Texto de Lisandro Duque Naranjo
La paz total es una proeza experimental, pues los posibles firmantes de ella, por separado, son fuerzas disímiles entre sí: insurgencia (ELN y disidentes de FARC) y grupos delincuenciales comunes (Clan del Golfo, AGC). Estas últimas seguramente renacerán con otros nombres mientras el mercado de la cocaína siga siendo rentable, algo inevitable por su carácter prohibido. ¿Necesitaría Chiquito Malo ser sanguinario si la onza de cocaína se pudiera adquirir en la farmacia de la esquina?
Nixon, desde 1971, embarcó a la humanidad en esta guerra para hacerse rápido a un enemigo mundial que sustituyera al que los había derrotado a ellos: Vietnam. Sin embargo, lo de “mundial” es una exageración a menos que se entienda como que el mundo está contra Colombia. Las mafias de las grandes capitales (Nueva York, París, Bruselas, etc.) tienen muchos capos de barrio, braveros de muelle, que no alcanzan a ser celebridades internacionales. No sirven sino para inspirar cine. No hay un Otoniel ni un Chiquito Malo y menos un Pablo Escobar gringos. Y en caso de existir, no lo bombardearían con Black Hawks en un barrio neoyorquino. Ellos, a sus enemigos, los prefieren fuera del país, es decir, acá mismo, para continuar sus guerras a domicilio. En Colombia algo queda de las utilidades, pero en realidad es el ripio en comparación con los costos del polvo ese cuando lo descargan en sus destinos internacionales.
Cuando Pacho Santos dijo que desde Hollywood se promovía el consumo de perica con demasiada impunidad, lo que intentaba era que el star system y sus personajes de ficción dejaran el vicio en solidaridad con quienes aportamos los cadáveres. La solución es al revés: no tienen por qué matarnos y depredar nuestra naturaleza solo porque producimos un artículo que les provee a ellos tanto frenesí y vértigo —que lo necesitan—, con un saldo de víctimas, en el rubro de salud, tan reducido.
A mí me convence, respecto a las conversaciones por la paz total (sobre todo con los delincuentes del Clan del Golfo y las AGC), el realismo reposado de Iván Cepeda en entrevista con Blu Radio. Al cuestionársele el grado de justicia —para ángeles, será— que pudiera haber en un sometimiento que incluye, además de una condena de ocho años, permitirle a la contraparte quedarse con un porcentaje de las utilidades de su actividad ilícita (el 6 %), contestó con una reflexión sobre la urgencia ya casi centenaria de la paz, equilibrando el componente punitivo con el restaurativo e invocando el resarcimiento de las víctimas.
“Como con las FARC”, dijo Morales, con esa ironía muy de su estilo y como aludiendo a una película vieja, a lo que Cepeda le respondió: “Aunque ese no es el tema, si así lo quiere, adelante”. Morales, obviamente, se replegó.
Del discurso de Cepeda, bastante meridiano en asunto tan inédito —que por momentos parece lo de siempre, pero al que con imaginación le descubre aristas nuevas—, pienso que sugiere que la paz es el período que transcurre entre la anterior y la siguiente ruptura, ojalá está aplazándose el mayor tiempo posible y siempre y cuando se ahorren más vidas cada vez. Tiene confianza en que durante ese ínterin surgirán las ideas que prolongarán una mejor calidad de vida y evitarán la próxima confrontación. Como decía Wilde sobre el amor: “Entre una pasión eterna y un amor efímero, la única diferencia es que este dura un poquitico más”.