Mono y su historia

27 de abril de 20250 COMENTARIOS AQUÍ

Texto: Carlos Betancourt Blandón

Imagen: Jorge Restrepo Hernández

Parte I

Hay personajes que llegan para quedarse en el corazón de los pueblos. Este personaje, se ha ganado el cariño y aprecio de propios y extraños

Las plazas y las calles, han sido el escenario más importante y significativo de los principales acontecimientos de un lugar.

Esta historia surge en el año 2022, en Burilandia, un pueblo ubicado en las estribaciones de la cordillera Central.

De una camada de peluditos nació en el año 2014, un ejemplar que con el paso del tiempo adquiere relevancia en el poblado. Se sabe que su madrina, fue una profesora, quien lo crio, siendo su protegido y acompañándolo por varios años.

Una noche llegó la parca a su casa para llevarse a su bienhechora. El peludito quedó huérfano y le tocó vivir por largo tiempo en las calles, donde aprendió a rebuscarse la vida; volviéndose un guerrero frente a sus congéneres.

Anita, una persona solitaria, que tenía un albergue para animales desprotegidos, le tiende la mano. Ella le dio refugio y, el personaje permaneció por varios años, gozando de su cariño, siendo el consentido. Con ella aprendió y conoció varios lugares que frecuentaban como el cementerio, la galería y la iglesia del Carmen.

Ellos moraban por la antigua salida a la estación Álvarez-Salas, cerca al cementerio, muchas veces el peludo se apostaba bajo el dintel de la puerta de su casa, oteando a los transeúntes, reconociendo la carroza fúnebre, sin tenerle miedo a la muerte. Observaba el paso lento de los entierros, con su presencia consolaba a los dolientes; a quienes en esas horas de tristeza les daba un mensaje que solo él comprendía. Acompañaba a Anita, en todo momento, compartiendo alegrías, tristezas y desengaños.

Al llegar la noche, caían rendidos por el trajín del diario vivir. Ella, se aposentaba en su lecho, él, a los pies de la cama sobre un tapete tejido de chiros; como de costumbre, creyeron que eran inmortales.

Una noche mientras se entregaban en brazos de Morfeo, llegó la parca por Anita, y agobiado por la tristeza, permaneció inerte frente a su cama, donde estuvo inmóvil por varios días, a la espera que ella se levantara de la cama para seguir el camino de la vida.

Su progenitora ya había sido sepultada, pasaron los días y él, permanecía apostado en la puerta. La galería, la iglesia y el cementerio eran los lugares que frecuentaba. Solo y, sin rumbo fijo le tocó regresar a la calle sin ser callejero, quedando huérfano por segunda vez.

Dormía donde la fría noche lo cogiera, se rebuscaba su comida enfrentándose a sus compañeros. Visitaba puertas y andenes donde dejaban el alimento y el agua para sus hermanos, viviendo de los mecenas de los pobladores. Era la nueva vida que le esperaba.

Huérfano, desprotegido y callejero, fue amenazado, espantado y chistado por los moradores quienes pensaban que iba a dejar allí sus residuos. Muchas veces no lograba conciliar sus pesadillas, mientras los habitantes de Burilandia, buscaban el abrigo placentero de su lecho.

En la madrugada el tañido de las campanas de la Basílica, anunciaban la alborada del nuevo día, llamando a los fieles al Santo Rosario de la Aurora. El cotilleo de los moradores lo despertaban, se levantaba, se estiraba y salía con su lento caminar; agobiado por la soledad y el paso de los años, para iniciar su nueva jornada.

En sus vagos recuerdos, que aparecen como una luz fugaz, sabía que a su progenitora la llevaron a la iglesia en la carroza fúnebre que él, reconocía así como el camino al cementerio. Aquel día del entierro el sol se postró ante la soledad y, la tristeza del peludo. El cielo se oscureció arrodillado ante la neblina que bajó de la Cimitarra, para acompañar los despojos mortales de su protectora. Por sus ojos rodaron gotas cristalinas que se solidificaron al pasar por su nariz, recordando su pena. Caminaba con letargo por la calle Miranda, al lado del carro fúnebre donde llevaban los despojos mortales de Anita. Agobiado por el dolor y su mirada mustia la acompañó hasta su última morada. Caía la noche y él, se quedó a la espera que la mortaja descendiera lentamente a la fosa. Mirando cómo le tiraban paladas de tierra y una que otra flor que arrojaban sus vecinos. Con la esperanza que su bienhechora saliera de allí para continuar nuevamente su vida. Espero toda la noche apostado sobre su tumba, cansado y con gusa, decide regresar nuevamente a la calle, donde los pobladores asaeteaban a sus congéneres disparándoles tazones de agua.

Parte II

Pasaron varios años a la espera que una mano amiga le brindará los viandas y una Posada. Por su nobleza los comerciantes le abren sus puertas. En una droguería lo ampararon, allí permaneció en las horas nocturnales y, en las mañanas salía a buscar algo de comer para opacar el hambre.

Cierto día se levantó, se estiró, movió su cola, alzó la mirada y se lanzó a conocer el poblado, desconociendo la nueva vida de perro que le esperaba. Visitó algunos sitios que frecuentaba con su hada madrina; como la galería y la iglesia, por su constante frecuencia allí, lo llamaron el “monaguillo”, debido a su presencia en las eucaristías. Algunas veces dormía en la calle y otras en la droguería.

