“Puchito”

31 de enero de 20180 COMENTARIOS AQUÍ

Por: Gustavo Noreña Jiménez
…"Albañil que vives construyendo
para ti la vida tiene más valor
hiciste los nidos donde están viviendo
aquellos que compraron tu sudor"...
Poema albañiles de la vida, Alejandro José Díaz Valero. Poeta.

“Puchito” siempre recorrió las calles de la localidad en bicicleta, tocando una bocina para anunciar su paso, mirando por encima de las gafas, con un sombrero aguadeño para protegerse del sol; una ruana en el hombro para combatir el frío; fumando cigarrillo todo el día; una varilla que colgaba en la bicicleta como su arma de defensa personal y en la parrilla, sus instrumentos de trabajo. En su ancianidad, continuó en las mismas actividades y por las cataratas que opacaron su visión, se caía con frecuencia y cada rato se rompía la crisma. El secretario de tránsito, para evitar un accidente fatal, le retiró el pase de conducir y lo internó en el ancianato de San Pedro Claver, donde no se habituó a la vida en el encierro y brincaba de allí para acá como un gorrión en cautiverio, hasta que un día el gorrión aprovechó que la puerta de la jaula estaba abierta y voló a sus anchas y viajo por todo Sevilla y un día cansado de tanto volar surcó los cielos hasta encontrar su última morada allá en el infinito.

Cuentan los buenos espíritus que Dios le pidió a “Puchito” que le hiciera algo especial y este le hizo una casa de guadua, con paredes de bahareque, pintadas con cal, techo con tejas de barro, chambranas en macana, muchas puertas y ventanas en cedro negro pintadas con los colores del arco iris, ante lo cual Dios dijo: “Ni yo mismo hubiera sido capaz de hacer algo tan hermoso”.

Ramón Elías Montes, fue un obrero de la construcción; hacía remiendos en las paredes de bahareque, arreglaba lavaplatos oxidados por el tiempo, buscaba goteras ariscas en los desvencijados techos de tejas de barro, de las casas viejas en los albores de la vida sevillana. Este oficio se lo transmitió a su hijo con el rigor de un maestro espartano a punta de rejo y palo y fue su compañero inseparable en los menesteres de la construcción por mucho tiempo.

En sus años de juventud, lo contrataron en el “Garaje Central”, ubicado en la calle La Pista, para que demoliera una base de concreto en la cual reposaba un pesado motor Lister. Después de varios días de asestarle golpes con maceta a la base, en compañía de su hijo Elías Alberto, no le habían hecho un solo hueco, ante lo cual, Elías, en su fina sabiduría provinciana, sugiere colocar un “puchito” de dinamita, y le encomienda esa misión a un amigo que trabajaba en carreteras colocando dinamita para romper piedras en la vía.

La explosión se escuchó en muchas veredas de Sevilla y muchos otros lejanos lugares donde sólo llega la luz en su eterno viajar por el tiempo. Miles de tornillos y latas salieron volando, como una dispersión de asteroides en la creación del universo; varios carros que estaban en el parqueadero, quedaron destruidos y por supuesto que la base del motor fue demolida totalmente, sólo quedó una fina capa de polvillo parecida al polvo lunar, que se esparcía por el lugar invadiéndolo todo y alejándose más allá de Sevilla y buscando los confines siderales.

La Policía se presentó rápidamente en el lugar, pues la Estación Policial estaba ubicada en el sitio donde hoy queda el Club de Leones y al llegar a la puerta del Garaje se encontraron con Elías envuelto en una capa de polvo, riéndose como un loco.
―Señor, ¿qué pasó? ―pregunto el Capitán de la patrulla.
―Mi Sargento, colocamos un “puchito” de dinamita para demoler una base de cemento―dijo Elías
―No me falte al respeto, yo soy Capitán. Y agregó―Ustedes quedan detenidos

Elías y su compañero, el dinamitero, fueron llevados precautelativamente a la cárcel del barrio Puyana, bajo la acusación terroristas, allí permanecieron una semana, donde fueron “empapelados” y conducidos a la Octava Brigada en Armenia. El director de Explosivos de la Brigada al conocer los hechos, llamó a Sevilla a los personajes más importantes de la localidad para averiguar la vida y honra de los “encartados” y previo pago de los daños y perjuicios, los detenidos fueron liberados.

