Con las líneas
que abren estas sencillas páginas, me permitimos ofrecer un espacio discreto
para la reflexión cuando se acerca la conmemoración de los 114 años del
nacimiento de San Luis – Sevilla.
Mis palabras
son sencillamente las de un sevillano que fue llamado por el Señor a ser
Sacerdote para siempre y esto me llena de
júbilo pues, fue gracias a mi familia, arraigada en este amado pueblo
desde muy temprano, donde recibí la fe y con ella descubrí mi vocación; amo
servir al Señor y, discretamente, aportar algo al crecimiento de la ciudad de
mi alma.
Lo que sigue no
se trata de una síntesis histórica ni pretende ser una diatriba contra nadie;
es solamente el pensamiento de un sacerdote nacido en la tierra que ha sido
reconocida como la Capital Cafetera de Colombia y que otrora ocupó —gracias a
la tenacidad de los suyos— espacios y lugares de importancia en diversos campos
de la vida regional, nacional e internacional. Hoy, desde la distancia, cuando
contemplamos la vida de quienes hicieron posible esta ciudad, nos preguntamos
hasta dónde se ha cumplido su ideal de hacer un pueblo para aunar esfuerzos y crear un amable espacio
para la vida en comunidad, para la comunidad local y el progreso integral:
¿Es esto lo que
hoy llamamos Sevilla? ¿Es lo que los fundadores, señores Heraclio Melitón,
Zenón Joaquín, Jesús Antonio, Emiliano, Francisco Eladio, Francisco Alvarado y
sus familias sembraron desde su pensamiento e ideales en esta tierra enclavada
en la serranía andina? ¿Es lo que ellos sembraron con sacrificio y avizoraron
con ilusión? ¿Hemos cuidado la heredad del sacrificio de las primeras
generaciones que desafiaron toda suerte de penurias? ¿Somos los vigías de la
heredad de un pretérito que quiso lo mejor para Sevilla y que por nuestras
manos debería —léase “deberá”— pasar a las generaciones nacientes y las futuras?
¿Conocerán nuestros futuros sevillanos la génesis de lo que hoy contemplamos
—sin considerar lo que desapareció por la ineptitud e irresponsabilidad de
los propios hijos o de foráneos que se
apoderaron de aquello que fue fruto del sacrificio de otros—? Profética y
sabiamente nos enseña el Papa Emérito Benedicto XVI: «Esta sociedad está muy
expuesta a la manipulación ideológica […] Producto inevitable de este
desarrollo es una sociedad que ignora su pasado y, por consiguiente, carece de
memoria histórica. Cualquiera puede ver la gravedad de esa consecuencia: así
como la pérdida de la memoria provoca en la persona la pérdida de su identidad,
de modo análogo este fenómeno se verifica en la sociedad en su conjunto»1 .
Y es que da la
impresión que para muchos, hoy en Sevilla, el esfuerzo de otros no significara
nada. El pasado es pasado y no se puede cambiar, pero sus consecuencias se
viven en el presente. Esto nos sugiere un examen de conciencia a todos los
hijos de Sevilla: ¿qué hice o qué he hecho por Sevilla? Cada cual sabrá en su
corazón responder, pero si es justo reclamar: ¿por qué Sevilla perdió tanto en
su progreso en las últimas décadas?, ¿por qué el avance vertiginoso de sus
primeros lustros disminuyó? Respuestas hay muchas, pero, siento que hay signos
de irresponsabilidad, avaricia,
corrupción, ambición, desinterés, la falta de sentido comunitario, la
ausencia de dolor por lo propio, la palabra empeñada y no cumplida, el egoísmo
esclavizante… Todo esto, inevitablemente, tiene que afectar y dejar heridas
duraderas.
Otra pregunta
que nos hemos de hacer en conciencia todos sin excepción: ¿a quién le duele
nuestra Sevilla? Cada gobernante, cada ciudadano, cada administrador público
y/o privado, cada docente, cada obrero, cada sacerdote, cada pastor, cada
ciudadano, cada papá y mamá, etc., deberíamos cuestionarnos: ¿qué he aportado a
la ciudad; ¿la he servido?; ¿la he cuidado?; ¿soy de los que busca inculpar a
otros para obviar la responsabilidad u ocultar mi falta?
Las respuestas
han de aflorar desde la conciencia de cada uno que se siente unido a Sevilla
por el vínculo moral, espiritual o generacional. Las dejamos para que delante
de la inteligencia objetiva y de la luz de fe, sean ciertas y nos muevan a lo
que ha de ser noble, justo, bueno y amable para nuestra querida ciudad.
Nos gusta
escuchar que tenemos un hermoso Paisaje Cultural Cafetero, una imponente
Basílica Menor, una bella y larga historia musical, buenos escritores, muchas
vocaciones, el mejor café, etc. pero, ¿por qué no nos interesamos más por la
ciudad? Estas letras quieren ser un clamor para que todos pensemos en serio en
el protagonismo de Sevilla. Una ciudad donde campean tantos vicios y desórdenes
en muchos ámbitos ¿ofrecerá un ambiente justo para quienes nacen y empiezan a
abrir su corazón a la vida? ¡Claro que no!