Una mañana aguzó los sentidos y desde lo alto avizoró la Basílica, iniciando una nueva aventura. Cerró sus ojos para huir envuelto en su ceguera, recorrió su mundo en un velero imaginario, divisando sobre el cielo los arreboles de la tarde, que caían sobre el Alto de las Pelotas, perdiéndose sobre la cordillera, bajo el manto de la penumbra de la noche; solo, con la mirada taciturna de los pocos moradores y uno que otro vigilante, que lo acompañaban en su soledad, colegas del preludio.

El sueño lo irrumpió en una esquina donde se aposentaba sobre la losa fría de la noche, por el ladrido de sus congéneres que le invitaban al juego o a la pelea de una jauría que caía sobre una perrita en calor, como también los vigilantes quienes lo levantaban perturbándole sus sueños. Él, buscaba amparo en otra esquina de la calle Real, o de la plaza, que eran sus lugares favoritos. Allí encontró su nueva cobija, resguardándose del frío y de la lluvia pertinente, que se derrama desde el taciturno cielo para caer en su cuerpo, protegido sólo por su pelaje amarillento, que cubría su alma.

Con el ímpetu y la fuerza que lo agobia, logra sobrevivir, era nuevamente callejero. Cargaba sobre su lomo la angustia de la vida en la calle, algunas veces azotada por el sol canicular y otros por el frío de la lluvia.

Parte III

Al pasar los días es conocido por su nobleza, dándose al querer por los comerciantes de la zona, quienes le dan abrigo y cariño. Ellos observaron en él, algo especial y le dieron amor.

Ya con autoridad hace respetar su espacio, marca territorio y se enfrenta sin temor a cuanto perro se aparece a invadir su sitio; poco le interesa la vida, porque en la calle tiene que batirse para obtener su sustento. Los moradores le dieron posada en sus locales comerciales.

Cuando las lumbreras de la calle, se iban doblegando ante la mirada del nuevo día y el zureo de las palomas que moran en la plaza, anunciando el alba, se despertaba a la espera que le abrieran las puertas para salir a rebuscar el condumio diario.

Con el tiempo es reconocido por los transeúntes, quienes lo avizoran apostado en la acera del atrio de la Basílica, en espera que la nave central se abriera y el chirrido de las bisagras anunciaran en el ingreso a la eucaristía. El personaje seguía por el nártex hasta el altar, donde estuvo el féretro de su protectora se echa allí, como recordando aquella triste tarde. Al comenzar el evangelio fija su mirada sobre el ambón, que está situado a un costado, para escuchar atento la palabra. Levanta su cabeza y observa los vitrales, los arcos y las columnas que la adornan.

Al momento de la comunión hace fila como cualquier feligrés y se hace a un lado del sacerdote quedándose allí como si ya hubiera recibido la comunión. Al terminar la eucaristía sale con los parroquianos hasta la nave central para despedirlos.

Recuerda en cada entierro la partida de Anita y decide acompañar la mortaja hasta el cementerio para alivianar la angustia y el dolor de los duelos. Labor que realizaban en el pretérito Nazario, Salomón, Thomas, Silvio y César. Ya el personaje se entiende con Thanatos, con quien pasa largos ratos dialogando sobre el inframundo.

Debido al color de su pelaje fue reconocido no era Hachikō, ni Fernando, era “Mono”, el personaje más importante de Burilandia. Él conoce, sabe y frecuenta los sitios de mayor importancia del poblado y de interés cultural. Está presente en los conciertos y festivales acompaña a las bandas marciales. Visita el consistorial, donde llega como si fuera la primera autoridad; no distingue clase social.

Con el paso del tiempo es reconocido en el poblado y la región. Hoy, un poco cansado por el paso de los años, escoge a sus nuevos protectores, una pareja de monos como él, Álvaro y Paula, quiénes lo acogieron en el seno de su hogar.

Hoy “Mono” subió de estrato, no duerme en la calle, ni en las frías losas de los andenes. Vive en un edificio con sus nuevos mecenas, quiénes lo abrigan, duerme en cama de plumas de ganso, su alimento es light, tiene horario de comidas, ya no le importa el SISBEN porque ya tiene EPS prepagada y médico particular. Hoy vive como se lo merece. Cuando llega la tarde va hasta donde están sus nuevos bienhechores, para irse a conciliar su sueño y reponer sus energías. Al caer la penumbra en las mañanas, se levanta a desayunar, los mira desde su aposento para decirles que se inicia una nueva jornada y estar presente en las diferentes actividades que se desarrollan en el poblado.

Asiste a la eucaristía, está pendiente para acompañar algún difunto hasta su última morada, está atento a los diferentes actos y eventos, donde a pesar de los años nunca se los pierde. Sabe que él es el centro de atención, está al tanto de todas las actividades que se desarrollan en Burilandia, está pendiente de los visitantes, que con su agudo sentido los reconoce, llevándolos por los lugares más emblemáticos de la comarca. Está presente en los desfiles y acompaña a los que viajan al inframundo.

“Mono” es el personaje más querido y conocido. Se viste de acuerdo a la ocasión. Cuando lleguen al poblado no pregunten por sitios a visitar, pregunten por “Mono” quién es el mejor anfitrión.

“Mono” ya no deambula por las calles de la comarca. Es quien despertó el amor y cariño de los corazones de nuestra tierra, dejando un sentimiento de aprecio por sus congéneres logrando el alimento diario para sus hermanos peludos.

Si llegas al poblado no pregunten que hay para hacer, busquen a “Mono” quien se encarga de llevar a propios y extraños por la comarca.

“Mono” está a la espera que sea honrado a la fama, realizándole un monumento como a Hachikō y a Fernando.

“Mono, es de todos y no es de nadie”.

Carlos Betancourt Blandón

Sevilla, Valle, marzo 2025.

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