Texto de Lisandro Duque Naranjo
Un día de 1989, en La Habana y requiriendo viajar al día siguiente a Colombia, me encontré con que no tenía ni siquiera el tiquete de regreso, pues había viajado a trabajar con Gabo por dos semanas y tanto a él como a mí se nos olvidó que para subirse a un avión hay que acreditar el pasaje. Encima de eso, mis llamadas al aeropuerto me habían provisto la ingrata noticia de que en Cubana de Aviación no había cupos para Bogotá durante los siguientes días. Entonces, Gabo me dijo: “¡Calma, pueblo! Vente para mi casa que esta noche viene Fidel y él nos resuelve eso. De algo me sirve ser premio nobel”. Y me fui para allá. Estaban ya Fidel, su hermano Raúl y Antonio Núñez Jiménez. No me detengo en la dimensión de los personajes, porque ya he escrito varias columnas al respecto y sobre otros momentos compartidos en tan grata compañía. Voy pues al grano.
Núñez Jiménez, de pura casualidad, estaba allí para recibir instrucciones de Fidel, pues viajaba al día siguiente a Bogotá como plenipotenciario ante el Gobierno de Barco, para discutir formalidades relacionadas con la reapertura de relaciones entre los dos países, rotas por Turbay ocho años antes. Obvio que mi problema estaba resuelto: me vendría en el mismo avión que Núñez Jiménez. A lo que quiero llegar es a que fui testigo de lo siguiente que le dijo Fidel a su delegado, tomándolo de los hombros: “Dile al presidente Barco que cuando reanudemos relaciones le entregaré a Colombia algo muy valioso que tenemos aquí: los manuscritos de Vargas Vila de cuando vivió en La Habana. Incluso un diario personal de él hay ahí”.
A Núñez Jiménez le fue muy bien en Bogotá en su misión principal, la reanudación de relaciones entre los dos países. No le pregunté, sin embargo, cómo le había ido con lo de Vargas Vila y eso se quedó en la incógnita. Pero de ahí en adelante se me volvió una obsesión la traída de esos manuscritos. El problema es que aquí no tenía interlocutor para el tema. Gaviria no era el presidente para que le cogiera la caña a Fidel, y además yo no tenía cómo hablar con él. Samper, puede que tal vez, pero estaba tan enredado con lo del 8.000... Pastrana sí que menos. Uribe... a ver, a ver, no, qué cuento. En el segundo período de Santos, fui a La Habana a hacerle una entrevista a Timochenko y abordé el asunto: ¿qué tal las FARC llegar a Colombia después del Acuerdo y llevando los manuscritos habaneros de Vargas Vila? Pero con tanto lío el hombre no pudo hablar de eso con Raúl, que era el presidente.
Hace poco, indagando en internet, supe que Fidel le había dicho en una entrevista a María Elvira Samper que su Gobierno tenía esos manuscritos bien custodiados. Fue todo. Y me encontré, en una revista Diners de 2021, un artículo excelente de Consuelo Triviño que, por haberse informado por televisión del reportaje de María Elvira Samper, se consiguió una beca en el Instituto Cervantes en España y viajó a La Habana, logrando conseguir una visita muy misteriosa a la bóveda donde están los manuscritos y hasta fotocopiar algunas páginas que, sobra decir, son espléndidas.
Escribo este testimonio porque creo que les ha llegado la hora a esos manuscritos de ser conocidos por los colombianos. He ahí un bocado de hereje para los investigadores, editores y lectores. Tienen la palabra el presidente Gustavo Petro y Patricia Ariza, ministra de las culturas, las artes y los saberes.