Desde ese día, a Elías lo conocieron en Sevilla con el alias de “Puchito”. o " Dinamita"

“Puchito” andaba con un perro muy feo con trompa estirada como una chucha y el pelo no era fino y alisado como un can, sino como el pelo áspero de un cerdo. Cuando el perro se encontraba con otro animal de su misma especie, lo miraba con rabia y le hacía muecas como diciéndole: “Qué me miras HP”. “Puchito” de tanto caminar la vida con este animal, se le fue pegando las mañas de malas pulgas de su fiel compañero y se volvió respondón, y así cuando alguien le decía “Puchito” o “Dinamita”, haciendo alusión a la explosión en el parqueadero, azuzaba a su perro, sacaba una varilla que tenía en la bicicleta, y perseguía en veloz carrera al agresor.

Años más tarde, “Puchito”, fue contratado para reparar el techo de la casa de la hacienda Santa Isabel, que administraba Toño Noreña, y para tal efecto, viajó a cumplir con su compromiso, en compañía de su hijo Elías Alberto, quien era un joven gordito, ojos color agua de panela y más hiperactivo que una lombriz en un barranco.

Una tarde calurosa, Toño, estaba bañando el ganado, en el tanque de inmersión para eliminar las garrapatas, utilizando venenos antiparasitarios para tal fin.

Elías Alberto, en ese momento observaba con detenimiento cómo el ganado se lanzaba uno tras otro a la pileta y salía al otro lado después de subir por una escala de cemento.

El aire reverberaba por la alta temperatura, y Elías Alberto sintió un zarpazo de calor que arremetió contra su cuerpo. Al ver que las vacas se lanzaban una detrás de otra al tanque garrapaticida, sintió en la cabeza el impulso loco de tomar un baño refrescante y se lanzó de bruces al piso, donde había agua con espuma parecida a un champú; patinó a sus anchas, con tan mala suerte, que rodó al interior de la piscina. Toño, al percibir el peligro en que se encontraba el joven, con la rapidez propia de un vaquero experimentado, tomó una soga de trabajar en ganadería y lo enlazó, sacándolo al otro lado, pero el niño permanecía inmóvil. Entonces lo levantó en vilo, y lo colgó de los pies en el botalón más alto del corral, para que botara el agua de los pulmones. Luego, con abundante agua le bañó el cuerpo y lentamente se fue reanimando. Para completar el tratamiento, le aplicó aceite de ricino por vía oral y un enema con melaza, que alivió al intoxicado.
―Muchas gracias, me has devuelto a mi hijo, sano y salvo, a quien ya creía que iba caminando por los senderos de la muerte―dijo Elías.
― Lo he rescatado de los brazos de la “pelona”, pero debes cuidar el rumbo de su vida de ahora en adelante, pues, este muchacho es hiperactivo y en cualquier momento se puede torcer su camino―dijo Toño. Y agregó―Recuerde que el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe

Desde ese día, algún cable se le oxidó en el cerebro, se volvió hippie, viajó en auto stop por Colombia, cantó las canciones de Bob Dylan, y empezó a mostrar un interés desmedido por la poesía, y hoy se le ve andando a pie o a veces en bicicleta por las calles del pueblo, con los bolsillos de la camisa y los pantalones, llenos de libros de los poetas nadaístas, varios números de la revista “Huellas del pasado…pasos del presente del escritor sevillano Javier Marulanda y la Revista” Juventud” que dirige Álvaro Aguirre. Algunos dicen que está loco y otros manifiestan que es un filósofo en la búsqueda de la belleza que predicaba Platón. ¡Vaya uno a saber!

Elías Alberto, estuvo en el lanzamiento del libro “Sarcófagos de una ciudad amarilla”, del difunto cultor de las letras Oscar Peláez Peña, el cual se realizó en el auditorio del Liceo Mixto, donde participaron encumbrados bardos de la literatura nacional, con la coordinación de la editorial Endymion de Medellín y la Revista Punto Seguido. Varios días después, un amigo de Elías Alberto, quien también asistió al evento literario, al encontrárselo en el parque de La Concordia, le preguntó:
― ¿Cómo le terminó de ir en el agasajo poético?”
― ¡Huy…hermanito, usted que se viene de la reunión, y ahí empezó lo bueno! ¡Esos poetas comenzaron a repartir marihuana al por mayor, y hasta las musas bajaron del Olimpo a la fiesta!

*Ramón Elías Montes "Puchito" o "Dinamita". Foto propiedad de Elías Alberto Montes.
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