Texto de Guillermo Salazar Jiménez
Era viernes, 5:05 de una tarde fría a pesar del verano
anunciado, 18 de julio, cuando Rusbel Caminante en compañía de sus dos nietos
ingresó al famoso Volksfest–Festival de Pueblo –en la ciudad de Poing, cerca de
Munich, Alemania. Recordó que el día anterior había sentido esa especial felicidad
de abrazar a la nieta quien llegó de Valencia, España. La especial risa de niña
inundó de luz la sala de espera del aeropuerto y de calidez el carro con rumbo
a casa.
En varias carpas gigantes con mesas sin fin y
bancaslargas ocupadas por gran número de personas, la mayoría con sus vestidos
típicos de la Bavaria alemana, disfrutaron la comida, cerveza y música. Juanita
Lectora amplió su comentario sobre la carpa para invitados especiales con el
rótulo de–Scheweiger Brau –cervecería patrocinadora.
Rusbel Caminante apreció el ruido producido por miles
de personas que hablaban al tiempo para medio dejar escuchar respuestas
informativas sobre el evento, la vida y costumbres alemanas. La comida con
diferentes tipos de carne la saboreamos con placer, agregó Rusbel, mientras el
nieto, con su especial manera de contagiar felicidad en los momentos
familiares, lo miró cómplice degustar un trozo de carne magra y suave. Con su
voz particular de niño traductor y palabras en español contagiadas de sonidos
alemanes le preguntó en su oído: ¿Sabes qué carne era? ¡Era buey, comiste buey,
güelito!
Juanita Lectora corrió con aquellos dos diablillos
llenos de energía por entre las carpas con diferentes juegos, dulces, postres y
helados. Tomó fotos y videos en los carros chocones conducidos por sus padres.
No aceptaron al abuelo como chofer. Rusbel Caminante se sintió protegido, pensó
en Colombia, la alegría contagiosa de los nietos le devolvieron la esperanza en
el país que se desangra en medio de la violencia, discriminación y odio.
¡Vamos a disparar! Gritaron entusiasmados los dos
nietos. Rusbel Caminante los acompañó a la carpa. Se trataba de derrumbar los
diez tarros alineados en hileras, la primera con cuatro, la segunda con tres,
la tercera con dos y la última con un solo tarro. Los nietos tiraron la pelota,
derrumbaron ocho tarros, quedaban dos de la primera fila.
Le toca disparar a güelito, escuchó Juanita Lectora al
nieto. Consideró las conversaciones de Rusbel con él sobre la vida y la
historia actual de los niños colombianos mientras lo observaba brindar las
explicaciones acertadas sobre la manera de disparar. Es fácil güelito, le
escuchó al final decir: abuelo solo apunta bien y dispara. Con la pelota en la
mano, Rusbel revivió de nuevo su infancia en las calles del barrio donde
compartió juegos y aventuras con hermanos y amigos; sin embargo, sintió que la
energía necesaria para derrumbar los tarros y ganar el premio se la había
prestado a sus nietos. Decidido estiró la mano, la encogió y disparó. Imaginó
ver el mundo a través de los ojos de los nietos, pero sus risas lo obligaron a
abrir los suyos. Sus dos nietos gritaron al tiempo: ¡Fallaste abuelo!