Por: Edgar Alzate Díaz.
Sevilla
es un área rica en vestigios arqueológicos excavados por los guaqueros durante
decenios. En cada finca se encontraron o encuentran yacimientos como entierros,
objetos de uso doméstico como ollas, estructuras funerarias con contenidos de material cerámico, herramientas, adornos, orfebrería de gran
estilo y belleza, grandes ollas funerarias, buriles o diversos instrumentos
líticos o de piedra, husos para tejer ropa, rodillos, y elementos de las
familias que habitaron en nuestras tierras siglos atrás.
Hasta
la fecha, ningún administrador municipal se ha preocupado por preservar estos
vestigios arqueológicos de gran valor histórico y científico. Y humano pues se
tratan de restos que fueron fabricados y usados por seres humanos en su época.
Los políticos locales y la administración municipal, así como gran parte de la
ciudadanía le apuestan al turismo como una economía promisoria para producir
ingresos monetarios. Pero se olvidan que como parte del paisaje cultural
cafetero debemos considerar el patrimonio arqueológico y el patrimonio
arquitectónico como dos oportunidades que le darían fortaleza al sueño
turístico. Organizar un museo arqueológico e histórico para que los niños y
niñas del municipio conozcan su pasado y los visitantes reconozcan nuestras riquezas
patrimoniales culturales. Reglamentar por fin el patrimonio arquitectónico es
una urgencia que también debe ser incorporada en la visión turística.
Estamos
hablando de riquezas culturales con más de 1.000 a 10.000 años de antigüedad. Al
respecto, Gerardo Reichell Dolmatoff, el más importante etnólogo del país plantea
acerca de las culturas precolombinas y menciona entre estas a la cultura
precolombina Quimbaya, definiendo los siguientes aspectos generales acerca de
la importancia de nuestros antecesores precolombinos ubicados en estas
regiones:
«Las cuatro culturas arqueológicas, o, mejor
dicho, provincias culturales que hemos descrito, San Agustín, Tierradentro,
Calima y Quimbaya, representan el más alto nivel de desarrollo cultural
alcanzado en el occidente colombiano y a pesar de que ellas difieren unas de
otras en muchos aspectos presentan varios rasgos de similitud. Todas ellas se
basaron en el cultivo intensivo del maíz y la vida sedentaria. Son comunes a
ellas eras de cultivo, así como un orden social bien definido, inferido por el
trato discriminativo que se les daba a los muertos. La cerámica tiene los
siguientes rasgos comunes: alcarraza con asa de estribo, bases en pedestal,
pintura negativa, volantes de huso profusamente decorados y figuras antropo (tipo
humano) y zoomorfas (tipo animal)….la metalurgia del oro y del cobre también
une a estas regiones…” (Dolmatoff 1965:18)
Pero,
una vez inició la colonización, los Sevillanos ignoramos este pasado y la
cultura indígena precolombina pasó a ser objeto de las excavaciones de los
guaqueros que vendieron el material arqueológico a terceros, así como las
figuras de oro sagradas y rituales, fueron a parar a los comerciantes y
coleccionistas. Estas eran las denominadas guacas ricas, recuerdo a mi mamá
Melba de Alzate, que, dada mi profesión de antropólogo, me decía: “Mijo, ojalá
se encuentre una guaca rica”. Tal vez uno de los mayores comerciantes de
objetos arqueológicos fue Nabor Vásquez, conocedor de las culturas
precolombinas locales, pero como ocurre en este tipo de economía de figuras
precolombinas, el único que se beneficia es el comerciante. Y muerto Nabor
desapareció el interés por estos vestigios.
Pero
con el paso del tiempo y de los movimientos sociales y políticos del país, la población
del Valle del Cauca comenzó a ver otras gentes con pintura en su cara, mujeres
elaborando collares, aretes, con simbologías de dioses y colores encendidos, en
la policromía propia de la cultura indígena. Algunos grupos familiares de la
etnia indígena Embera llegaron al Valle del Cauca hace unos 20 años
aproximadamente. Un grupo se instaló en Tuluá, debajo de uno de los puentes del
río Tuluá; otros, como en Sevilla, se instalaron sobre la vía férrea en la
estación del ferrocarril en la vereda Corozal. Eran familias Embera venidas del
desplazamiento forzado ocurrido en sus tierras ancestrales, despojados por la
violencia. Aparte del natural gusto por la movilidad que caracteriza al pueblo
indígena Embera, del cual son representantes estas poblaciones.
La
familia Embera se divide en cuatro grupos conocidos como Emberá Katio a los que habitan en el
alto Sinú, el alto Río
San Jorge (departamento
de Córdoba) y la región de Urabá; Emberá
Chamí a los que viven en las cordilleras occidental y central de
los Andes colombianos, departamentos
de Antioquia, Caldas, Risaralda, Quindío y Valle. Emberá
Dobidá (gente de río) a los que
habitan en el departamento del Chocó en las cuencas del río
Baudó y del río Bajo
San Juan en los municipios de Istmina, Alto Baudó y Pizarro. Y como Eperara
Siapidara, a los de la costa Pacífica de los departamentos de Valle, Cauca y Nariño en Colombia.
