Texto de Germán Peña Córdoba
Una de las cosas que una colectividad política debe guardar con
celo y respeto, es su base doctrinaria. Su doctrina la compone su ideología,
que necesariamente tiene que lograr flexibilidad, y ajustes con el paso de los
años; los tiempos cambian, la circunstancias no son las mismas, y la dinámica
política obliga a buscar consensos, adaptación, interactuar y lograr acuerdos
con corrientes que se tenga alguna similitud ideológica, u otras totalmente
contrarias, a través de la conversación y el improbable dialogo sincero. Pero
la columna vertebral que es su doctrina, se conserva incólume, pues contiene el
fin último y los propósitos superiores dispuestos a conquistar.
Para nadie es secreto que la actuación de la Procuraduría
de Margarita Cabello Blanco, se ejercía con un claro sesgo. Cabello, destituyó
cinco congresistas del Pacto histórico. Una de las razones que predominó fue la
doble militancia. Su actuación fue un claro propósito para debilitar la bancada
progresista. Acabado su periodo, la composición de la terna para remplazar a
Cabello, era favorable a Germán Vargas Lleras, un político avezado, acérrimo
enemigo de este gobierno. El presidente Petro tenía el poder dominador. Para
derrotar al gobierno y seguir destituyendo congresistas, o aplicar medidas
disciplinarias en su contra, su contradictor político esperaba, que el
presidente fuera consecuente con su ideología y nominara a un pulquérrimo y leal
ideólogo de izquierda y así, Vargas Lleras lograr barrerlo en votación en el
Congreso. ¡Pues no fue así!
Lo que los demás hacen (o sea lo que hace la
clase política tradicional) no lo debe hacer el gobierno del cambio, se dice.
Hay que actuar con integridad y ser consecuente. En la vida lo anterior es lo
ideal y es válido, lastimosamente en política no.
De manera pragmática Gustavo Petro puso en el
tablero del juego político a Gregorio Eljach, que barrió en votación a los
candidatos de Vargas Lleras, y así se evitó tener un procurador, que si no de
bolsillo, al menos, no actúe con el sesgo y el odio contra su colectividad,
como si lo hizo la anterior procuradora Cabello. Este fue un claro ejemplo de la dinámica política
que obliga a que las "jugaditas" no sean de la exclusividad de los de
siempre. Conservando la doctrina, debe
primar el propósito superior de la supervivencia política, para lograr los
cambios ideales que están por encima de la nimiedad de la mecánica política. Si
lo anterior no se hubiese hecho, hoy nos encontraríamos bajo el imperio de
Vargas Lleras y, su eventual Procuraduría estaría injustamente golpeando esta
colectividad.
No sé, si consciente o inconscientemente,
pero el juego es lo más parecido a una estrategia bien calculada. Se trata de
paralizar al contrario, que lucha con honestidad y principios. Con regularidad,
cuando se presenta esta situación y se trata de ejecutar y actuar con decisión,
pragmatismo y sin riesgo del principio ideológico, con frecuencia te desarman y
te espetan en la cara: "es que este
gobierno del cambio no puede hacer o justificar hacer, lo que los otros han
hecho", suena bien, pero lleva implícito un mensaje paralizante que
inhibe actuar. Mientras los otros, de manera exclusiva si están habilitados
para hacerlo y sin el menor arrepentimiento lo siguen haciendo.
Lo anterior son actos deliberados, como lo es
tratar de enlodar precisamente a quien denuncia 40 años de corrupción del
"Pitufo". Es el contrataque como la mejor defensa. Las jugaditas son
indefendibles pero infortunadamente la
política es así, aquí y en Cafarnaúm: la ética y la moral desafinan la
política.
Nicolás Maquiavelo consideraba, que la política solo debía basarse en los
hechos y en la historia, no en la moral. Todos los gobiernos hacen coaliciones
para lograr gobernabilidad, si lo hace el gobierno del cambio... es un pecado.
En ese orden, lograr la aprobación de las
reformas (salud, pensional, laboral) estas irían a beneficiar grandes capas de
nuestra sociedad. En el ambiente de un congreso adverso y un país polarizado,
lo ideal es demandar que se den los debates, los diálogos, los consensos y los
acuerdos. Son reformas bien intencionadas dirigidas a aliviar grandes
inequidades. Así las cosas, sin comprometer la doctrina ideológica, sin torcer
los innegociables principios y, jugando en el mismo terreno y con las mismas
armas, se debe hacer lo que más les preocupa: la invasión de su estrategia. Que
la jugadita se democratice, que la jugadita sea capturada, para no quedarse con
los brazos cruzados y sin ejecución pero, conservando lo más importante como
fijación: tener firmes las convicciones y cumplir el propósito superior doctrinario:
la justicia social.
Germán
Peña Córdoba
Arquitecto-
UNIVALLE