El poeta Òscar Peláez Peña

15 de febrero de 20180 COMENTARIOS AQUÍ

Por: Edgar Alzate Díaz
Epitafio
-A Oscar Peláez Peña-
Aquí yace un poeta,
una señal temblorosa,
 un poco de luz,
una paloma
(Guillermo Sepúlveda)

En memoria para el “Mono” Wilmar Gil Román. Q.E.P.D.

Para escribir acerca de Oscar Peláez Peña es necesario remontarse hasta el viejo Colegio General Santander pues allí nos hicimos desde muchas maneras. Estudiábamos en una casa grande a la que se ingresaba por unas escaleras amplias apoyadas en una decoración dórica, que a medida que escalábamos las escaleras en el primer acceso encontrábamos la biblioteca del colegio. Creo que en pocas ocasiones puede un colegio tener una tan buena biblioteca, con todos los clásicos y modernos escritores y poetas. La biblioteca estaba construida con pisos en madera, muebles antiguos, la bibliotecaria de rigor, con una escenografía que permitía su acceso para los estudiantes.

A la manera del diseño cafetero, el colegio tenía ubicados los salones en forma rectangular alrededor de un patio y de la biblioteca. Los salones y ventanas eran grandes, ya derruidos por el paso del tiempo permitían hacer bromas, escaparse del colegio gracias a los huecos en la madera del piso. O las amplias ventanas por las que los más avezados escapaban a través de estas, brincando hasta caer a la vieja piscina del colegio.

El techo con tejas de barro a dos aguas, cubría perfectamente desde sus aleros contra las inclemencias del clima y le daba un decorado de casa de finca tradicional. Era un estilo arquitectónico que de haber sido conservado podría ser en la actualidad un atractivo cultural y turístico.

En esta vieja casa estudiamos nuestro bachillerato. Los años del colegio General Santander con su cancha de fútbol y una zona aledaña abandonada, en la que alguna vez hubo un parque infantil, también destruido por la lluvia y el sol que tal vez alegró la vida de los niños y niñas en alguna época de Sevilla. En este parque jugamos y el profesor Danilo Useche construyó sus primeras huertas agrícolas para sus clases de agricultura cuando llegó como profesor al colegio. Al lado de las oficinas administrativas estaba afuera un jardín con flores lilas y amarillas casi siempre solitario en el que permanecíamos los estudiantes poco amantes del deporte, pero sí muy conversadores. El espacio estudiantil de aquel entonces unió a una generación de jóvenes cada uno con sus gustos particulares. Entre estos estaba Oscar Peláez Peña. 

En este artículo no voy a hablar de la vida y de las actividades y gustos de Oscar. Su estilo personal y sus conocimientos lo hicieron un personaje polémico con muchos amigos y enemigos. Profundo conocedor de la política e historia del Medio Oriente, estudioso esotérico de la historia del catolicismo, lector de literatura, poesía, algunos aspectos científicos, en fin, Oscar conocía de todo. Pero lo que no conocíamos era su ser poeta.

Se puede catalogar a Oscar Peláez como un poeta desde la construcción de sus versos donde las frases se enseñorean en su condolido amor por la naturaleza, la tragedia y la tristeza de la humanidad, sus invocaciones a la injusticia y su relación con la muerte pues desde sus poemas predijo su propia muerte. Su vinculación con Sevilla a la que ama en su condición de sujeto marginal y de su periferia física y mental. Como el siguiente poema que se describe a si mismo seguramente en la plaza de La Concordia, lugar de encuentros:

“NAVIDAD
En la soledad de aquella navidad, / tras los pórticos ligeros y altos de la iglesia/ entre un arco y otro,/ me contemplaba de pie y mal vestido,/ como un intruso infructífero./ Sólo vi a un viejo consumido, pobre búho/ de mi raza, y a una mujer de mediana /edad que parecía  fuera de lugar / y superflua: pobre huérfana de los siglos/ grises, como una viuda eterna/ separada para siempre dé la alegría./ Yo sentía el peso de mis vestidos, de la soledad,/ de todo mi ocio sudoroso, de toda la vergüenza/ del universo/.”

O este otro poema enmarcado en un raro optimismo en el que el poeta describe las distintas formas y significados de la escritura y de las personalidades en un contexto de esperanza y desazón:

CANCIONES
Letras en papel siempre blanco/ y fugitivo ¿Qué fue de aquel poema/ que volvió de este campo el paraíso? /Tú escribes sobre ondas y arenas/ y yo sobre los árboles y riscos; / mis letras crecen como / mis penas cuanto más vivo/”

Oscar Peláez fue un caminante, podríamos afirmar que su vida se puede medir por el número de pasos y de calles recorridas por este poeta. Las calles en la noche de Sevilla, atravesadas por la geografía de las figuras que en ella deambulan en un pueblo solo y tranquilo. Las calles de Cali calientes y sudorosas, las de Medellín de sus amores y amistades. A la manera de uno de sus filósofos favoritos, el poeta llama e invoca a sus amigos y conocidos a recorrer, a caminar para que entre los pasos y las voces se difundan los saberes y las alegrías:

