Texto de Lisandro Duque Naranjo
No creo haber sido víctima económica de la Inteligencia
Artificial (IA), pero solo porque hasta el momento no he hecho ningún
desembolso. Esta semana, por ejemplo, estuve a punto de comprar un medicamento
y hasta di mis datos personales a una mujer a la que le oprimí el link de
Instagram y luego me llamó para comprobar mi interés en el producto. Y cerré
negocio, pactando el día y la hora precisa en que me lo traerían a la casa. Me
incumplieron, y la mujer reapareció cinco días después por teléfono, cuando yo
había tenido tiempo de afinar mis sospechas. Me rehusé, pues, a comprar el
producto, y le informé los motivos a quien me llamó, que se hacía pasar por
médica: “Doctora, no voy a comprar ese remedio, porque en principio fui
convencido por la oferta, en vista de que quien hacía la promoción era una
persona conocida y no supuse nunca que pudiera mentir. De modo que yo creo que
esa propaganda está hecha con IA, así que dejemos las cosas de ese tamaño”. Lo
curioso es que la mujer no trató de convencerme de que era una oferta seria y
que yo estaba equivocado. Se limitó a decir: “Ah, bueno, chao”, y colgó.
Se trataba de una medicina promovida en primera persona
por Carlos Vives. La misma voz, el mismo aspecto del cantante, y un parlamento
larguísimo de 20 minutos, en Instagram, en el que Vives derrochaba una
sapiencia médica tipo Patarroyo: síntomas que lo afectaban, componentes
farmacéuticos y una descripción muy erudita de las distintas afecciones que
caracterizan una determinada enfermedad que, por supuesto, me afecta. Y, al
terminar, una alegría –muy propia de él–, por haber superado la dolencia, que no
es cualquier cosa, pues se trata de una enfermedad brava, que afecta varios
órganos internos y delicados, si es que alguno no lo fuera.
Ya luego de haber hecho el pedido, me pregunté de dónde
saca Vives esa oralidad científica, como de un próximo a graduarse en una
maestría de una facultad médica. Ahí fue donde concluí que se trataba de un
truco de IA. Esta es la hora que no sé si me perdí de una oportunidad de
aliviarme de mi patología, pero quisiera saber si Carlos Vives fue quien grabó
ese mensaje. Si acaso alguien que lo conozca llega a leer esta columna, me
gustaría que se lo aclarara, para devolverme la confianza y restituir la confianza
en el medicamento. Y aliviarme, por supuesto.
Lo mismo pienso de una cantidad de personajes que
aparecen por redes sociales, David Vélez, reconocido banquero; Luis Carlos
Sarmiento, más reconocido aún, y algún personaje reconocido, tipo Paloma
Valencia y Gustavo Petro –a este sí no le reconocí la voz– que me los topo en
Facebook promoviendo un plan financiero en el que basta con consignar un millón
de pesos para empezar a recibir a la semana siguiente miles de millones.
Nunca he visto de esas personas autorizaciones sobre el
uso de su imagen y su voz, que me saquen de la sospecha de que no hay que creer
en las minas con tanto oro. Y a lo mejor me estoy perdiendo, por una
desconfianza antigua en la IA, de amanecer rico de repente, y de una vez con
una salud óptima.
Lo que he leído en El País sobre las plataformas de IA
propiedad de Zuckerberg es que va a utilizar los datos de WhatsApp para
expandirse, acceso que hasta el momento es privativo de los jueces, quienes lo
primero que le decomisan al imputado o sospechoso de un delito es su celular.
Ahí dejo esas inquietudes.