Colombia. El Vaupés (Ríos Paca y Papurí)

1 de julio de 20200 COMENTARIOS AQUÍ


Un texto de  Edgar Alzate Díaz

Este artículo es parte de los recuerdos de mi trabajo con los indígenas de las etnias Tucano, Desano, Barasano, Huitoto, Tatuyo, Siriano y otros grupos ubicados en las cuencas de los ríos Paca y Papurí, ríos de corta extensión y caudal que son hitos internacionales de nuestra frontera con Brasil, en el departamento del Vaupés. Tal vez muchas condiciones de las que expreso en este artículo pueden haber cambiado, pues en las etnias indígenas los procesos de aculturación son rápidos y destructivos de su cultura ancestral, pero en general esto es lo que conocí en el año 1.983.

El departamento del Vaupés se localiza al suroriente de Colombia, en la Amazonía colombiana, en límites con el Brasil. A este lejano territorio me dirigí una fría mañana bogotana, en compañía de dos profesionales de origen holandés, un médico y un sociólogo. Abordamos un pequeño avión jet, rumbo a las selvas del Vaupés. El avión despegó al amanecer, atravesando la cordillera Oriental, imponente y rustica. Una vez la pasamos, se apareció ante nosotros, desde la altura, un inmenso paisaje de sabanas atravesadas por bosques y ríos, que durante una hora parecía no tener fin, eran los Llanos Orientales. Pero, después de esta mágica visión, y en un corte que únicamente puede hacer la naturaleza, apareció la selva amazónica del Vaupés. La sabana del Orinoco o Llanos Orientales, se corta y surge la región del Amazonas, como si un cuchillo partiera en dos paisajes este territorio. Va la sabana y de pronto, aparece la selva. 

Durante dos horas, desde el avión, un mar de árboles inunda la vista. Árboles y árboles que conforman un mar vegetal se muestran sin final y un horizonte muy lejano se pierde de nuestra vista. Tapados, por este mar de árboles, se esconden los ríos, las huellas humanas, los caseríos. Sólo árboles se observan desde el avión. Después de este recorrido aparece un río ancho y junto a él, en sus orillas, un pueblo, casas de madera y un pequeño malecón, una plaza, era la capital de Vaupés, Mitú. En aquella época el avión aterrizaba en una pista sin pavimentar, de barro rojo, y una caseta que hacía las veces de terminal aéreo. Descendemos y se siente entonces el calor sofocante de las diez de la mañana, en verano. Viene la requisa de rigor, la policía pidiendo los nombres, la cédula y estamos entonces en los comienzos del narcotráfico en las selvas colombianas.  Pasamos la requisa y cada uno a lo suyo. Mitú, la capital del Vaupés, se encuentra en la orilla del gran río Vaupés, un rio de aguas color marrón, de buena pesca, origen de la etnia Cubeo.

Pero ese no es mi destino final. Voy más adentro, hacia el río Papurí, hasta la frontera con Brasil. En Mitú me alojo temporalmente en una casa en el barrio indígena, unas viviendas cómodas construidas en madera, y todo en la casa huele a madera húmeda, a monte. Estaré allí mientras logro conseguir una cita con Monseñor Belarmino Correa, el obispo de los antiguos Territorios Nacionales, obispo del grupo Javeriano cuya sede administrativa está en Yarumal, Antioquia. Por fin consigo la cita con Belarmino, al que por ningún motivo le debo decir que soy antropólogo, pues necesito su permiso para instalarme en el pueblo de Acaricuara, ubicado en las vegas del río Paca, río afluente del Papurí. Monseñor Belarmino no gusta de los antropólogos por las constantes críticas que recibe del gremio y del gobierno por la educación que le dan los Javerianos a los indígenas que habitan en las márgenes de los ríos Paca y del río Papurí en la frontera con Brasil. Le informo a Belarmino que soy pedagogo y después de un animado almuerzo, accede a dar su autorización para que viaje hasta Acaricuara y realice mi trabajo.

