Por: Edgar Alzate Díaz
Me leí esta novela relacionada con la historia
de la colonización de San Luis de Sevilla, Valle del Cauca, en un día de
intensa lectura. Debo decir que me cautivó desde que la comencé y que gracias a
un trabajo de investigación histórico realizado por el escritor Omar Adolfo
Arango, por fin, me fueron resueltas mis inquietudes que desde siempre tuve acerca
de quiénes fueron los colonizadores y colonizadoras de Sevilla.
En la historia oficial de la fundación de San
Luis, los hombres colonizadores se nos han presentado sin hermanos, esposas e
hijos. Por lo general, sus esposas y sus hijos son invisibilizados como si
ningunas aptitudes especiales hubieran tenido en esta epopeya. Pero no, la
descripción histórica de Omar Adolfo nos muestra como los colonos fueron
personajes que tuvieron una mamá, que entre otras fueron algunas de estas,
señoras muy cultas, como la madre de Heraclio, Doña María Luisa, una mujer de
la clase alta de Medellín, lectora, escritora y mujer amante de las artes. Su
esposa, Matilde, preocupada por el desarrollo literario y espiritual y esmerada
por la educación de sus hijos. También que estos colonos tuvieron novias que
después se convirtieron en sus esposas, que eran hombres capaces de amar y
sentir pasión en medio de la agreste geografía que los envolvía.
Tal vez la versión religiosa predominante en
San Luis de Sevilla, quiso ocultar el real trasfondo histórico y humano de
nuestros fundadores. Porque presentarlos como unos liberales laicos, algunos
masones, u otros fanáticos católicos, dispuestos a todo por la iglesia
católica, seguramente no era de muy buen recibo en los anales de nuestra
historia. Igual las mujeres, esposas lectoras, que hablaban con sus maridos,
que leían libros prohibidos y que estaban pendientes de los gustos humanos,
tampoco podía ser propagado, pues se trataba de mostrar a “Las nobles y castas
esposas” y no a aquellas que montaron en mulas, caballos, que se murieron de
pestes y que se preocuparon por el bienestar de la educación de sus familias,
por tomarse un tinto, y sufrir conjuntamente con sus esposos en medio de
nuestra geografía hostil y peligrosa.
“Llegaron las vacaciones de fin de año y se
resolvió que Julián y Rafael las pasaran en compañía de Heraclio en Morillo.
Terminadas las vacaciones e iniciado el nuevo año escolar, los muchachos
continuaron sus estudios en el colegio público, mientras que, a Heraclio, algo
no le dejaba sentar cabeza. Fue cuando decidió contarle a su hermana Julia
sobre una hermosa antioqueña con quien había entablado relaciones en un viaje
que había hecho en días pasados a Medellín. -Contá, pues, a ver de quien se
trata. – (pregunta su hermana) La señorita Matilde Prieto”………” A
pesar de lo duro del viaje, Heraclio que ya se había habituado a los viajes de
relevos en bestias de alquiler, esa misma semana se fue para Medellín de visita
a la casa de sus abuelos paternos, con la firme resolución de formalizar su
noviazgo con la hermosa antioqueña. Realizado el protocolo, Heraclio formalizó
su noviazgo con la distinguida señorita y como uno de los atractivos del
Medellín de la época era el paseo en tranvía tirado por mulas, el padre de la
novia le concedió el permiso, claro está, con su dama de compañía. Salieron con
un sol espléndido pero primaveral en dirección del paradero del moderno aparato”
(página 43)
Omar Adolfo nos presenta, además, como eran las
señoras esposas de algunos notables colonizadores y creadores de esta región
del Valle del Cauca y del Quindío. En un aparte del texto, describiendo la
visita que Heraclio y su esposa Matilde realizan a su hermano Julián, con
motivo del nacimiento del hijo de este, presenta las maneras e intereses
intelectuales de las damas, por lo que deduzco que es tal vez, por este motivo
que Sevilla ha sido un importante núcleo de la cultura:
“- ¡Ay, ¡qué es esta belleza! Se sintió que
exclamaba la joven madre al destapar un ajuar que le habían traído las damas
visitantes. -Mira, Matilde, no te parece un primor… -Hermoso- corroboró Matilde
Prieto. En el momento, de despedirse, Matilde se acercó a una de las damas y le
preguntó sobre el origen de la prenda, ya que ella sentía necesidad de comprar
algo para su sobrino político. -Son exquisitamente elaborados por tejedoras de
Cartago. Que yo sepa, en ninguna parte más se consiguen; pero como tengo entre
mis estudiantes unas niñas cartagueñas, hablaré con ellas. -Es usted, maestra.