“SILVA DE LA SELVA

-Palabras-
Yo os canto aquí a vosotros, mis amigos, /hombres de mi linaje. / Yo tan solo en el largo silencio de las calles, / avanzando entre muertos en el fondo de cal de las alcobas. / La luz pasa de incógnito por las ventanas. / En el espejo de las aguas un pez vuela por mis sueños. / Mis palabras de menta cuelgan como estalactitas / al frío de la noche. /
/A esta hora un borracho sale del bar hacia el horizonte y lleva en / la mano una estrella en su fosforescencia. /
/Un mendigo harapiento recoge las hierbas desdeñadas y llora / vacío y lleno de pobreza /. Los hombres hablan en los cafés, así como el río corre o la lluvia/ cae. / A esta hora voy hacia ti para amarte, sin nombrar tu cuerpo, el / polvo inútil que será tu carne ardiente. /

Amante profundo de la naturaleza, de las verdes montañas donde escampan nuestras nubes, de los bosques que se mueven al ritmo del viento, de los guaduales que ríen desde sus esculpidos troncos cuyas ramas sílfides se acomodan con el paso de los caminantes, de la brisa que recorre los caminos del pueblo y de las veredas, mariposas de colores y trinos desde los árboles que nos recuerdan los olores de nuestro campo sevillano. A continuación, dos poemas de Oscar que dedica a este campo:

“SE FUERON LOS PÁJAROS
Hoy luce el sol limpio tras los días sombríos. / La mente discierne el paisaje en el aleteo de los pájaros. / Hay cantos escapados de los guayacanes, de las ramas, de las / zarzas y entre las briznas de hierba. /
Yo interrogo la eclosión del verano en el prolongado / brillo de los granados trigos sintiendo sobre mi carne / las ramas tropicales, los abrazos, las hiedras. /
Mientras tu canto, ¡Oh pájaro!, traspasa el hondo azul / con tus alas, tu canto flota y navega igual que una / alegría; eres como un poeta escondido en la / luz del pensamiento, penetras por los bosques / atravesando los follajes, las hojas, los torrentes de risa. ¿Qué son los campos comparados con tu canto?
Cuando llega el buen tiempo la trucha está bajo / la orilla de sus ríos. Bajo la luna de nácares / todo suena con el rumor del bosque: el canto / del insecto que se eleva sobre litros de bronce, el árbol / que mastica la luz / el aire que trae el silbido / lejano de los trenes, la misma extensión desierta del campo. /

El siguiente poema, creo que fue elaborado pensando en Sevilla. El verso primero de esta poesía tiene un retrato de la estructura del espacio territorial de Sevilla, una zona urbana que al terminar sus calles desemboca en el campo. Será entonces otro poema que Oscar construyó para su pueblo, su territorio:

“PROMENADE
Donde terminan las calles el campo empieza. / Afluye el cielo, el olor de los árboles y el fuerte / aroma de la tierra. / Este lenguaje de hojas y atardeceres se encierra en mi corazón, en esta efusión canto mi verso / que cruza la tarde señalando el encendido azul / y regreso a los días de la infancia hundido / entre inmensas montañas. / Me dieran los pájaros su lengua y su música / sonora pero sólo ofrecer quiero la lección de ms / alas: / La ventana de mi cuarto escucha su soledad / en la mañana perdida entre el ramaje de la luz / inmadura, el alba perenne claridad / de los mármoles. / Quizás bajo estas lunas rememores mares, / áureos manantiales en secretos bosques. / Ahora de nuevo a mi siembra de semillas; / cansada ya la suerte de mis cantos tan solo / crecen en mi garganta espumas y gritos / pues nada puede la canción donde huye el día / en sus rojos ríos de sangre. /

En cuanto al amor, la poesía de Oscar se desplaza más hacia lo erótico, es un concepto que describe desde la soledad, de lo no alcanzable, desde el cuerpo mismo erotizado.

“La carne de los astros / piadosa migración / de los deseos / enigma de tu mirada / signo zodiacal en el exilio. /

Y este otro poema:

“ELEGÍA
En tu rostro desierto, en la arena, leí / que ya nada esperaría. / Luego quedé tirado en la noche / con ese sentimiento trágico de la vida / que tienen / los perros callejeros. / Mi inocencia había huido por un camino / blanco abierto en el cielo. / Ahora solo me queda tu sonrisa que yo / sabía / pronunciar en los alcores de mi recuerdo.

O estos versos sacados de su poesía denominada Silva de La Selva:

“A esta hora voy hacia ti para amarte, sin nombrar tu cuerpo, el / polvo inútil que será tu carne ardiente. /

Esta es una muy breve muestra de algunas poesías de Oscar Peláez Peña extraídas del libro denominado “Sarcófagos de una ciudad amarilla”, de la editorial Endymión de Medellín. De este texto extraje algunos poemas con el ánimo de divulgar más la poesía de este escritor Sevillano, de esta poesía tan bien trabajada desde los confines de la palabra.

“Para ustedes el canto de dividir el pan / el canto de bendecir la mesa / el diálogo del amor. /

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