueros, pero Nabor, no hizo este comercio de piezas precolombinas con un sentido artístico o conservacionista, sino con ánimo comercial. Las excavaciones arqueológicas en Sevilla Valle, son escasas, por no decir inexistentes. No se encuentran estudios que nos permitan dilucidar sobre el valor cultural e histórico de las piezas arqueológicas que fueron extraídas por los guaqueros. En el pensum escolar de colegios y escuelas, brilla por su ausencia cualquier mención a un pasado histórico que lleve a la juventud a tener un sentido de pertenencia hacia nuestra tierra, más allá de la creencia en Heraclio Uribe Uribe y los colonizadores antioqueños. Nuestros modelos culturales, construidos con base en un pasado rural del hacha y del machete, se olvida que la historia de un pueblo se remonta hasta muchos años atrás, tal vez cientos de años atrás. Somos un pueblo con memoria corta, cien años y eso es todo.  Por esto, en Sevilla no hay un lugar que exhiba con orgullo las piezas cerámicas, objetos líticos (de piedra), orfebrería (oro), que elaboró esa cultura indígena que estuvo antes de que llegaran los españoles y que habitó lo que hoy es Sevilla. El rápido y raudo paso de la globalización no nos deja tiempo para pensar en un pasado, y mucho menos para ver la belleza artística en unas ollas de barro viejas y desteñidas.

Si bien es cierto que nuestros ancestros directos no son los indios Burila, ni los Quimbaya o Pijao, pues especialmente los Burila desaparecieron de la faz de la tierra sin dejar un rastro o una impronta, como para que los historiadores y arqueólogos les dedicaran alguna mención, solo rústicas anotaciones sin valor científico aparecen en algunos textos de escritores de Caicedonia, que se interesan más que nosotros por esa cultura.

A mis lectores les parecerá raro que traiga a colación este tema Burilíco, pero como observo que nuestras administraciones municipales están muy interesadas en el turismo de paisaje, quiero recordarles que no sobra que Sevilla tenga un espacio físico, en el que el turista conozca y se recree con este otro paisaje cultural arqueológico, que también existe en el pueblo y que es muy abundante e interesante, como son los antiguos vestigios arqueológicos del territorio sevillano.

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