La colonización de San Luis. Un texto de Omar Adolfo Arango

21 de julio de 20200 COMENTARIOS AQUÍ


Por: Edgar Alzate Díaz

Me leí esta novela relacionada con la historia de la colonización de San Luis de Sevilla, Valle del Cauca, en un día de intensa lectura. Debo decir que me cautivó desde que la comencé y que gracias a un trabajo de investigación histórico realizado por el escritor Omar Adolfo Arango, por fin, me fueron resueltas mis inquietudes que desde siempre tuve acerca de quiénes fueron los colonizadores y colonizadoras de Sevilla.

En la historia oficial de la fundación de San Luis, los hombres colonizadores se nos han presentado sin hermanos, esposas e hijos. Por lo general, sus esposas y sus hijos son invisibilizados como si ningunas aptitudes especiales hubieran tenido en esta epopeya. Pero no, la descripción histórica de Omar Adolfo nos muestra como los colonos fueron personajes que tuvieron una mamá, que entre otras fueron algunas de estas, señoras muy cultas, como la madre de Heraclio, Doña María Luisa, una mujer de la clase alta de Medellín, lectora, escritora y mujer amante de las artes. Su esposa, Matilde, preocupada por el desarrollo literario y espiritual y esmerada por la educación de sus hijos. También que estos colonos tuvieron novias que después se convirtieron en sus esposas, que eran hombres capaces de amar y sentir pasión en medio de la agreste geografía que los envolvía.

Tal vez la versión religiosa predominante en San Luis de Sevilla, quiso ocultar el real trasfondo histórico y humano de nuestros fundadores. Porque presentarlos como unos liberales laicos, algunos masones, u otros fanáticos católicos, dispuestos a todo por la iglesia católica, seguramente no era de muy buen recibo en los anales de nuestra historia. Igual las mujeres, esposas lectoras, que hablaban con sus maridos, que leían libros prohibidos y que estaban pendientes de los gustos humanos, tampoco podía ser propagado, pues se trataba de mostrar a “Las nobles y castas esposas” y no a aquellas que montaron en mulas, caballos, que se murieron de pestes y que se preocuparon por el bienestar de la educación de sus familias, por tomarse un tinto, y sufrir conjuntamente con sus esposos en medio de nuestra geografía hostil y peligrosa.  

“Llegaron las vacaciones de fin de año y se resolvió que Julián y Rafael las pasaran en compañía de Heraclio en Morillo. Terminadas las vacaciones e iniciado el nuevo año escolar, los muchachos continuaron sus estudios en el colegio público, mientras que, a Heraclio, algo no le dejaba sentar cabeza. Fue cuando decidió contarle a su hermana Julia sobre una hermosa antioqueña con quien había entablado relaciones en un viaje que había hecho en días pasados a Medellín. -Contá, pues, a ver de quien se trata. – (pregunta su hermana) La señorita Matilde Prieto”………” A pesar de lo duro del viaje, Heraclio que ya se había habituado a los viajes de relevos en bestias de alquiler, esa misma semana se fue para Medellín de visita a la casa de sus abuelos paternos, con la firme resolución de formalizar su noviazgo con la hermosa antioqueña. Realizado el protocolo, Heraclio formalizó su noviazgo con la distinguida señorita y como uno de los atractivos del Medellín de la época era el paseo en tranvía tirado por mulas, el padre de la novia le concedió el permiso, claro está, con su dama de compañía. Salieron con un sol espléndido pero primaveral en dirección del paradero del moderno aparato” (página 43)

Omar Adolfo nos presenta, además, como eran las señoras esposas de algunos notables colonizadores y creadores de esta región del Valle del Cauca y del Quindío. En un aparte del texto, describiendo la visita que Heraclio y su esposa Matilde realizan a su hermano Julián, con motivo del nacimiento del hijo de este, presenta las maneras e intereses intelectuales de las damas, por lo que deduzco que es tal vez, por este motivo que Sevilla ha sido un importante núcleo de la cultura:

“- ¡Ay, ¡qué es esta belleza! Se sintió que exclamaba la joven madre al destapar un ajuar que le habían traído las damas visitantes. -Mira, Matilde, no te parece un primor… -Hermoso- corroboró Matilde Prieto. En el momento, de despedirse, Matilde se acercó a una de las damas y le preguntó sobre el origen de la prenda, ya que ella sentía necesidad de comprar algo para su sobrino político. -Son exquisitamente elaborados por tejedoras de Cartago. Que yo sepa, en ninguna parte más se consiguen; pero como tengo entre mis estudiantes unas niñas cartagueñas, hablaré con ellas. -Es usted, maestra. -Exacto. - ¿Usted es la señora de Cifuentes, ¿verdad? -O mejor, Julia Restrepo, mi nombre de maestra y soltera. Durante la semana que estuvieron de visita, Matilde Prieto tuvo oportunidad de corroborar los comentarios sobre la sofisticada educación de su concuñada, María Luisa White, pues por varias ocasiones la había encontrado dedicada a la lectura, horas enteras, de libros en inglés, francés y español. “(Página 91)

