Por:
Gustavo Noreña Jiménez
…"Albañil que vives construyendo
para ti la vida tiene más valor
hiciste los nidos donde están viviendo
aquellos que compraron tu sudor"...
Poema albañiles de la vida, Alejandro José
Díaz Valero. Poeta.
“Puchito” siempre recorrió las calles de la
localidad en bicicleta, tocando una bocina para anunciar su paso, mirando por
encima de las gafas, con un sombrero aguadeño para protegerse del sol; una
ruana en el hombro para combatir el frío; fumando cigarrillo todo el día; una
varilla que colgaba en la bicicleta como su arma de defensa personal y en la
parrilla, sus instrumentos de trabajo. En su ancianidad, continuó en las mismas
actividades y por las cataratas que opacaron su visión, se caía con frecuencia
y cada rato se rompía la crisma. El secretario de tránsito, para evitar un
accidente fatal, le retiró el pase de conducir y lo internó en el ancianato de
San Pedro Claver, donde no se habituó a la vida en el encierro y brincaba de
allí para acá como un gorrión en cautiverio, hasta que un día el gorrión
aprovechó que la puerta de la jaula estaba abierta y voló a sus anchas y viajo
por todo Sevilla y un día cansado de tanto volar surcó los cielos hasta
encontrar su última morada allá en el infinito.
Cuentan los buenos espíritus que Dios le
pidió a “Puchito” que le hiciera algo especial y este le hizo una casa de
guadua, con paredes de bahareque, pintadas con cal, techo con tejas de barro,
chambranas en macana, muchas puertas y ventanas en cedro negro pintadas con los
colores del arco iris, ante lo cual Dios dijo: “Ni yo mismo hubiera sido capaz de hacer algo tan hermoso”.
Ramón Elías Montes, fue un obrero de la
construcción; hacía remiendos en las paredes de bahareque, arreglaba lavaplatos
oxidados por el tiempo, buscaba goteras ariscas en los desvencijados techos de
tejas de barro, de las casas viejas en los albores de la vida sevillana. Este
oficio se lo transmitió a su hijo con el rigor de un maestro espartano a punta
de rejo y palo y fue su compañero inseparable en los menesteres de la
construcción por mucho tiempo.
En sus años de juventud, lo contrataron en el
“Garaje Central”, ubicado en la calle La Pista, para que demoliera una base de
concreto en la cual reposaba un pesado motor Lister. Después de varios días de
asestarle golpes con maceta a la base, en compañía de su hijo Elías Alberto, no
le habían hecho un solo hueco, ante lo cual, Elías, en su fina sabiduría
provinciana, sugiere colocar un “puchito” de dinamita, y le encomienda esa
misión a un amigo que trabajaba en carreteras colocando dinamita para romper
piedras en la vía.
La explosión se escuchó en muchas veredas de
Sevilla y muchos otros lejanos lugares donde sólo llega la luz en su eterno
viajar por el tiempo. Miles de tornillos y latas salieron volando, como una
dispersión de asteroides en la creación del universo; varios carros que estaban
en el parqueadero, quedaron destruidos y por supuesto que la base del motor fue
demolida totalmente, sólo quedó una fina capa de polvillo parecida al polvo
lunar, que se esparcía por el lugar invadiéndolo todo y alejándose más allá de
Sevilla y buscando los confines siderales.
La Policía se presentó rápidamente en el
lugar, pues la Estación Policial estaba ubicada en el sitio donde hoy queda el
Club de Leones y al llegar a la puerta del Garaje se encontraron con Elías
envuelto en una capa de polvo, riéndose como un loco.
―Señor, ¿qué pasó? ―pregunto el Capitán de la
patrulla.
―Mi Sargento, colocamos un “puchito” de
dinamita para demoler una base de cemento―dijo Elías
―No me falte al respeto, yo soy Capitán. Y
agregó―Ustedes quedan detenidos
Elías y su compañero, el dinamitero, fueron
llevados precautelativamente a la cárcel del barrio Puyana, bajo la acusación
terroristas, allí permanecieron una semana, donde fueron “empapelados” y
conducidos a la Octava Brigada en Armenia. El director de Explosivos de la
Brigada al conocer los hechos, llamó a Sevilla a los personajes más importantes
de la localidad para averiguar la vida y honra de los “encartados” y previo
pago de los daños y perjuicios, los detenidos fueron liberados.