-Exacto. - ¿Usted es la señora de Cifuentes, ¿verdad? -O mejor, Julia Restrepo,
mi nombre de maestra y soltera. Durante la semana que estuvieron de visita,
Matilde Prieto tuvo oportunidad de corroborar los comentarios sobre la
sofisticada educación de su concuñada, María Luisa White, pues por varias
ocasiones la había encontrado dedicada a la lectura, horas enteras, de libros
en inglés, francés y español. “(Página 91)
Otra presentación del interés por la lectura
que tuvieron nuestras antepasadas, se muestra en este párrafo: “Al Heraclio enseñar a sus parientes y
comentar el contenido de la carta y el boletín de la Arquidiócesis, Margarita
Aránzazu Uribe que ya se leía los libros sobre los enciclopedistas franceses
que traía Sophía, la “mula biblioteca” de José Miguel, le preguntó si esa
prohibición papal iría a callar el periódico, y él contestó de manera rotunda:
“Así, la burra de Balaán hable no se puede callar el profeta” (Página 166).
Hace un tiempo y sacando conclusiones por
cronologías, deduje que muchos de ellos participaron en las guerras de los mil
días y en las guerras civiles entre Centralistas y Federalistas de 1.866 y
1.875. Y siempre me llamó la atención por qué nuestra historia oficial de
Sevilla, nada comentaba al respecto. Y hasta hoy día, nada comenta al respecto.
Omar Adolfo realizó una exhaustiva investigación histórica y muestra el cómo
nuestros próceres locales participaron activamente en las principales batallas
de las guerras civiles del siglo XIX. Entre estas, la batalla del llano de Los
Chancos, descrita con magistral maestría por el autor de tal manera que nos
introduce en el combate, en el fuego liberal y conservador, en los ideales de
esta familia Uribe Uribe.
“Fue cuando estalló la revolución conservadora
de 1876, que no solo conmovería de manera terrible el país, sino que
fomentaría, hasta en el más insignificante villorrio, el verdadero odio que se
profesaban antioqueños y caucanos.”
“don Tomás que en carne propia ya había pasado
por varias guerras civiles, ordenó a Heraclio, ya mayor de edad y a su hermano
Rafael, apenas con 17 años, que se alistaran en los ejércitos liberales y a
Julián, por prudencia, lo mandó a la hacienda Morillo. Nunca supe el por qué no
quiso que se alistara Julián, siendo que hasta sus mismos tíos, Juan María,
Federico y César, se habían reclutado, aunque el muchacho llegó a estar tan
cerca de los hechos que fue el primero que se dio cuenta que Rafael, en
provecho de la poca milicia que había aprendido, había resuelto vestir el traje
de soldado de la guarnición de Medellín y así dar órdenes en plena plaza
principal de Buga de lo que debía ser una retirada o un avance, el significado
de los toques de corneta, la importancia capital de las trincheras, de los
fosos y demás disciplinas propias del arte de la guerra. Así, como todo un
veterano, disciplinaba reclutas a la espera de las tropas del General Julián
Trujillo.” (página 48).
También el escritor Omar Adolfo, describe los
momentos de esta batalla, desde los estrépitos de la pólvora y la sangre, y de
los temores que cualquier persona puede tener en medio de un combate en el cual
se encuentra en juego la propia vida. Olor a pólvora, a barro, a sangre, nos
muestra de manera magistral este escritor cuando nos relata la batalla de “Los
Chancos” en la que participó Heraclio Uribe Uribe y varios de sus hermanos como
Rafael Uribe Uribe y Julián.
“El combate se inició muy de madrugada con el
ataque de los conservadores contra el flanco derecho de la línea de los
liberales, luego el izquierdo y finalmente también en el centro donde el tío
Gabriel Uribe tenía su campamento con la Compañía de Tiradores. Ante el empuje
despiadado del ejército aplastante conservador, el inexperto jefe le tocó
batirse cuerpo a cuerpo contra sus paisanos antioqueños. Impaciente Rafael
porque el 2º de Buga no entraba, giró las riendas de su caballo y fue en ayuda
de su tío que, al verlo, temeroso de que corriera la misma suerte de los
soldados que yacían tendidos heridos o muertos, lo despachó en el acto por
munición. Fue cuando a su regreso recibió una bala que le pasó de parte a parte
la pierna derecha por la rodilla, alcanzando también a la bestia, que
encabritada lo mandó a tierra. Allí quedó el joven guerrero tendido
desangrándose a merced del enemigo, cuando acertó pasar Heraclio con Heliodoro
Cuervo, a caballo, pues habían recibido órdenes del General Trujillo de
reforzar con sus lanceros al batallón Tiradores. Se desmontaron, conduciendo al
herido a la tolda más cercana y allí ante la balacera de un remedo de
ametralladora que estaba fumigando como a ratas al ejército liberal, tal fue el
espanto de Cuervo que trató de camuflarse de las balas con el cuerpo de Rafael.