El viaje a Acaricuara no es fácil, pues se encuentra a dos días de recorrido por entre la selva o una hora en avioneta desde Mitú. Como la idea es aprovechar mi viaje para trasladar la lancha con la que me movería por la región del río Papurí, emprendí el viaje de dos días en compañía de dos expertos indígenas de la etnia Tucano que manejarán el motor y muy conocedores de todos los vericuetos del viaje. Salimos navegando por el río Vaupés, amplio de orilla a orilla, una corriente tranquila y rico en peces. El gran río Vaupés, base de la mitología de los indios Cubeo, pues por el descendió la gran serpiente Anaconda, madre de las tribus amazónicas. A la media hora de recorrido por el Vaupés, entramos por un caño de aguas más pequeñas, muy tupido de ramas, con las aguas de un color rojizo transparente, es el caño Pompeya que durante una mañana recorremos en la voladora o lancha, con una parada para almorzar sardinas con salsa de tomate, galletas de soda para calmar el hambre y agua recogida en el mismo caño. El recorrido fue tranquilo, descendimos para realizar un traslado a pie por una trocha que se encontraba en medio de la selva. Fuimos poco a poco llevando la lancha y el motor y las distintas vituallas que teníamos. Los grandes árboles de la selva, las raíces de los árboles, la humedad que caía junto con las gotas de agua desde los árboles, hacían difícil el camino, más para mí, que no estaba acostumbrado a este trote. Ya al atardecer los indígenas decidieron que era mejor pernoctar en la selva, pues llegaba la noche y no veríamos nada para poder trasladarnos. Se improvisó un pequeño campamento, coloqué con la ayuda de mis acompañantes la hamaca, el toldillo, y me dispuse a dormir por primera vez en mi vida, en medio de la selva.

Al día siguiente atravesamos la trocha y llegamos a una comunidad ubicada en las márgenes del caño Yi.  En este lugar se encontraba una familia indígena de la etnia Tucano, y como nosotros estábamos sin probar comida preguntamos por la posibilidad de cenar algo. En ese período había   cosecha del gusano llamado “Tapurú”, que se extrae de las raíces de una palma, un gusano grasoso de color morado, utilizado como complemento alimentario en esa época del año por los indígenas. Yo llevaba arroz en mi morral, que la señora de la vivienda nos cocinó y junto con el gusano pasado por agua, procedimos a comer con gran entusiasmo. El gusano me pareció grasoso, pero sirvió para calmar el hambre y en esa temporada hube de comerlo muchas veces acompañando un delicioso pescado moqueado (pescado asado a la brasa con leña), con fariña (harina de yuca amarga) en otros recorridos por estos caños y ríos. Continuamos nuestra ruta por el caño llamado Caño Yi. El recorrido por este fue corto, pues más adelante ya nos ubicamos en el río Paca, en cuyas orillas se localizan distintas comunidades indígenas, de diferentes grupos étnicos como los Barasano, Tatuyo, Desano, Sirianos, en una gran conglomeración de etnias y de idiomas, que hacen de esta región un área multicultural y multilingüistica pues cada persona indígena habla desde tres hasta cinco o seis idiomas indígenas diferentes, sin contar el español. Debido a esta proliferación de lenguas, durante mucho tiempo años atrás, se usó en la región un dialecto denominado el “Geral o Yeral” idioma general que fue una mezcla de distintos idiomas indígenas con el idioma brasilero, de tal manera que todos se entendieran en un único dialecto. En la actualidad solo quedan algunas palabras como recuerdo de este dialecto.

El caño Paca, por el cual nos desplazamos en este primer recorrido, es un río de aguas negras transparentes debido a que contiene minerales que le dan este este color oscuro y a la vez transparente. Río de pocos peces por su escaso oxígeno, de aguas calmadas en verano, pero fuertes en invierno. Aguas nítidas que dejan ver su fondo lleno de algas y pequeños peces, aguas que brillan con la luz del sol y que de vez en cuando las recorren pequeñas serpientes acuáticas, aguas protegidas por los árboles que dan sombra en medio del sofoco de la selva. Seguimos por el rio Paca, teniendo que bajarnos en diferentes puntos ya que se encuentran muchas “Cachiveras” o raudales, peligrosas pues son partes del río donde las aguas pasan entre rocas con corrientes muy veloces y fuertes. Para pasarlas hay un camino o varadero para obviar el raudal y pasar a pie, mientras la lancha la pasan el motorista y su ayudante por la Cachivera. Más de una vez han naufragado en estas Cachiveras las lanchas, perdiéndose la carga y algunas personas que se ahogan. Cuenta la mitología de la región del Amazonas que los grandes espíritus cuando decidieron crear a la humanidad, encargaron a la gran serpiente Anaconda, para que ella fuera dejando a las diferentes tribus a lo largo de su desplazamiento. En cada sitio donde ubicó a una tribu, se creó un raudal. Así fue como la Anaconda dejó primero a los Tucano y fue dejando también una cueva como su casa en la que se formaron las Cachiveras o raudales. Luego la Anaconda dejó a los Desano, y así sucesivamente a cada tribu, hasta dejar por último al grupo de los Siriano. Según el orden en que fueron ubicados en el gran río por la Anaconda celeste, el linaje es superior según el orden de filiación genealógica mítica. Los Tucano por ser los primeros, son los mayores y quienes conocen toda la mitología, los Siriano, por ser los menores, solo conocen una parte de la mitología y son inferiores clánicamente. “En ese lugar, generalmente un raudal, los diferentes pueblos adquirieron sus lenguas propias y se dispersaron hacia los territorios que les asignaron de acuerdo con la parte del cuerpo de la anaconda ancestral de la que surgieron, y que corresponde al orden de nacimiento de los clanes y de las especialidades sociales que se les atribuyeron” (Cayón, L, 2.008).

