Texto
de Lisandro Duque Naranjo
Ha
caído mucho el control de calidad del comunismo desde que a la derecha mundial
-por lo menos a la más ruidosa- le dio por volver comunistas hasta a quienes
antes eran simples derechistas de centro, espécimen contradictorio que defiende
la propiedad privada, pero cree en la conveniencia de los subsidios para los
pobres; que considera que los paramilitares fueron un “mal necesario”, pero no
está de acuerdo con la necesidad de que los ciudadanos puedan portar armas; y
así sucesivamente, pasando por una gama de contradicciones íntimas que les hace
muy fluida la pertenencia, o por lo menos el voto, a fuerzas políticas
estructuralmente dispares.
Pero
según la derecha más deslenguada del mundo, tipo Milei, Vox de España, la
familia Bolsonaro en Brasil -cuya exprimera dama, apoyada por grupos evangélicos,
sueña con convertir al país en un Estado teológico (una especie de Irán con
lambada)-, esa ambigüedad tiene que acabarse. Y han radicalizado la
diferenciación entre el “oro y la escoria”, clavándole el estigma de comunista
a quien no acepte el kit completo, sin matices. Milei apunta como el guía
mundial de este “purismo”, y ya bautizó como comunistas a los socialdemócratas,
a los demócratas cristianos, a los peronistas, etc. “Se tomaron el mundo”,
dice. El PP de España, por matizar algunas posturas -por ejemplo, frente al
independentismo catalán-, fue acusado por Vox de terrorista, cuando su
oportunismo fue solo para figurar en la coalición de Sánchez y tener puestos
garantizados durante seis años. Un cuadro fuerte del PP, Isabel Díaz Ayuso,
presidenta de la Comunidad de Madrid, va a terminar descalabrando a su partido,
pues apunta a ese tipo de dogmatismo maximalista con un discurso bastante
desenfadado: “Mientras [no se demuestre que mi pareja es culpable] tengo
derecho a meterme en esa cama”, ha dicho. Al día siguiente, Alberto González,
su pareja, reconoció su evasión de impuestos a Hacienda, por lo que ella debe
estar durmiendo en el sofá. La señora Ayuso, negligente en la pandemia con las
residencias de tercera edad, causó la muerte por covid de 4.000 ancianos. Lo
que dijo fue: “De todas maneras se iban a morir”. Se empieza por el lenguaje.
Esos
maximalistas de derecha aman a Trump y a Bukele. La senadora Cabal sería la
cuota colombiana, pues ella, a los de todos los centros -centro izquierda, centro
derecha, etc- los llama “mamertos”. Cualquier plantón lo tilda de incendiario.
Y, en cuanto al estallido social de hace dos años, sigue con la cuenta del bebé
que murió en la ambulancia y el señor que pereció contra un cable yendo en
moto, casos horribles ambos, solo que ella les da carácter exponencial hablando
de “niños”, “degollados”, y a los policías con raspones los presenta como
soldados ucranianos. Habla de los cajeros electrónicos, estaciones de
Transmilenio, y CAI vandalizados, como si fueran la biblioteca de Alejandría o
las Torres Gemelas, y omite los 80 muertos civiles, las violaciones hechas por
policías, los ojos sacados a los muchachos, etc.
A
las fuerzas progresistas quizá les convenga ese supremacismo ideológico porque
pueden atraer a los conservadores decentes y a los moderados clásicos en vista
de que esa derecha hirsuta los repudia por no asimilar que “al mundo se lo tomó
el comunismo”.