Indígenas
Embera Dobidá (gente de río), Río Baudó, departamento del Chocó. Año 1985. Foto
Edgar Alzate.
En Sevilla se instalaron años después
del grupo ubicado en la carrilera, otras familias Embera del grupo Chamí quienes
se encuentran en la vereda Cominales, vía San Antonio y un grupo Embera Katio
ubicado en la vereda El Barcino por la vereda San Antonio. Otro grupo permanece
en el casco urbano en el barrio El Brasil. Los Embera instalados en nuestro
municipio pertenecen al grupo denominado como Embera Chamí que quiere decir la Gente de la Cordillera, y los Embera Katio que también se reconocen
como Gente de Cordillera.
En las representaciones cosmológicas
y espirituales del pueblo indígena Embera, el Jaibaná como médico tradicional
es el responsable de lidiar y tener contacto con los espíritus o “Jais” que
viajan en la barca de los espíritus que desciende por los grandes ríos desde
los espacios sagrados. Entre más espíritus maneje el Jaibaná, más poderoso es.
Pero a la vez este Jaibaná también puede ocasionar daños y en ocasiones las
muertes y epidemias o desgracias de una comunidad se cree que es culpa del
Jaibaná. Lo cual hace que en ocasiones salgan de su territorio para evitar
problemas de carácter espiritual. Muchas comunidades emigran por el temor que
sienten del Jaibaná. “Los tratos de los Jaibaná con los Jai garantizan
las actividades fundamentales de la sociedad y la continuidad de los ciclos
naturales, estableciendo a la vez la territorialidad de las comunidades.
Estos tratos tienen un carácter cosmológico en la medida que la comunicación y
convenios con los Jai regulan
los intercambios entre los diferentes niveles superpuestos del universo”. (https://es.wikipedia.org/wiki/Cham%C3%ADes).
Los Embera Chamí y Katio de
manera general tienen una concepción del Universo desde lo sagrado en la cual
hay tres mundos: El mundo de arriba o bajiía, donde están karagabí (la Luna) y
Ba (el Trueno). El mundo del medio donde estamos los humanos que es la tierra o
Egoró y el mundo de abajo o denominado como Aremuko o Chiapera al cual se llega
por el agua y donde viven los Dojura, Tuitrica y Jinopotabar y de donde salen
los Jaibaná ya mencionados. Pero no es el interés de este artículo dar una
reseña etnológica del grupo, sino mostrar como Sevilla gracias a estas nuevas
poblaciones adquiere nuevas manifestaciones culturales y territoriales.
Mujeres
Embera. (https://www.google.com.co/search?q=fotografias+de+indigenas+embera&tbm)
Los indígenas Embera Chamí y
Katio son agricultores cafeteros por tradición y actividad agrícola en sus
territorios tradicionales especialmente en Antioquia, Risaralda, Caldas y Valle
del Cauca por lo que fue rápida y fácil su ubicación en esta geografía
sevillana. La presencia de esta población indígena nos plantea nuevas preguntas
acerca de estas culturas, inquietudes y curiosidades que surgen de la relación
con los usos y costumbres de un pueblo tan diferente a nosotros.
La llegada de esta población
indígena a Sevilla, lleva a que se constituya administrativamente un nuevo
modelo de territorialidad en el que deben estar adscritas estas culturas. La
Constitución Nacional en diferentes artículos como el artículo 7, 10, 44, 68, 246,
330 y otros, les otorga autonomía y reconoce estos pueblos con todos los
derechos culturales como territorio, salud, educación, niñez y adolescencia, lengua
propia, gobierno propio, ordenamiento territorial, entre varios otros
reconocimientos. Colombia es un país multiétnico y
pluricultural reconocido constitucionalmente mediante el artículo 7 de la
Constitución Política de 1991. Es responsabilidad de la administración
municipal establecer programas de salud, educación, género, niñez, etc., desde
un enfoque diferencial étnico.
Por otra parte, con la empresa
Smurfit llegan las familias del pueblo Afrocolombiano que ingresan como
trabajadores de esta empresa. La población afro también trae su cultura con su
cosmovisión, su música y sus usos y costumbres estableciéndose en este pueblo
predominantemente de “raza” blanca.
Es así que somos ahora un pueblo multicultural,
con nuevas culturas, otras formas de pensar la vida, la familia, creencias y
costumbres. Todo esto nos enriquece y amplía nuestra visión del mundo, nuestras
tradiciones. Los Sevillanos debido a las emigraciones sufridas durante más de
cincuenta años somos un pueblo de mentalidad global tolerante y hospitalario. Ahora
es necesario que nuestros administradores y nosotros mismos, no veamos estas
culturas solo como poblaciones a las que debemos ayudar, sino como una
oportunidad para ampliar los conocimientos que enriquecen nuestra vida y que
las nuevas generaciones reconozcan que el mundo es ancho y que hay otras
maneras de vivir y de concebir la vida y las sociedades.
Nota: Agradezco a mi amigo Luis
Carlos Restrepo la información que me proporcionó acerca de la ubicación del
grupo Embera en territorio de Sevilla.