Otra presentación del interés por la lectura que tuvieron nuestras antepasadas, se muestra en este párrafo: “Al Heraclio enseñar a sus parientes y comentar el contenido de la carta y el boletín de la Arquidiócesis, Margarita Aránzazu Uribe que ya se leía los libros sobre los enciclopedistas franceses que traía Sophía, la “mula biblioteca” de José Miguel, le preguntó si esa prohibición papal iría a callar el periódico, y él contestó de manera rotunda: “Así, la burra de Balaán hable no se puede callar el profeta” (Página 166).

Hace un tiempo y sacando conclusiones por cronologías, deduje que muchos de ellos participaron en las guerras de los mil días y en las guerras civiles entre Centralistas y Federalistas de 1.866 y 1.875. Y siempre me llamó la atención por qué nuestra historia oficial de Sevilla, nada comentaba al respecto. Y hasta hoy día, nada comenta al respecto. Omar Adolfo realizó una exhaustiva investigación histórica y muestra el cómo nuestros próceres locales participaron activamente en las principales batallas de las guerras civiles del siglo XIX. Entre estas, la batalla del llano de Los Chancos, descrita con magistral maestría por el autor de tal manera que nos introduce en el combate, en el fuego liberal y conservador, en los ideales de esta familia Uribe Uribe.

“Fue cuando estalló la revolución conservadora de 1876, que no solo conmovería de manera terrible el país, sino que fomentaría, hasta en el más insignificante villorrio, el verdadero odio que se profesaban antioqueños y caucanos.”

“don Tomás que en carne propia ya había pasado por varias guerras civiles, ordenó a Heraclio, ya mayor de edad y a su hermano Rafael, apenas con 17 años, que se alistaran en los ejércitos liberales y a Julián, por prudencia, lo mandó a la hacienda Morillo. Nunca supe el por qué no quiso que se alistara Julián, siendo que hasta sus mismos tíos, Juan María, Federico y César, se habían reclutado, aunque el muchacho llegó a estar tan cerca de los hechos que fue el primero que se dio cuenta que Rafael, en provecho de la poca milicia que había aprendido, había resuelto vestir el traje de soldado de la guarnición de Medellín y así dar órdenes en plena plaza principal de Buga de lo que debía ser una retirada o un avance, el significado de los toques de corneta, la importancia capital de las trincheras, de los fosos y demás disciplinas propias del arte de la guerra. Así, como todo un veterano, disciplinaba reclutas a la espera de las tropas del General Julián Trujillo.” (página 48).

También el escritor Omar Adolfo, describe los momentos de esta batalla, desde los estrépitos de la pólvora y la sangre, y de los temores que cualquier persona puede tener en medio de un combate en el cual se encuentra en juego la propia vida. Olor a pólvora, a barro, a sangre, nos muestra de manera magistral este escritor cuando nos relata la batalla de “Los Chancos” en la que participó Heraclio Uribe Uribe y varios de sus hermanos como Rafael Uribe Uribe y Julián.

“El combate se inició muy de madrugada con el ataque de los conservadores contra el flanco derecho de la línea de los liberales, luego el izquierdo y finalmente también en el centro donde el tío Gabriel Uribe tenía su campamento con la Compañía de Tiradores. Ante el empuje despiadado del ejército aplastante conservador, el inexperto jefe le tocó batirse cuerpo a cuerpo contra sus paisanos antioqueños. Impaciente Rafael porque el 2º de Buga no entraba, giró las riendas de su caballo y fue en ayuda de su tío que, al verlo, temeroso de que corriera la misma suerte de los soldados que yacían tendidos heridos o muertos, lo despachó en el acto por munición. Fue cuando a su regreso recibió una bala que le pasó de parte a parte la pierna derecha por la rodilla, alcanzando también a la bestia, que encabritada lo mandó a tierra. Allí quedó el joven guerrero tendido desangrándose a merced del enemigo, cuando acertó pasar Heraclio con Heliodoro Cuervo, a caballo, pues habían recibido órdenes del General Trujillo de reforzar con sus lanceros al batallón Tiradores. Se desmontaron, conduciendo al herido a la tolda más cercana y allí ante la balacera de un remedo de ametralladora que estaba fumigando como a ratas al ejército liberal, tal fue el espanto de Cuervo que trató de camuflarse de las balas con el cuerpo de Rafael. Heraclio exasperado con aquel hecho de cobardía, lo obligó a retirarse con la amenaza de volarle los sesos con una pistola si no lo hacía en el acto” (página 51).

