Cuando
el corriente discurrir de la existencia nos sorprende, sin preámbulo alguno de
cierta lógica que señala que, a excepción de algo imprevisible, una persona de
los quilates de Fabio todavía no debía abandonar el terrenal espacio, pues aún
le quedaba mucho de lo que podríamos llamar el cumplimiento de su misión en la
vida, se nos hace imposible aceptar tal realidad. Sin embargo, no está en
nosotros el medir nuestro paso por esta existencia, sino a Dios, el que, en sus
infinitos designios, nos tasa el paso por estos lares.
Fabio
siempre dejó entrever una cordialidad ilimitada, amistad entrañable y sincera y
otras cualidades endémicas en nuestros coterráneos.
Tuve
la inmensa satisfacción de ser su guía, aunque por poco tiempo, pero siempre
estuvo su amistad como un lazo imperturbable. Sobra decir que Fabio sembró y
cosechó sentimientos nobles en quienes nos pudimos considerar sus amigos. Paz
en su tumba y pronta resignación a todos los suyos.
Antonio José Arias Betancourt