Heraclio exasperado con aquel hecho de cobardía, lo obligó a retirarse con la
amenaza de volarle los sesos con una pistola si no lo hacía en el acto” (página
51).
Otra mención interesante acerca de la actividad
militar de los liberales y conservadores que fundaron Sevilla, es esta descrita
del arresto de Don Carlos Ceballos por su participación en la guerra de los
1.000 días:
“A nuestro regreso a San Luis, nos encontramos
con la desagradable noticia del arresto del señor Carlos Ceballos, quien había
servido como Capitán en la “Guerra de los Mil Días”. Se le acusaba de haber
desobedecido unas órdenes dadas por el General Carlos Mejía y como el asunto
trataba de disciplina militar se le había seguido Consejo de Guerra. Gracias a
la influencia de Heraclio, el asunto quedó liquidado cuando estando aún en San
Luis, fue reducido a prisión por solo unos meses.” (página 117)
Otro fundador importante de San Luis de
Sevilla, fue Don Zenón García. Pues bien, este, como muchos otros, tampoco
llegó solo, sino con toda su familia, ya que ninguno de ellos viajaba solo pues
cada uno venía con la idea de establecerse para que mejoraran las condiciones
de toda la familia. Hombres y mujeres intrépidos, así nos relata Omar Adolfo
como era la vida de estos colonos:
“Cuentan
que cuando don Zenón García González y su esposa María Jesús Osorio y sus hijos
se vinieron de Salamina en compañía de su yerno, don Antonio Carmona venciendo
obstáculos por trochas y caminos, vadeando ríos y exponiéndose a la picadura de
los mosquitos y culebras, se encontraron con un caserío entre un agresivo y
espeso monte que contrastaba con la selva enmarañada dándole al lugar un color
oscuro. Miraron a su alrededor y como estaban habituados a paisajes similares,
no tuvieron que divagar mucho para darse cuenta del por qué los primeros
colonos que habían llegado allí en 1890, le habían dado a aquel sitio el
singular nombre de Montenegro” (Página 70).
Días más tarde, por el mes de junio, llegaron
nuevos colonos, entre ellos don Antonio María Gómez, quien venía huyendo sin
rumbo fijo desde Manizales, después de salvarse de las balas de un pelotón de
fusilamiento. Venía acompañado de su suegro, don José María Villa. “Cansado de fundar pueblos y vagar como
judío errante en busca de fortuna, Antonio María Gómez se fue a Cuba Viejo a
traer a su esposa con sus diez hijos y, a pesar de encontrar a algunos de ellos
enfermos por lo malsano del clima, llegó con ellos a San Luis, pues tenía
esperanzas de levantar su rancho en un terreno que le había ayudado a limpiar
Virgilio Hoyos de la Junta Pobladora. Pasaron los días, y al tiempo que Antonio
María escribía sobre el arribo de nuevas familias, veía con cierta decepción la
suerte de la suya. Pensaba en Rafaela, su mujer, Pompilio, Antonio, Francisco,
Tresigna, Adda, Andrea, Josefina, Serafina, Rafaela y Rosa, sus 10 hijos, todos
ellos alojados en una miserable barraca de “Vara en Tierra” que le había
franqueado don Manuel Lozano y, para colmo de males, debido a las fuertes
lluvias y lo frágil de la vivienda, su familia no lograba recuperarse del todo
de la enfermedad.”
Para terminar estas descripciones, traigo de
muestra esta otra, de una avalancha que sucede en la noche, en medio de las
montañas agrestes y salvajes, por las que tuvieron que caminar los
constructores de esta comarca, también muy bien descrita por el novelista:
“En su
refugio, ensimismado en sus pensamientos, Francisco Heladio se sentía
satisfecho de haber armado su expedición y estar contando con la experiencia
del arriero para vadear ríos y salvar caminos, sin importarle que afuera, la
luz de las descargas eléctricas relampagueara en la oscuridad de la noche.
Rezándole unas letanías a Santa Bárbara, patrona de las tempestades, acomodó su
linterna entre sus cobijas y con la escopeta entre sus piernas, se quedó
dormido. Pasaron las horas. Afuera la lluvia con sus truenos y relámpagos
arreciaba cada vez más y, desde las cordilleras, el curso del río
retroalimentado por sus afluentes y quebradas, venía creciendo como una tromba
arrastrando con todo a su paso. Fue cuando el ladrido de los perros, y el golpe
seco de la carpa que les caía encima los despertó. Estaban tan agotados por el
cansancio, que no sintieron que estaban a punto de ser arrastrados por las
aguas. Sobresaltados saltaron de sus sitios echándole mano a lo que podían en
medio de la oscuridad y la lluvia, mientras que aterrados, gracias a la luz de
los relámpagos, veían a pocos pasos la furia desbordada de una avalancha.
