Texto de Guillermo Salazar Jiménez
Observó a una pareja caminar rápido por un camino
tapizado de broches metálicos incrustados entre las baldosas. Juanita Lectora
siguió con su mirada aquel caminar firme por entre lo que parecía una larga
culebra brillante por el sol colado desde el cielo raso del edificio Riem
Arcaden en Munich, Alemania, aquel sábado 2 de agosto pasado. Inmenso edificio
con almacenes para todos los gustos, lleno de gente con paquetes de compras,
otros en restaurantes o bares y heladerìas. Le pareció que la multitud no solo
iba como logro tras las compras, tambén a disfrutar con amigos o entre familia.
Aquel camino no era otra cosa que ayuda para los
invidentes, precisó Rusbel Caminante, indagó que se trató de un rastro metálico
que les permitió caminar libremente sin depender de los bastones. Sobre la
pared tocaban con sus dedos las palabras informativas y emprendían el camino
hasta el destino elegido. Más allá del resultado, los invidentes seguramente se
sentíeron apoyados para cumplir sus objetivos en igualdad de condiciones con
los demás visitantes.
Juanita Lectora aprovechó el anterior comentario para
manifestar que transitar hacia el logro requiere en muchas ocasiones valorar no
solo el resultado inmediato. Lo dedujo al observar una fila, alrededor de 300
personas, para comprar galletas. Lo entendió cuando aquellas personas esperaban
con paciencia su turno unas dos horas para llegar al mostrador que exhibía
sobre la pared el rótulo de COOKIES.
Rusbel Caminante recordó los anteriores episodios con
motivo de su asistencia el siguiente domingo 10 de agosto al estadio para ver
el encuentro amistoso entre el local PSV Poing contra el visitante TSV 1860 de
Munich. Ya en el asiento de la gradería, mientras los jugadores calentaban en
la cancha, Rusbel detalló la mayoría de hinchas que con aplausos acompañaban
las canciones, otros jóvenes agitaban banderas.
Partido de fútbol como fiesta familiar, adicionó
Rusbel, vinieron los goles del TSV 1860 celebrados con gritos por sus
partidarios y aplaudidos por los locales. Para unos y otros valió más el
objetivo de admirar las jugadas y entrega de los jugadores que ganar o perder.
Grata experiencia demostrada en las graderías, pero también en la grama. A
Rusbel le recordó la cancha de tierra de su barrio que le enseñó más que
cualquier estadio, afinó sus cualidades para tratar el balón y templó su
carácter como persona.
Vino el 11 a 0 y los asistentes no paraban de gritar y
aplaudir. Los jugadores seguían en la tónica de atacar, no importó sufrir más
goles o gritar otros más. Rusbel caminante concluyó que los espectadores
asistieron al estadio para gozar el fùtbol y los jugadores a cumplir como
profesionales respetuosos del espectáculo. El sudor imprimía fuerza a la
camiseta. Rusbel se apoyó en palabras de Jorge Valadano porque los jugadores
eran conscientes de que tratar bien el balón era tratar bien al aficionado. Al
final del partido los jugadores se saludaron como amigos y en las graderías
quedó la sensación sobre el fútbol como fiesta más allá del resultado.