Vuelvo a
recordar unas elocuentes palabras de don Óscar Toro Echeverri para darnos
cuenta que si es posible que una pequeña ciudad retome el curso del progreso y
exorcice todos los gérmenes de maldad humana que la acechan: «Sevilla era por
los años 40 un real emporio de riqueza agrícola, envidiable centro de
actividad comercial y conglomerado
humano de muy señaladas virtudes. Las gentes del campo labraban su pegujal sin
apremio y sin sobresaltos, esperanzadas en la bondad sin tasa de las cosechas.
Los habitantes de la ciudad se codeaban sin recelo ni desconfianza y hacían
causa común de toda empresa cívica […] Era, en términos concretos, una sociedad
disciplinada, con objetivos muy claros y con propósitos bien definidos, a tono
con la legendaria ambición de sus fundadores y con el permanente reclamo de sus
moradores. Ocasional y parcamente se apelaba a los medios de gobierno en
demanda de auxilios porque la iniciativa privada y la acción comunitaria
ahogaban el gesto mendicante […] El desbordante crecimiento vegetativo de la
población ha creado un caos citadino que se traduce en miseria, en hacinamiento
de barriada, en franca ausencia de modales y de buenas costumbres, en irritante
infracción de toda norma, en proliferación de cantinas y de bares nocturnos, en
total desaseo urbano. Se recuperará Sevilla de todas estas dolamas y
claudicaciones, o seguirá […] por el atajo que le han trazado gamonales […] a
espaldas de su destino histórico» 2.
Ciertamente que
no podemos dejar pasar de largo otro 3 de mayo. Hagamos nuestras estas
palabras: «recordar con gratitud el pasado, vivir con pasión el presente y
abrirnos con confianza al futuro»3 .
Claramente
comprendemos que no es con el lamento como se remedian los sinsabores de la
vida; mucho menos con armas como la ambición o la crítica destructiva, la
búsqueda frenética de intereses particulares, o la rapiña que la envidia hace
aflorar en las intenciones de muchos, etc. No es así; la respuesta la hallo,
yo, sacerdote, en la enseñanza de Cristo y de la Iglesia: es con el trabajo en
común; la búsqueda amable y transparente del bien del otro y de los otros; el
servicio por amor y el hacer a los demás lo que deseo para mí mismo (Cfr.
Hechos de los Apóstoles 2, 44). Será ésta la herramienta para que se cumplan
las palabras de nuestro himno: “un gran pueblo serás en la historia si
prosigues tu lucha tenaz”. No podemos dejar para después, sabiendo siempre que
el tiempo vuela implacable y es la única oportunidad que tenemos para crecer
integralmente y ser personas de bien orientadas al servicio a los demás,
servicio que se proyecta como luz, a la dimensión de eternidad que llamea en
nuestra intimidad; eternidad que se deja ver desde nuestros pasos peregrinos
por la historia, historia que debe ser noble por la huella que en ella dejamos
por nuestra honesta actuación.
Si los Primeros
Pobladores de nuestro solar nativo no escatimaron esfuerzo alguno para ver
nacer la ciudad, hemos de corresponder con los múltiples recursos y las
variadas facilidades del presente, para hacer más amable y digna la vida de la
ciudad de nuestras querencias, permitiendo que la historia humana, sea y siga
siendo también para Sevilla, Historia de Salvación, ofreciendo en ello su Vida
misma, que es vida abundante y eterna.
Con estas
líneas concluimos algunos elementos que nos permiten, desde nuestra perspectiva
cristiana—espiritual, darnos cuenta de la necesidad de mantener entre nosotros
los sevillanos propios y por adopción, la comunión que es signo de la comunión
con Dios, plasmación concreta de la vocación de todo cristiano que peregrina en
el mundo y en el tiempo.
En síntesis,
vivamos siempre en actitud de memoria, gratitud y compromiso, dejándonos guiar
por el Espíritu de Dios y la Verdad siempre nueva y vigente del Evangelio.
Reconocemos que
« […] las cosas aprendidas en la infancia crecen con el alma y forma una misma
cosa con ella […]»4 .
P. Rodrigo
GALLEGO TRUJILLO,
Rector del
Seminario Mayor “Los Doce Apóstoles”
3 de mayo de
2017
[1] Discurso del Santo
Padre Benedicto XVI a los miembros del Comité Pontificio de Ciencias
Históricas, Sala de los Papas
viernes 7 de marzo de 2008
2 Óscar Toro Echeverri. Del Sevilla que se fue; manuscrito inédito propiedad de su esposa y
familia y que gentilmente, y con singular gesto de confianza, me facilitaron.
3
Juan Pablo II. Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte (al comienzo del tercer
milenio), 6 de enero 2001, 1.
4 San Ireneo de Lyon,
carta a Florino en Eusebio de Cesarea,
Historia Eclesiástica V, 20.