Por: Edgar Alzate Díaz
Epitafio
-A Oscar Peláez Peña-
“Aquí
yace un poeta,
una señal
temblorosa,
un poco de luz,
una paloma”
(Guillermo Sepúlveda)
En memoria para el “Mono” Wilmar Gil Román. Q.E.P.D.
Para
escribir acerca de Oscar Peláez Peña es necesario remontarse hasta el viejo
Colegio General Santander pues allí nos hicimos desde muchas maneras. Estudiábamos
en una casa grande a la que se ingresaba por unas escaleras amplias apoyadas en
una decoración dórica, que a medida que escalábamos las escaleras en el primer
acceso encontrábamos la biblioteca del colegio. Creo que en pocas ocasiones
puede un colegio tener una tan buena biblioteca, con todos los clásicos y
modernos escritores y poetas. La biblioteca estaba construida con pisos en
madera, muebles antiguos, la bibliotecaria de rigor, con una escenografía que
permitía su acceso para los estudiantes.
A
la manera del diseño cafetero, el colegio tenía ubicados los salones en forma
rectangular alrededor de un patio y de la biblioteca. Los salones y ventanas eran
grandes, ya derruidos por el paso del tiempo permitían hacer bromas, escaparse
del colegio gracias a los huecos en la madera del piso. O las amplias ventanas por
las que los más avezados escapaban a través de estas, brincando hasta caer a la
vieja piscina del colegio.
El
techo con tejas de barro a dos aguas, cubría perfectamente desde sus aleros
contra las inclemencias del clima y le daba un decorado de casa de finca
tradicional. Era un estilo arquitectónico que de haber sido conservado podría
ser en la actualidad un atractivo cultural y turístico.
En
esta vieja casa estudiamos nuestro bachillerato. Los años del colegio General
Santander con su cancha de fútbol y una zona aledaña abandonada, en la que
alguna vez hubo un parque infantil, también destruido por la lluvia y el sol
que tal vez alegró la vida de los niños y niñas en alguna época de Sevilla. En
este parque jugamos y el profesor Danilo Useche construyó sus primeras huertas
agrícolas para sus clases de agricultura cuando llegó como profesor al colegio.
Al lado de las oficinas administrativas estaba afuera un jardín con flores
lilas y amarillas casi siempre solitario en el que permanecíamos los
estudiantes poco amantes del deporte, pero sí muy conversadores. El espacio
estudiantil de aquel entonces unió a una generación de jóvenes cada uno con sus
gustos particulares. Entre estos estaba Oscar Peláez Peña.
En
este artículo no voy a hablar de la vida y de las actividades y gustos de
Oscar. Su estilo personal y sus conocimientos lo hicieron un personaje polémico
con muchos amigos y enemigos. Profundo conocedor de la política e historia del
Medio Oriente, estudioso esotérico de la historia del catolicismo, lector de
literatura, poesía, algunos aspectos científicos, en fin, Oscar conocía de
todo. Pero lo que no conocíamos era su ser poeta.
Se
puede catalogar a Oscar Peláez como un poeta desde la construcción de sus
versos donde las frases se enseñorean en su condolido amor por la naturaleza,
la tragedia y la tristeza de la humanidad, sus invocaciones a la injusticia y
su relación con la muerte pues desde sus poemas predijo su propia muerte. Su
vinculación con Sevilla a la que ama en su condición de sujeto marginal y de su
periferia física y mental. Como el siguiente poema que se describe a si mismo
seguramente en la plaza de La Concordia, lugar de encuentros:
“NAVIDAD
En la soledad de aquella navidad, / tras los
pórticos ligeros y altos de la iglesia/ entre un arco y otro,/ me contemplaba
de pie y mal vestido,/ como un intruso infructífero./ Sólo vi a un viejo
consumido, pobre búho/ de mi raza, y a una mujer de mediana /edad que
parecía fuera de lugar / y superflua:
pobre huérfana de los siglos/ grises, como una viuda eterna/ separada para
siempre dé la alegría./ Yo sentía el peso de mis vestidos, de la soledad,/ de
todo mi ocio sudoroso, de toda la vergüenza/ del universo/.”