Ya en el caserío de Acaricuara, procedí a organizarme para vivir un año en este lugar.  En aquella época, el caserío estaba dividido en dos sectores, pero unido por un hermoso puente en madera que atravesaba el caño Paca. Un pueblo de mayoría de población de la etnia Tucano, pero también estaban familias Desanos, Barasanos, Sirianos y otros grupos. En ese momento los sacerdotes Javerianos eran los administradores de la Educación Básica. Antes de estos, estuvieron en el río Paca y el Papurí, los misioneros Monfortianos, un grupo de misioneros holandeses que llegaron a esta región aproximadamente en 1.920, misioneros fundamentalistas dispuestos a todo para convertir al catolicismo a las familias indígenas. En este proceso iniciaron su labor acabando con la vivienda tradicional amazónica la Maloca, pues estos misioneros holandeses consideraron, que todas estas representaciones culturales de los indígenas, eran cosa del demonio. La Maloca es una vivienda habitada por grupos familiares en la que se ubican varias familias con los yernos y esposas y sus hijos, distribuidos en la estructura de la gran vivienda. En la maloca se localiza, según la concepción mitológica de los pueblos indígenas del Amazonas, el centro del mundo, sostenido por un tronco que se encuentra en el centro de la edificación. En la maloca se elabora el yagé, la bebida sagrada elaborada con el bejuco o capi (Banisteriopsis Capi SP) que se pone a hervir con agua en una olla especial, hasta que está lista para su toma en la que el chamán dirige el viaje que llevará a los participantes hasta la Vía Láctea y al encuentro con los espíritus ancestrales. Con el Yagé, el Chaman se trasforma en jaguar, otro animal mitológico desde la Orinoquia, hasta el Amazonas dueño de los animales y de la vida y la muerte. La maloca como centro espiritual de estas comunidades, es también un espacio donde se elabora el polvo de la coca, otra planta sagrada, la cual se pulveriza con la madera mirapiranga una madera preciosa del Amazonas de la que están hechos el pilón y el palo para pilar la hoja quemada de la coca, y se revuelve con hoja de yarumo. Una vez está lista se introduce en la boca diluyéndose paulatinamente y da fuerza para el trabajo, los recorridos, la cacería y en las fiestas sagradas del grupo familiar que habita en la maloca. La coca y el yagé, son plantas sagradas para los indígenas del Vaupés.

En las varias ceremonias a las que asistí, recuerdo con precisión, el canto de una anciana indígena Tucano, que se ubicó en el tronco del centro de la maloca, y lanzó un grito musical que se expandió por la selva durante varios minutos en medio de la noche. Los bailes y la música de flautas sagradas, el uso de la coca, del tabaco, y de la chicha. Los ancianos chamanes bailando adornados con las coronas elaboradas con plumas de guacamayos y tucanes, los brazos adornados con sonajeros de pepas de palma, los fuertes pisoteos de los pies de hombres y mujeres que iban tocando las flautas con los coros y cantos sagrados, hacían de estas fiestas otro mundo lleno de colorido y sacralidad nunca antes vivido por mí. Era un universo lleno de sensaciones y de fuerza ancestral en medio de esta selva, de los ríos y sus raudales, y donde se sentía la presencia del jaguar y de la Anaconda sagrada.

En el río Paca y el Papurí, a pesar de los embates de la religión monoteísta, los indígenas logran sostener sus bailes y danzas tradicionales, sus mitos y costumbres, y para sus ceremonias adaptaron algunas viviendas para celebrar sus fiestas tradicionales como la fiesta del Dabucurí, una gran fiesta de la cosecha de las frutas y de los peces. Con hermosos diseños y bailes, los chamanes cantan a sus espíritus tradicionales y al jaguar sagrado, convirtiendo estos espacios en flujos de liberación cultural, en los que la chicha elaborada con más de treinta sabores diferentes, con los frutos de la pupuña, yuca amarga, piña, chontaduro, seje y otras variedades de frutos animan la fiesta ritual, en la que las mujeres son las encargadas de distribuirles la chicha a los asistentes. Cada mujer mayor, lleva una olla llena de chicha con su respectiva tasa elaborada de totumo. Uno debe tomarse la tasa ofrecida por cada mujer, una tras otra, varias veces en la noche. Luego un poco de manbe o polvo de la planta de coca, algo de tabaco, con lo que usted llega a las seis de la mañana completamente despierto y borracho, luego de pasar este ritual alegre y sagrado.