Otra mención interesante acerca de la actividad militar de los liberales y conservadores que fundaron Sevilla, es esta descrita del arresto de Don Carlos Ceballos por su participación en la guerra de los 1.000 días:

“A nuestro regreso a San Luis, nos encontramos con la desagradable noticia del arresto del señor Carlos Ceballos, quien había servido como Capitán en la “Guerra de los Mil Días”. Se le acusaba de haber desobedecido unas órdenes dadas por el General Carlos Mejía y como el asunto trataba de disciplina militar se le había seguido Consejo de Guerra. Gracias a la influencia de Heraclio, el asunto quedó liquidado cuando estando aún en San Luis, fue reducido a prisión por solo unos meses.” (página 117)

Otro fundador importante de San Luis de Sevilla, fue Don Zenón García. Pues bien, este, como muchos otros, tampoco llegó solo, sino con toda su familia, ya que ninguno de ellos viajaba solo pues cada uno venía con la idea de establecerse para que mejoraran las condiciones de toda la familia. Hombres y mujeres intrépidos, así nos relata Omar Adolfo como era la vida de estos colonos:

Cuentan que cuando don Zenón García González y su esposa María Jesús Osorio y sus hijos se vinieron de Salamina en compañía de su yerno, don Antonio Carmona venciendo obstáculos por trochas y caminos, vadeando ríos y exponiéndose a la picadura de los mosquitos y culebras, se encontraron con un caserío entre un agresivo y espeso monte que contrastaba con la selva enmarañada dándole al lugar un color oscuro. Miraron a su alrededor y como estaban habituados a paisajes similares, no tuvieron que divagar mucho para darse cuenta del por qué los primeros colonos que habían llegado allí en 1890, le habían dado a aquel sitio el singular nombre de Montenegro” (Página 70).

Días más tarde, por el mes de junio, llegaron nuevos colonos, entre ellos don Antonio María Gómez, quien venía huyendo sin rumbo fijo desde Manizales, después de salvarse de las balas de un pelotón de fusilamiento. Venía acompañado de su suegro, don José María Villa. “Cansado de fundar pueblos y vagar como judío errante en busca de fortuna, Antonio María Gómez se fue a Cuba Viejo a traer a su esposa con sus diez hijos y, a pesar de encontrar a algunos de ellos enfermos por lo malsano del clima, llegó con ellos a San Luis, pues tenía esperanzas de levantar su rancho en un terreno que le había ayudado a limpiar Virgilio Hoyos de la Junta Pobladora. Pasaron los días, y al tiempo que Antonio María escribía sobre el arribo de nuevas familias, veía con cierta decepción la suerte de la suya. Pensaba en Rafaela, su mujer, Pompilio, Antonio, Francisco, Tresigna, Adda, Andrea, Josefina, Serafina, Rafaela y Rosa, sus 10 hijos, todos ellos alojados en una miserable barraca de “Vara en Tierra” que le había franqueado don Manuel Lozano y, para colmo de males, debido a las fuertes lluvias y lo frágil de la vivienda, su familia no lograba recuperarse del todo de la enfermedad.”

Para terminar estas descripciones, traigo de muestra esta otra, de una avalancha que sucede en la noche, en medio de las montañas agrestes y salvajes, por las que tuvieron que caminar los constructores de esta comarca, también muy bien descrita por el novelista:

 “En su refugio, ensimismado en sus pensamientos, Francisco Heladio se sentía satisfecho de haber armado su expedición y estar contando con la experiencia del arriero para vadear ríos y salvar caminos, sin importarle que afuera, la luz de las descargas eléctricas relampagueara en la oscuridad de la noche. Rezándole unas letanías a Santa Bárbara, patrona de las tempestades, acomodó su linterna entre sus cobijas y con la escopeta entre sus piernas, se quedó dormido. Pasaron las horas. Afuera la lluvia con sus truenos y relámpagos arreciaba cada vez más y, desde las cordilleras, el curso del río retroalimentado por sus afluentes y quebradas, venía creciendo como una tromba arrastrando con todo a su paso. Fue cuando el ladrido de los perros, y el golpe seco de la carpa que les caía encima los despertó. Estaban tan agotados por el cansancio, que no sintieron que estaban a punto de ser arrastrados por las aguas. Sobresaltados saltaron de sus sitios echándole mano a lo que podían en medio de la oscuridad y la lluvia, mientras que aterrados, gracias a la luz de los relámpagos, veían a pocos pasos la furia desbordada de una avalancha. Buscaron a tientas y a locas el barranco donde habían dejado parte de sus pertenencias y cubriéndose con el impermeable, agazapados por la impotencia y el frío se resignaron a esperar que pasara la noche. Al amanecer, el color ámbar y la serenidad del río se habían ido con la creciente y, en su lugar, corrían aguas sucias, turbias, ahora imposibles de vadear. Francisco Heladio comprendió que habían cometido el error de no pasar el río y de sobremesa levantar muy cerca de sus orillas una carpa que como por obra de magia había desaparecido con todo lo que tenía adentro.”

