Estimados profesores:
Soy hijo de JOSÉ GERMÁN y MARÍA LIBIA,
sufridos campesinos como toda nuestra colectiva ascendencia.
El sentido de estas palabras es
sencillamente agradecerles la labor que han desempeñado con mis condiscipulos,
hijos y nietos: su dedicación y su
entusiasmo en la ardua tarea de enseñar.
Entiendo que es siempre
complicado tener la responsabilidad, día a día, de llevar la parte más
importante de la formación de nuestros hijos.
Es cierto también, como suele
comentarse en todos los foros de enseñanza, que la que se entiende
imprescindible responsabilidad de educar está en casa, en la familia, en el día
a día.
Sin embargo, me niego
rotundamente a quitar el mérito que tienen todos los que, como ustedes, se levantan cada mañana para afrontar en
sus trabajos la dura tarea de formar, preparar y disponer a los hombres y
mujeres del futuro.
Convengo con ustedes en que es un
trabajo muy duro y, por lo que se oye, a veces hasta bastante desagradecido.
Sin embargo, opino que hoy en día es el
trabajo más importante de todos.
En sus manos ha estado, está y
estará, formar a las futuras generaciones de profesores, médicos, abogados,
ingenieros, jueces, filósofos, matemáticos, lingüistas y todo tipo de
profesionales.
Es un importante peso, para una importante
labor.
En un futuro, quizá no tan lejano
y por otra parte bastante agorero, podrían desaparecer los médicos y cirujanos,
y ser sustituidos por máquinas y ordenadores que bajo un perfecto control
aséptico podrán abordar y reparar el cuerpo humano (de hecho ya nos servimos de
esas máquinas).
Desaparecermos los abogados. En
algunos estados de América, bajo precio de unos pocos de dólares, puede
obtenerse de un cajero automático el texto de un convenio regulador de
separación y divorcio.
Y hasta el otro día leí que un
programa de apenas 50 euros es capaz de vencer al campeón del mundo de ajedrez,
aunque al parecer el programa se muestra incapaz de mantener una conversación
meridianamente coherente con un humano (confieso que este último aspecto me encanta).
Sin embargo, como mucha gente, no concibo un futuro en el que no existan
los profesores, los maestros. De una u otra forma, ustedes se han ido abriendo paso, a veces en silencio, entre
todas las adversidades que el destino ha puesto en su camino, incluyendo las
reformas de la enseñanza.
Una de las metáforas vitales que
siempre guardaré en mi retina es que incluso en las más cruentas guerras
siempre queda una escuela en pie y un profesor o profesora al frente de ella,
seres valientes a los que sin duda atribuyeron el gen del espíritu
inquebrantable.
Aun recuerdo, como si fuera ayer,
un día de septiembre u octubre de 1963, inicié un ciclo en un curso, me
incorporaba, tímido, confuso y asustado, al primero “A” de Secundaria en el Colegio ( hoy grado
6º.) Tiempo despues, hace ya largos 48 años me matriculé en la Facultad de Derecho, en la Universidad del Cauca. Las dos
únicas cosas que le he pedido al destino son que, así como aprendí a no perder
jamás la capacidad de esfuerzo, tenga también la Institución que me vio crecer,
suerte de que crucen por su camino profesores que puedan parecerse a los que tuve
en esos años en el Colegio General Santander.
No puedo más que transmitirles
que ha sido y sigue siendo para mí un privilegio y un auténtico honor que los
mios y mis amigos, hayan puesto en las manos de todos ustedes la educación de nuestos
hijos y hacerles partícipes de mi profunda admiración y respeto por el trabajo
que desempeñan, que sin duda seguirá inspirando a todos los alumnos que pasen por
sus aulas y les animará a dar siempre, como ustedes, lo mejor de sí mismos.
Igualmente les pido el favor de
que transmitan esta admiración y agradecimiento a todos los profesores del
claustro, los que no tengo el placer de conocer y apenas si distiguir a unos
pocos y, por supuesto, a su Rectora. Todos y cada uno de ustedes son y serán
siempre imprescindibles. Todo sueño necesita, siempre, un capitán al timón.
Espero que tengan unas
extraordinarias celebraciones, sin duda alguna merecidas, por estos ochenta y
cinco años de existencia formando hombres con valores para la sociedad.
Muchísimas gracias, de corazón.
Un fuerte abrazo a todos.
Pedro Emilio Montes Sánchez