Nunca antes había
crecido tanto como en ese año y medio en Sevilla, cada atardecer de colores pintó
mi alma de nuevo. Llegué con el corazón lleno de heridas, cual sobreviviente de
una catástrofe nuclear y con el espíritu mudo y gris.
Sevilla pintó de
nuevo mi alma con sus cálidos atardeceres, con sus días de lluvia, con el
silencio de la paz y con la gente más maravillosa y solidaria que haya podido
encontrar. Fueron casi 600 días de aprendizaje, amor, cariño y sobre todo
reconstrucción. Es increíble lo que la soledad puede lograr en las personas:
sanar el odio que pudre el alma y luego tener la capacidad de perdonarlo todo.
Estaré eternamente
agradecida con Dios y con la vida por ese maravilloso momento de tan solo 18
meses que me restauró la fe en mi misma, en Dios y en la humanidad.
Empecé a vivir
allí un 15 de enero con mi hijo, llegamos con un par de maletas, algunos
artículos de supervivencia y en mi caso con el corazón destrozado y el alma
hecha trizas. Tan solo un mes atrás me había separado del padre de mi hijo
luego de dar la batalla más larga y absurda de mi vida.
Llegué con menos
de un año de experiencia laboral y tratando de entender cómo iba a construir mi
vida sin la ayuda de nadie y con un bebé. Suena simple, pero en la realidad es
el desafío más complejo para cualquier mujer. Empezar cargando un universo a
cuestas, porque, si, ir por la vida intentando sobrevivir, es cargar el mundo
en la espalda, ser madre soltera es cargar un universo, especialmente de dolor
y soledad.
No tenía ninguna
expectativa en particular, excepto seguir respirando ofreciéndole lo mejor de
mí a mi hijo. Poco a poco mi herido corazón empezó a sanar con el maravilloso
trabajo que pude ejercer, ser periodista y no tener censura al momento de
realizar cada nota. Junto a esto se sumó el conocer personas increíbles en mi
trabajo, compañeros solidarios, unidos, sencillos y humildes.
Mi suerte no
terminó allí, pude estudiar mi segundo idioma gracias a una beca y además
encontré una niñera increíble que más por solidaridad que por el pago cuidaba
muy bien a mi hijo. A este increíble momento de mi vida llegaron amigas
entrañables que aún hoy recuerdo con cariño y gratitud. Todas madres solteras
como yo, pero más fuertes, aguerridas e inteligentes. Su valeroso ejemplo me
ayudó aún más a superar mi dolor y sobre todo a dimensionar el futuro sin miedo
y con alegría.
Escribo estos párrafos
emocionada y feliz de haber vivido esa enriquecedora parte de mi vida. Fueron
tan solo 18 meses, pero creo que nunca antes había vivido tan plena, crecí en
este tiempo como nunca antes, me enamoré por primera vez: de mí misma! Justo
allí empecé a amar a mi hijo, a replantear mis sueños y a aceptarme tal cual
soy.
Fueron días de
soledad infinita, semanas enteras de lágrimas y amargura en el alma, de
preguntarme porqué había tomado tantas malas decisiones en mi vida, de
reprocharme cada mala elección en este universo, de odiarme por no haber sido
más inteligente, de odiar a todas las personas que me habían hecho daño, de no
creer en nada, de desear que un rayo me partiera en dos y mi miserable
existencia se fuera al carajo… horas y horas de preguntas sin respuestas,
lágrimas y rabia.
Dios siempre
estuvo allí, dándome fortaleza para transformar todo ese odio en amor, todo ese
rechazo en aceptación, me dio atardeceres de colores maravillosos, paisajes
increíbles… momentos únicos acompañados de música y valiosos amigos, me enamoró
de la vida y de mí misma.
Haber conocido
personas tan solidarias me enseñó de solidaridad, compartir con compañeros de
trabajo humildes, sencillos y apasionados me mostró el camino: la vida consiste
en ir con la maleta ligera hacía donde el corazón se incline.
Aprendí desde recetas deliciosas hasta de
arte. ¡Sevilla da para todo! Es magia, magia pura. Hace casi un año que no vivo
físicamente allí, y aclaro lo de físicamente, porque una parte de mi corazón se
quedó allá y mi alma divaga constantemente entre montañas, frailejones y
atardeceres con doble arco iris.
El día que me fui,
lo hice porque a esta altura de mi vida y con las responsabilidades que tengo,
mi estabilidad laboral pesa más que lo que me dicta mi corazón. Desde el momento
en que empecé a alejarme, no paré de llorar. Mi instinto me decía que habían
pocas probabilidades de volver a encontrar un lugar tan mágico y con gente tan
buena. Hasta el momento ha tenido razón.
Anhelo poder
regresar algún día, así las cosas hayan empezado a cambiar… Anhelo volver a ver
ese hermoso cielo de colores, las araucarias del parque Uribe, el bello odeón
del parque principal, la inigualable vista desde el restaurante de Cris, los
frailejones del Páramo de Las Hermosas, las increíbles personas que conocí.
Sentir el aire fresco de las tardes y el olor a madera camino a la que fue mi
casa. Escribir este texto es nada frente al agradecimiento que hay en mi
corazón, pero hoy, más que nunca extraño ese inigualable pueblo montañero
vigilado por bosques y habitado por las personas más increíbles que he
conocido.
Gracias por todo y por
siempre.
Mitxué Trujillo Atckey