Texto de Lisandro Duque Naranjo
Sí, es cierto, las diferentes izquierdas que han
existido en Colombia están unidas en torno a un solo candidato: Iván Cepeda. Y
las diferentes derechas están enfrentadas entre sí y al interior de sus varios
grupúsculos sin poderse poner de acuerdo sobre candidatos. Parece ser una
especie de ley social que las tendencias perdedoras se dividan a muerte y las
tendencias mayoritarias se junten, si mucho con una que otra rencilla. En
aquellas, es por desespero y, en estas, por holgura. El electorado que ya ganó una
vez tiene propensión a coger confianza y a aprovechar la segunda oportunidad,
alargar el placer. Los votos castigo no son tan rápidos y, además, Petro pagó
la novatada, y tal vez no tenga tiempo de incurrir en otra. Ya llega al final
por el solo impulso. O sea, que Iván Cepeda llega aprendido.
Para el tiempo que falta para las elecciones, Iván, si
acaso lo necesitara, perderá su pudor o justificada precaución frente a las
multitudes de plaza. Basta con que lo diga y se le tienen. Les puede dar pasto
a sus adversarios, y parece saberlo. En cambio, a cualquier otro candidato eso
le queda grande. El Pacto Histórico se puede dar el lujo de desdeñar las
plazas, porque las llena, mientras que la pobre derecha les tiene pavor, porque
se le quedan vacías. El outsider De la Espriella llenó el Movistar Arena, pero
ayudándose con todo Sábados Felices. Y entrada gratis. Por fortuna omitió
cantar “O sole mío”, pues el chuzo se le hubiera desocupado. En cuanto a Juan
Carlos Pinzón, o cualquiera del combo uribista, no llenan una gallera.
Y, además, sus riñas van en serio. Vicky ya le alzó la
voz a De la Espriella, que por truhan. Y la Cabal a Miguel Uribe Londoño, que
por intrigar en la empresa encuestadora. Habría más motivos, desde luego: por
ejemplo, eso de ejercer la línea sucesoral al revés, de hijo a padre. Y sacar
comerciales mostrando que él es la reencarnación de su hijo, una transmigración
chueca que no es nada seria. En ese grupo se avecinan más gazaperas: cuando
entró Pinzón –un soso, cortesano del pentágono, que pasó su infancia en
cuarteles con la soldadesca de servidumbre–, deslumbró a Uribe Vélez, quien
desde entonces no sabe por cuál decidirse: o Pinzón o Abelardo. AUV es muy
indeciso: siempre se antoja del último que llega, algo que le pasó con Miguel
Uribe Turbay, por joven, y al ser asesinado, con el padre de éste, que le gustó
al comienzo, pero le resultó muy viejo, mayor incluso que él, así que decidió,
con la ayuda de su diácono, Gabriel Vallejo, cambiarle un articulito a los
reglamentos del C.D. para la consulta, no acogerse a los resultados de la
encuesta y darle oportunidad a sus nuevos fichajes, el camaján antillano y el
filipichín cuartelario. Él quiere ir con dos candidatos como si se pudiera. Lo
cierto es que solo dos –Uribe Londoño y Abelardo– han metido plata, mientras
que el resto no han puesto un peso. Van de pega. Hay como ochenta más –que
Pipe, Peñalosa, Mauricio, Claudia, Lizcano, hasta Galán, y no me acuerdo de
más–, que parecen querer sonar para listas de Congreso. No tienen de otra.


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