La frontera Colombo Brasilera, en aquel entonces, era una región abandonada por los dos países. El lado izquierdo bajando por el río, es de Colombia y el derecho, es de Brasil. En un viaje, descendimos de la lancha en un pueblo brasilero de nombre Melofranco, un hito internacional, según la plancha que mostraba las coordenadas de la ubicación. Lo que me llamó la atención es que estos indígenas hablaban Tucano y brasilero, y consideraban a los indígenas Tucano que se localizaban en el lado colombiano, como gente que practicaba la brujería y que eran de temer. Cuando llegamos al caserío colombiano, los indígenas Tucano del lado colombiano, también consideraban a los indígenas Tucano brasileros, como brujos de gran poder y les temían por esta razón. Ahí entendí que la humanidad siempre considera al otro, al extranjero, como bárbaro y como persona de temer.

 Fotografía del actual caserío de Acaricuara, Vaupés y el caño Paca. Tomada de:

En otros desplazamientos llegamos a los caseríos de Monfort y Santa Teresita, denominados así porque los misioneros holandeses Monfortianos instalaron su centro de operaciones en este lugar.  Un caserío de indígenas Tucano y Desanos que conserva todavía las casas construidas con estilo holandés por los misioneros. Casas de paredes en barro pisado, ventanas en madera, habitaciones estrechas y techo de palma, todas de color blanco, Los Monfortianos expulsaron a las familias indígenas de las malocas y los obligaron a vivir en viviendas unifamiliares construidas al estilo de los “blancos”. Prohibieron su música, cantos y medicina y persiguieron fuertemente a los chamanes prohibiéndoles el uso del yagé y de la coca, pilares de la cultura Amazónica. En ese estilo de caserío se hicieron todos los pueblos a lo largo del rio Papurí y del río Negro en la frontera con Brasil. En los años 1.940 pasó por el río, la misionera Sofía Müller, también holandesa, conocida como “la Diosa Blanca”, quien también evangelizó a las tribus indígenas atacando su cultura tradicional. Años después ingresó al rio Papurí, el Instituto Lingüístico de Verano o -ILV-, para traducir la biblia a los idiomas indígenas autóctonos de esta región. Aunque ya Sofía Müller lo había hecho en el año 1.940. En ese mismo año, de 1.940, abandonan las misiones los Monfortianos y son reemplazados por los misioneros Javerianos, que tuvieron una actitud más tranquila con los indígenas, pero ya el devastador paso delos Monfortianos y de Sofía Müller habían hecho el desastre cultural.

En Acaricuara pude observar cómo se iba transformando y acabando poco a poco el bagaje cultural de las tribus originarias. La producción de cocaína estaba llegando de la mano de jóvenes indígenas que venían de trabajar en los cultivos de Miraflores Guaviare, que era el epicentro mundial del cultivo y producción en el mundo de la sustancia en aquella época. Estos jóvenes aliados con algunos denominados inversionistas, ingresaban con aviones DC3 cargados con bultos de sal química, que en esa época se utilizaba para exudar la hoja de coca y con gasolina, en la que se introducen las hojas de coca para a las 24 horas, sacar el líquido de gasolina y pasarlo en un cedazo al cual se le va echando permanganato de potasio y otro ácido, para convertir así los residuos en la denominada base de coca como primer paso para producir la cocaína como tal. El aeropuerto de Acaricuara era una planicie deforestada, en la que pastaban algunas vacas llevadas por Monseñor Belarmino Correa, para cambiar los hábitos alimenticios de los indígenas. Antes de aterrizar, los aviones, o las avionetas, daban una vuelta sobre el caserío para que la comunidad fuera al aeropuerto y espantara las vacas y los perros que ponían en riesgo el aterrizaje y el decolaje de la nave. La llegada de un avión era motivo de alegría, pues en mi caso, venían los periódicos de quince días y las noticias familiares.