O
este otro poema enmarcado en un raro optimismo en el que el poeta describe las
distintas formas y significados de la escritura y de las personalidades en un
contexto de esperanza y desazón:
“CANCIONES
Letras en papel siempre blanco/ y fugitivo
¿Qué fue de aquel poema/ que volvió de este campo el paraíso? /Tú escribes
sobre ondas y arenas/ y yo sobre los árboles y riscos; / mis letras crecen como
/ mis penas cuanto más vivo/”
Oscar
Peláez fue un caminante, podríamos afirmar que su vida se puede medir por el número
de pasos y de calles recorridas por este poeta. Las calles en la noche de
Sevilla, atravesadas por la geografía de las figuras que en ella deambulan en
un pueblo solo y tranquilo. Las calles de Cali calientes y sudorosas, las de
Medellín de sus amores y amistades. A la manera de uno de sus filósofos
favoritos, el poeta llama e invoca a sus amigos y conocidos a recorrer, a
caminar para que entre los pasos y las voces se difundan los saberes y las
alegrías:
“SILVA DE LA SELVA
-Palabras-
Yo os canto aquí a vosotros, mis amigos,
/hombres de mi linaje. / Yo tan solo en el largo silencio de las calles, /
avanzando entre muertos en el fondo de cal de las alcobas. / La luz pasa de
incógnito por las ventanas. / En el espejo de las aguas un pez vuela por mis
sueños. / Mis palabras de menta cuelgan como estalactitas / al frío de la
noche. /
/A esta hora un borracho sale del bar hacia
el horizonte y lleva en / la mano una estrella en su fosforescencia. /
/Un mendigo harapiento recoge las hierbas
desdeñadas y llora / vacío y lleno de pobreza /. Los hombres hablan en los
cafés, así como el río corre o la lluvia/ cae. / A esta hora voy hacia ti para
amarte, sin nombrar tu cuerpo, el / polvo inútil que será tu carne ardiente. /
Amante
profundo de la naturaleza, de las verdes montañas donde escampan nuestras
nubes, de los bosques que se mueven al ritmo del viento, de los guaduales que
ríen desde sus esculpidos troncos cuyas ramas sílfides se acomodan con el paso
de los caminantes, de la brisa que recorre los caminos del pueblo y de las
veredas, mariposas de colores y trinos desde los árboles que nos recuerdan los
olores de nuestro campo sevillano. A continuación, dos poemas de Oscar que
dedica a este campo:
“SE
FUERON LOS PÁJAROS
Hoy luce el sol limpio tras los días
sombríos. / La mente discierne el paisaje en el aleteo de los pájaros. / Hay
cantos escapados de los guayacanes, de las ramas, de las / zarzas y entre las
briznas de hierba. /
Yo interrogo la eclosión del verano en el
prolongado / brillo de los granados trigos sintiendo sobre mi carne / las ramas
tropicales, los abrazos, las hiedras. /
Mientras tu canto, ¡Oh pájaro!, traspasa el
hondo azul / con tus alas, tu canto flota y navega igual que una / alegría;
eres como un poeta escondido en la / luz del pensamiento, penetras por los
bosques / atravesando los follajes, las hojas, los torrentes de risa. ¿Qué son
los campos comparados con tu canto?
Cuando llega el buen tiempo la trucha está
bajo / la orilla de sus ríos. Bajo la luna de nácares / todo suena con el rumor
del bosque: el canto / del insecto que se eleva sobre litros de bronce, el
árbol / que mastica la luz / el aire que trae el silbido / lejano de los
trenes, la misma extensión desierta del campo. /
El
siguiente poema, creo que fue elaborado pensando en Sevilla. El verso primero
de esta poesía tiene un retrato de la estructura del espacio territorial de
Sevilla, una zona urbana que al terminar sus calles desemboca en el campo. Será
entonces otro poema que Oscar construyó para su pueblo, su territorio:
“PROMENADE
Donde terminan las calles el campo empieza. / Afluye el cielo, el olor de los
árboles y el fuerte / aroma de la tierra. / Este lenguaje de hojas y
atardeceres se encierra en mi corazón, en esta efusión canto mi verso / que
cruza la tarde señalando el encendido azul / y regreso a los días de la
infancia hundido / entre inmensas montañas. / Me dieran los pájaros su lengua y
su música / sonora pero sólo ofrecer quiero la lección de ms / alas: / La
ventana de mi cuarto escucha su soledad / en la mañana perdida entre el ramaje
de la luz / inmadura, el alba perenne claridad / de los mármoles. / Quizás bajo
estas lunas rememores mares, / áureos manantiales en secretos bosques. / Ahora
de nuevo a mi siembra de semillas; / cansada ya la suerte de mis cantos tan
solo / crecen en mi garganta espumas y gritos / pues nada puede la canción
donde huye el día / en sus rojos ríos de sangre. /
En
cuanto al amor, la poesía de Oscar se desplaza más hacia lo erótico, es un
concepto que describe desde la soledad, de lo no alcanzable, desde el cuerpo
mismo erotizado.
“La carne de los astros / piadosa migración /
de los deseos / enigma de tu mirada / signo zodiacal en el exilio. /
Y
este otro poema:
“ELEGÍA
En tu rostro desierto, en la arena, leí / que
ya nada esperaría. / Luego quedé tirado en la noche / con ese sentimiento
trágico de la vida / que tienen / los perros callejeros. / Mi inocencia había
huido por un camino / blanco abierto en el cielo. / Ahora solo me queda tu
sonrisa que yo / sabía / pronunciar en los alcores de mi recuerdo.
O
estos versos sacados de su poesía denominada Silva de La Selva:
“A esta hora voy hacia ti para amarte, sin
nombrar tu cuerpo, el / polvo inútil que será tu carne ardiente. /
Esta
es una muy breve muestra de algunas poesías de Oscar Peláez Peña extraídas del
libro denominado “Sarcófagos de una ciudad amarilla”, de la editorial Endymión
de Medellín. De este texto extraje algunos poemas con el ánimo de divulgar más
la poesía de este escritor Sevillano, de esta poesía tan bien trabajada desde
los confines de la palabra.
“Para ustedes el canto de dividir el pan / el
canto de bendecir la mesa / el diálogo del amor. /