Desde ese día, a Elías lo conocieron en
Sevilla con el alias de “Puchito”. o
" Dinamita"
“Puchito” andaba con un perro muy feo con
trompa estirada como una chucha y el pelo no era fino y alisado como un can,
sino como el pelo áspero de un cerdo. Cuando el perro se encontraba con otro
animal de su misma especie, lo miraba con rabia y le hacía muecas como
diciéndole: “Qué me miras HP”. “Puchito” de tanto caminar la vida con este
animal, se le fue pegando las mañas de malas pulgas de su fiel compañero y se
volvió respondón, y así cuando alguien le decía “Puchito” o “Dinamita”,
haciendo alusión a la explosión en el parqueadero, azuzaba a su perro, sacaba
una varilla que tenía en la bicicleta, y perseguía en veloz carrera al agresor.
Años más tarde, “Puchito”, fue contratado
para reparar el techo de la casa de la hacienda Santa Isabel, que administraba
Toño Noreña, y para tal efecto, viajó a cumplir con su compromiso, en compañía
de su hijo Elías Alberto, quien era un joven gordito, ojos color agua de panela
y más hiperactivo que una lombriz en un barranco.
Una tarde calurosa, Toño, estaba bañando el
ganado, en el tanque de inmersión para eliminar las garrapatas, utilizando
venenos antiparasitarios para tal fin.
Elías Alberto, en ese momento observaba con
detenimiento cómo el ganado se lanzaba uno tras otro a la pileta y salía al
otro lado después de subir por una escala de cemento.
El aire reverberaba por la alta temperatura,
y Elías Alberto sintió un zarpazo de calor que arremetió contra su cuerpo. Al
ver que las vacas se lanzaban una detrás de otra al tanque garrapaticida,
sintió en la cabeza el impulso loco de tomar un baño refrescante y se lanzó de
bruces al piso, donde había agua con espuma parecida a un champú; patinó a sus
anchas, con tan mala suerte, que rodó al interior de la piscina. Toño, al
percibir el peligro en que se encontraba el joven, con la rapidez propia de un
vaquero experimentado, tomó una soga de trabajar en ganadería y lo enlazó,
sacándolo al otro lado, pero el niño permanecía inmóvil. Entonces lo levantó en
vilo, y lo colgó de los pies en el botalón más alto del corral, para que botara
el agua de los pulmones. Luego, con abundante agua le bañó el cuerpo y
lentamente se fue reanimando. Para completar el tratamiento, le aplicó aceite
de ricino por vía oral y un enema con melaza, que alivió al intoxicado.
―Muchas gracias, me has devuelto a mi hijo,
sano y salvo, a quien ya creía que iba caminando por los senderos de la muerte―dijo
Elías.
― Lo he rescatado de los brazos de la
“pelona”, pero debes cuidar el rumbo de su vida de ahora en adelante, pues,
este muchacho es hiperactivo y en cualquier momento se puede torcer su
camino―dijo Toño. Y agregó―Recuerde que el hombre nace bueno y la sociedad lo
corrompe
Desde ese día, algún cable se le oxidó en el
cerebro, se volvió hippie, viajó en auto stop por Colombia, cantó las canciones
de Bob Dylan, y empezó a mostrar un interés desmedido por la poesía, y hoy se
le ve andando a pie o a veces en bicicleta por las calles del pueblo, con los
bolsillos de la camisa y los pantalones, llenos de libros de los poetas
nadaístas, varios números de la revista “Huellas del pasado…pasos del presente
del escritor sevillano Javier Marulanda y la Revista” Juventud” que dirige Álvaro
Aguirre. Algunos dicen que está loco y otros manifiestan que es un filósofo en
la búsqueda de la belleza que predicaba Platón. ¡Vaya uno a saber!
Elías Alberto, estuvo en el lanzamiento del
libro “Sarcófagos de una ciudad amarilla”, del difunto cultor de las letras
Oscar Peláez Peña, el cual se realizó en el auditorio del Liceo Mixto, donde
participaron encumbrados bardos de la literatura nacional, con la coordinación
de la editorial Endymion de Medellín y la Revista Punto Seguido. Varios días
después, un amigo de Elías Alberto, quien también asistió al evento literario,
al encontrárselo en el parque de La Concordia, le preguntó:
― ¿Cómo le terminó de ir en el agasajo
poético?”
― ¡Huy…hermanito, usted que se viene de la
reunión, y ahí empezó lo bueno! ¡Esos poetas comenzaron a repartir marihuana al
por mayor, y hasta las musas bajaron del Olimpo a la fiesta!
*Ramón Elías Montes "Puchito" o "Dinamita". Foto
propiedad de Elías Alberto Montes.