Buscaron a tientas y a locas el barranco donde habían dejado parte de sus
pertenencias y cubriéndose con el impermeable, agazapados por la impotencia y
el frío se resignaron a esperar que pasara la noche. Al amanecer, el color
ámbar y la serenidad del río se habían ido con la creciente y, en su lugar,
corrían aguas sucias, turbias, ahora imposibles de vadear. Francisco Heladio
comprendió que habían cometido el error de no pasar el río y de sobremesa levantar
muy cerca de sus orillas una carpa que como por obra de magia había
desaparecido con todo lo que tenía adentro.”
El escritor Omar Adolfo Arango, tiene la
virtud, en este texto, de que todas las narraciones que realiza y describe,
tienen un sabor humano muy claro. Es decir, no nos describe a nuestros
fundadores como esos seres lejanos, irreales, especie de dioses a los que nos
tiene acostumbrados nuestra fría historia oficial de Sevilla. Por el contrario,
son personas que tienen gustos culinarios, sintieron frío, miedo, cansancio. También
tuvieron antojos y deseos de tomarse un tinto, como nos describe una escena
cotidiana del día 3 de mayo cuando trazaron las calles y la plaza de La
Concordia:
“El reloj marcaba las ocho de la mañana cuando
sobre el área ya limpia, el prospecto de ingeniero, Heraclio Melitón Uribe
Uribe con sus compañeros de fundación, Zenón Joaquín García González, Francisco
Heladio Hoyos Gómez, Emiliano García Osorio, Francisco Alvarado y Jesús Antonio
Carmona, comenzaban a medir las distancias y ángulos horizontales y verticales
trazados por el taquímetro para el delineamiento de las primeras calles y la
plaza principal. Corría en el calendario de los primeros fundadores, el 3 de
mayo de 1903, día en que se llamó San Luis, a la promesa de un pueblo ya soñado
y comenzaba a nacer a punta de estacas de guadua e hilos tendidos sobre aquella
hermosa meseta. Trazada por fin la plaza, donde había antes un guadual espeso
al que daban sombra árboles corpulentos, volvimos al campamento donde nos
esperaba Petronila con aguadulce con limón, un suculento “sancocho” de gallina
con arepa de maíz tostado y hamacas para el descanso. - ¡Qué pena no poder
ofrecerles un cafecito! Se quejó doña Petronila, aludiendo que desde que se
había venido de Salamina, hacía mucho que no lo probaba. -Le prometo doña
Petronila que el día menos pensado va a ser la primera que va a probar mi café
–interrumpió Francisco Heladio empecinado en sus sueños de llenar su finca de
la Suiza de cafetales. -Ojalá y sea verdad, porque ya me están entrando ganas
de irlo a buscar a Fredonia – dijo y todos le celebraron la ocurrencia.”
(página 108).
“Apenas corrían los primeros días de 1905, y ya
las calles a falta de nomenclatura, tenían nombre: Calle Pijao o Real, Miranda,
Ricaurte, Sucre, Santander, Caldas, Ayacucho, Zea, San José, Samaritana,
Tolima, haciendo honor a sus santos y a sus próceres, cuando don Hipólito
Valencia, oriundo de Neira, quien se había asentado cerca del Paujil, en un
predio de nombre la Alsacia, decidió hacerse a un lote en San Luis, en la Calle
Córdoba con Carrera Ricaurte con el fin de levantar una casa para su joven
esposa Carmen Parra Buitrago. Todo se debía a una sugerencia que le había hecho
don José María Villa, (Villita, el primer talabartero) el día que le entregó
unos aperos que le había ordenado para las bestias.”
Los anteriores párrafos son solo una breve
muestra de muchas historias y descripciones que el profesor Omar Adolfo Arango
realiza con motivo de la historia de San Luis de Sevilla. Desde los terribles y
duros recorridos que por entre las montañas tuvieron que hacer nuestros
fundadores, que me recordó el pasaje literario que Jorge Isaacs realiza en su
novela “La María”, cuando muestra el duro paso desde Buenaventura hasta Buga
por el denominado Cañón de Dagua. De igual manera, Omar no solo presenta esas
acciones, sino también los tiempos felices de consolidación del pueblo, en
medio de la violencia y el azote geográfico y partidista que desde su fundación
vive Sevilla.
Para mi gusto, le faltó la historia de la llegada
de las familias de origen árabe que durante tantos años estuvieron en Sevilla,
pero creo, que ya es mucho pedirle a nuestro cronista, después de esta magnífica
epopeya que nos trae, acerca de la colonización de San Luis. Felicitaciones a
Omar Adolfo Arango, por mostrar la verdadera cara de la fundación de la capital
cafetera de Colombia. Los animo a leerlo, es un texto que todo Sevillano debe
conocer. Además, considero, debe ser un texto de obligada lectura para los
estudiantes de bachillerato de las Instituciones Educativas de Sevilla.