―Alabad al Señor que la música es buena; nuestro Dios
merece una alabanza armoniosa (Sal 146,
1) ―
Nos
enseñaron con las primeras letras que la música es un sonido agradable al oído;
definición cierta y que describe con simplicidad, un universo abierto para
descubrir, universo tan grande como las posibilidades que se despejan con los
cálculos aritméticos. Si esta sentencia es cierta, ¿cómo pensar en los llamados
gustos musicales? ¿Será que un sonido
agradable para mí lo será necesariamente para otro? Tal vez no, porque, el
gusto ―misteriosa inclinación del sentir― es divergente, y hasta cambiante. Pero,
si es ecuménico el pensar que la música en su belleza, debe suscitar la nobleza
del corazón, ha de desvelar la grandeza de las almas, ha de mover el
pensamiento a llenarse de lo más grande y majestuoso que puede haber sobre
nosotros: Dios mismo, y Éste, viviente en el rostro único y original de cada
prójimo.
¡Cómo
no alabar al Señor! Lo encontramos en la grandeza de una sinfonía; en la
sincronía de una coral, el esplendor de la ópera, la sublimidad espiritual del canto
gregoriano, la dicha de los aires nacionales; está en la inspiración del cantor
sencillo que en acordes simples logra expresar en pentagramas de ilusión sus
más ocultos recuerdos o sus más recónditos sufrimientos.
La
música ―admirable signo de la perfección de Dios y sutileza de los espíritus
humanos― tiene la misión de elevar el alma hasta las sinfonías del cielo; de
encumbrar el espíritu hasta el Señor de cielo y tierra; hacer gozar, por la
armonía, las intimidades del alma; enamorar los sentimientos del corazón por la
melodía inspirada en lo noble y recto de las intenciones.
No hay
duda que para quien sabe servirse de la música que eleva el espíritu, podrá
empezar a acostumbrarse a tener mayor nitidez y sintonía de fe para saber que
Dios es la perfecta música que suena en aires de dulzura en el entramado de la
persona y sus enmarañadas búsquedas de sublimidad.
La música noble enaltece; así, emulando la sabia sentencia “la
arquitectura es una música congelada” (Goethe), consideremos que quien va en
pos de arpegios sensibles, artísticos y con inspiración, elaborados, descubrirá
que la música es construcción agradable al ser.
“Todos los días
deberíamos oír un poco de música, leer una buena poesía, contemplar un cuadro”
(Goethe).
P. Rodrigo Gallego Trujillo|
Rector del Seminario de Buga.
Buga, noviembre 18 de 2014