Este caserío fue mi primera experiencia de convivencia de largo tiempo con un grupo indígena, donde estaban también los misioneros católicos y los misioneros evangélicos del ILV. Habité en la vivienda del Capitán Mayor indígena llamado Francisco Cordero, que me permitió estar allí junto con su familia y mi compañero de trabajo, un indio de la etnia Tatuyo de nombre Jaime Pereira. Jaime, un buen hombre, me enseñaba como moverme en este medio y me daba sugerencias para mantener buenas relaciones con el Capitán de la comunidad que era un poco complicado. En una ocasión, salí a Bogotá por asuntos de la oficina del proyecto. Mi mamá, Melba Díaz de Alzate, tenía por costumbre enviarme cartas contando como estaba la familia y dándome sus bendiciones. En esa ocasión, Melba me había enviado una carta en la que al final, a manera de chiste, me decía: “Mijo, cuidado se lo comen esos indios”, igual me decía que ojalá me encontrara una guaca rica, para que dejara de trabajar tan lejos de la casa. Yo dejé la carta dentro de mi morral y viajé tranquilamente. Cuál no sería mi sorpresa, cuando al regresar, encontré a toda la gente de la casa con cara de enojo, nadie me hablaba y me miraban mal. Le pregunté a mi compañero Jaime que pasaba. Me dijo, “Edgar, es que Francisco esculcó su morral y encontró la carta de su mamá y la leyó. Está bravo porque dice que como así, que ellos no son caníbales y que qué era eso”. Pues me demoré varios días tratando de demostrarle al Capitán de la comunidad, que mi madre no sabía nada de indios y que no le hiciera caso a ese comentario. Aparte de que me había esculcado mi morral, yo resulté culpable por esas palabras.

En esta hermosa selva, atravesada por los ríos y caños de aguas negra, donde por las noches se escuchaba el grito gutural de los micos Araguatos, solamente había una maloca en píe en un caserío denominado Yapú, poblado por indígenas de la etnia Tatuyo. Para ir desde Acaricuara hasta Yapú, hay que caminar por una trocha en la selva durante una hora. El camino como todos los caminos de la selva estaba lleno de raíces que obstaculizan el paso y en medio de grandes árboles. Pero no es una selva muy tupida, pues había claros y espacios en medio de los árboles. Eso sí, estaba lleno de mariposas de muchos colores que hacían de este recorrido un tiempo lleno de belleza. Tocaba atravesar cerca de uno de los raudales más grandes de la región, pero los indígenas construyeron un puente para pasar de un lado al otro sin peligro alguno. Me llamó la atención la escasa presencia de felinos o mamíferos típicos de la selva pues nunca supe de que se localizaran jaguares o dantas, u otro animal en esta selva. Creo que el paso de la colonización y la cacería de los mismos indígenas disminuyó la fauna local. Yapú tenía una maloca grande, decorada en sus paredes con diseños propios de la cultura en colores vistosos y en su techo estaba un ave Tucán, de plumas coloridas y alegres. Esta ave es la guardiana de las malocas. Como comenté anteriormente, en la maloca se ubicaban varias familias de un linaje común y precedidas por el abuelo mayor del grupo.

En una de las visitas a Yapú, viajamos con el sociólogo holandés que realizaba su trabajo por algunos días en esta área. Por la mañana fuimos a bañarnos a la orilla del río que pasa cerca del caserío, en ese sitio se localiza una Cachivera pequeña, pero peligrosa pues es estrecha y el río pasa muy veloz y fuerte. Nosotros nos teníamos que bañar muy cerca de la orilla. Pero el sociólogo holandés se movió más al centro del río en una parte no muy honda, pero la corriente del rio lo fue moviendo poco a poco hacia el raudal. Traté de meterme al agua, pero sentí la corriente muy rápida. Yo veía desesperado como a pesar de estar de píe el amigo sociólogo, la corriente lo llevaba lentamente. En ese momento llegó un niño indígena y le dije que fuera por una persona adulta para que socorriera a mi amigo. El niño me dijo que no había tiempo y entonces, se mete en el río y el niño llega hasta donde estaba el holandés y lo tomó de la mano y lo fue sacando de la corriente. Nunca olvidaré la escena de este holandés grande y asustado tomado de la mano de un pequeño niño Tatuyo que lo rescató de una posible muerte. Después asombrados, nos reíamos y observamos que por eso han sobrevivido durante milenios las etnias indígenas, por su conocimiento ancestral de su medio y de su hábitat.

Mi permanencia en esta geografía de Colombia, me enseñó como las culturas indígenas a pesar de las acciones de todo tipo de grupos religiosos, militares, guerrilleros, mafiosos, por destruir su cultura y su hábitat, no han conseguido lograrlo y que tal vez es la fuerza y la presencia de sus espíritus ancestrales, como la Anaconda sublime y el Jaguar sagrado, así como los espíritus de sus animales  sagrados, los que los protegen y los animan a sobrevivir en un país lleno de violencia e ignorancia por el otro.


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