Carta a los educadores del Colegio General Santander, en sus ochenta y cinco años de existencia

17 de octubre de 20170 COMENTARIOS AQUÍ

Estimados profesores:
Soy hijo de JOSÉ GERMÁN y MARÍA LIBIA, sufridos campesinos como toda nuestra colectiva ascendencia.
El sentido de estas palabras es sencillamente agradecerles la labor que han desempeñado con mis condiscipulos, hijos y nietos: su dedicación y su entusiasmo en la ardua tarea de enseñar.
Entiendo que es siempre complicado tener la responsabilidad, día a día, de llevar la parte más importante de la formación de nuestros hijos.
Es cierto también, como suele comentarse en todos los foros de enseñanza, que la que se entiende imprescindible responsabilidad de educar está en casa, en la familia, en el día a día.
Sin embargo, me niego rotundamente a quitar el mérito que tienen todos los que, como ustedes, se levantan cada mañana para afrontar en sus trabajos la dura tarea de formar, preparar y disponer a los hombres y mujeres del futuro.
Convengo con ustedes en que es un trabajo muy duro y, por lo que se oye, a veces hasta bastante desagradecido. Sin embargo, opino que hoy en día es el trabajo más importante de todos.
En sus manos ha estado, está y estará, formar a las futuras generaciones de profesores, médicos, abogados, ingenieros, jueces, filósofos, matemáticos, lingüistas y todo tipo de profesionales.
Es un importante peso, para una importante labor.
En un futuro, quizá no tan lejano y por otra parte bastante agorero, podrían desaparecer los médicos y cirujanos, y ser sustituidos por máquinas y ordenadores que bajo un perfecto control aséptico podrán abordar y reparar el cuerpo humano (de hecho ya nos servimos de esas máquinas).
Desaparecermos los abogados. En algunos estados de América, bajo precio de unos pocos de dólares, puede obtenerse de un cajero automático el texto de un convenio regulador de separación y divorcio.
Y hasta el otro día leí que un programa de apenas 50 euros es capaz de vencer al campeón del mundo de ajedrez, aunque al parecer el programa se muestra incapaz de mantener una conversación meridianamente coherente con un humano (confieso que este último aspecto me encanta).
Sin embargo, como mucha gente, no concibo un futuro en el que no existan los profesores, los maestros. De una u otra forma, ustedes se han  ido abriendo paso, a veces en silencio, entre todas las adversidades que el destino ha puesto en su camino, incluyendo las reformas de la enseñanza.
Una de las metáforas vitales que siempre guardaré en mi retina es que incluso en las más cruentas guerras siempre queda una escuela en pie y un profesor o profesora al frente de ella, seres valientes a los que sin duda atribuyeron el gen del espíritu inquebrantable.
Aun recuerdo, como si fuera ayer, un día de septiembre u octubre de 1963, inicié un ciclo en un curso, me incorporaba, tímido, confuso y asustado, al primero  “A” de Secundaria en el Colegio ( hoy grado 6º.) Tiempo despues, hace ya largos 48 años me matriculé en la Facultad de  Derecho, en la Universidad del Cauca. Las dos únicas cosas que le he pedido al destino son que, así como aprendí a no perder jamás la capacidad de esfuerzo, tenga también la Institución que me vio crecer, suerte de que crucen por su camino profesores que puedan parecerse a los que tuve en esos años en el Colegio General Santander.
No puedo más que transmitirles que ha sido y sigue siendo para mí un privilegio y un auténtico honor que los mios y mis amigos, hayan puesto en las manos de todos ustedes la educación de nuestos hijos y hacerles partícipes de mi profunda admiración y respeto por el trabajo que desempeñan, que sin duda seguirá inspirando a todos los alumnos que pasen por sus aulas y les animará a dar siempre, como ustedes, lo mejor de sí mismos.
Igualmente les pido el favor de que transmitan esta admiración y agradecimiento a todos los profesores del claustro, los que no tengo el placer de conocer y apenas si distiguir a unos pocos y, por supuesto, a su Rectora. Todos y cada uno de ustedes son y serán siempre imprescindibles. Todo sueño necesita, siempre, un capitán al timón.
Espero que tengan unas extraordinarias celebraciones, sin duda alguna merecidas, por estos ochenta y cinco años de existencia formando hombres con valores para la sociedad.
Muchísimas gracias, de corazón.
Un fuerte abrazo a todos.
Pedro Emilio Montes Sánchez
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