Se pasó el registrador

24 de marzo de 20220 COMENTARIOS AQUÍ

 Texto de  Lisandro Duque

Los medios radiales, televisivos y escritos han pretendido mermarle severidad al colapso parcial de las elecciones del pasado domingo. De malas, porque lo ocurrido tendrá consecuencias de aquí a la primera vuelta presidencial. No es cualquier cosa que en 29.000 mesas —el 26 % de la totalidad de mesas del país—, según Petro, no aparezca un solo voto por la fuerza política más favorecida por los pronósticos: el Pacto Histórico, aparte de que sufrieron daños colaterales, Fuerza Ciudadana, progresista, los moderados del Nuevo Liberalismo y Sergio Fajardo. Eso ofende, más que al sentido de la política, al de las matemáticas y al de la ley de probabilidades. Y no, a la sociedad no se la puede subvalorar tanto, pues algo ha aprendido. Pero el domingo ocurrieron más cosas, como si a ese 13 le quisieran agrandar sus signos fatídicos. Veamos: el tal formulario E-14, que es decisivo, lo diseñaron con tanta chapucería, que ni siquiera cuando lo imprimieron cupo un logotipo, que de casualidad es del mismo Pacto Histórico, haciendo quedar sus votos a la deriva como si fueran confeti. Faltó poco para que el gran ganador de los comicios no existiera y aun así, con el 74 % de las mesas no borradas, obtuvo 16 senadores, mientras que con los restos de lo que ha podido salvarse, remendando aquí y buscando entre los retazos, han completado los 19 y pueden seguir en alza.

No fue la única falla con que la gansteril trasescena electoral —que tuvo su más apoteósica hazaña el 19 de abril de 1970— hizo llegar su pezuña hasta el 13 de marzo de este siglo XXI. Yo mismo fui víctima —como miles de votantes en todo el país— de una bribonada adicional que por pocos minutos estuvo a punto de impedirme votar: del lugar donde tengo inscrita mi cédula desde hace 20 años —la Universidad Piloto, en la carrera 13 con 46— me la trasladaron de súbito a la Hemeroteca Nacional, que no es que quede propiamente volteando la esquina, pese a lo cual llegué a la urna 10 minutos antes de que me agarrara en la fila la hora de nona. Era como si, afiebrados con la tecnología, los funcionarios de la Registraduría estuvieran jugando PlayStation. Agrégueseles a estas novedades los votos vendidos, que son una endemia de nuestro aparato electoral.

El hecho de que de esas marrullas salieran afectadas también las llamadas fuerzas de centro, otrora consentidas, demuestra la intención de cuadrar la primera vuelta para que se enfrenten los extremos y asunto arreglado. La competencia final sería entre Gustavo Petro, del Pacto Histórico, y el Fico de “¡Entonces qué, papá!”.

El registrador —que demostró ser un peligro social digno de repudio— se precipitó con ese experimento de tierra arrasada, pues tenía que aprovechar lo prolífico del número de candidatos del 13, con consultas, corporaciones, circunscripciones nuevas, etc. No por eso dejará de intentarlo en las presidenciales, quién sabe cómo. A las volandas, pues, habrá que conformar un frente amplio. Falta mes y medio.

No es difícil imaginarse el ataque de depresión que acometió a Petro, en Bruselas, cuando le llegó en persona Íngrid Betancourt a visitarlo hace unos años. Y encima de eso, con Carlos Alonso Lucio. Supongo que la pareja, cuando salió de esa casa, logró que el ahora candidato superara su trance, abriera un ojo, le preguntara a quien estuviera por ahí: “¿Ya se fueron?”, y se irguiera en la plenitud de sus sentidos.


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