El escritor Omar Adolfo Arango, tiene la virtud, en este texto, de que todas las narraciones que realiza y describe, tienen un sabor humano muy claro. Es decir, no nos describe a nuestros fundadores como esos seres lejanos, irreales, especie de dioses a los que nos tiene acostumbrados nuestra fría historia oficial de Sevilla. Por el contrario, son personas que tienen gustos culinarios, sintieron frío, miedo, cansancio. También tuvieron antojos y deseos de tomarse un tinto, como nos describe una escena cotidiana del día 3 de mayo cuando trazaron las calles y la plaza de La Concordia:

“El reloj marcaba las ocho de la mañana cuando sobre el área ya limpia, el prospecto de ingeniero, Heraclio Melitón Uribe Uribe con sus compañeros de fundación, Zenón Joaquín García González, Francisco Heladio Hoyos Gómez, Emiliano García Osorio, Francisco Alvarado y Jesús Antonio Carmona, comenzaban a medir las distancias y ángulos horizontales y verticales trazados por el taquímetro para el delineamiento de las primeras calles y la plaza principal. Corría en el calendario de los primeros fundadores, el 3 de mayo de 1903, día en que se llamó San Luis, a la promesa de un pueblo ya soñado y comenzaba a nacer a punta de estacas de guadua e hilos tendidos sobre aquella hermosa meseta. Trazada por fin la plaza, donde había antes un guadual espeso al que daban sombra árboles corpulentos, volvimos al campamento donde nos esperaba Petronila con aguadulce con limón, un suculento “sancocho” de gallina con arepa de maíz tostado y hamacas para el descanso. - ¡Qué pena no poder ofrecerles un cafecito! Se quejó doña Petronila, aludiendo que desde que se había venido de Salamina, hacía mucho que no lo probaba. -Le prometo doña Petronila que el día menos pensado va a ser la primera que va a probar mi café –interrumpió Francisco Heladio empecinado en sus sueños de llenar su finca de la Suiza de cafetales. -Ojalá y sea verdad, porque ya me están entrando ganas de irlo a buscar a Fredonia – dijo y todos le celebraron la ocurrencia.” (página 108).

“Apenas corrían los primeros días de 1905, y ya las calles a falta de nomenclatura, tenían nombre: Calle Pijao o Real, Miranda, Ricaurte, Sucre, Santander, Caldas, Ayacucho, Zea, San José, Samaritana, Tolima, haciendo honor a sus santos y a sus próceres, cuando don Hipólito Valencia, oriundo de Neira, quien se había asentado cerca del Paujil, en un predio de nombre la Alsacia, decidió hacerse a un lote en San Luis, en la Calle Córdoba con Carrera Ricaurte con el fin de levantar una casa para su joven esposa Carmen Parra Buitrago. Todo se debía a una sugerencia que le había hecho don José María Villa, (Villita, el primer talabartero) el día que le entregó unos aperos que le había ordenado para las bestias.”

Los anteriores párrafos son solo una breve muestra de muchas historias y descripciones que el profesor Omar Adolfo Arango realiza con motivo de la historia de San Luis de Sevilla. Desde los terribles y duros recorridos que por entre las montañas tuvieron que hacer nuestros fundadores, que me recordó el pasaje literario que Jorge Isaacs realiza en su novela “La María”, cuando muestra el duro paso desde Buenaventura hasta Buga por el denominado Cañón de Dagua. De igual manera, Omar no solo presenta esas acciones, sino también los tiempos felices de consolidación del pueblo, en medio de la violencia y el azote geográfico y partidista que desde su fundación vive Sevilla.

Para mi gusto, le faltó la historia de la llegada de las familias de origen árabe que durante tantos años estuvieron en Sevilla, pero creo, que ya es mucho pedirle a nuestro cronista, después de esta magnífica epopeya que nos trae, acerca de la colonización de San Luis. Felicitaciones a Omar Adolfo Arango, por mostrar la verdadera cara de la fundación de la capital cafetera de Colombia. Los animo a leerlo, es un texto que todo Sevillano debe conocer. Además, considero, debe ser un texto de obligada lectura para los estudiantes de bachillerato de las Instituciones Educativas de Sevilla.


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