Pocos
días atrás, me atreví a escribir un comentario en un artículo de este medio
pero, como no estoy adscrito a las redes sociales, el sistema me lo anuló.
Sin
embargo, no importa, porque ahora, como especie de “venganza”, voy a tocar el
tema con algo más de la extensión premeditada.
Empiezo
por apuntar que, aunque algo tardío, y motu
proprio, va un modesto reconocimiento a unas plumas a quienes Alirio se da
el lujo de poseer y cuyas colaboraciones no le causan erogación alguna, pues el
entrañable y arraigado sevillanismo no les permite pensar en un beneficio
económico. Ahí radica el verdadero mérito de estos apreciables paisanos.
Solo
me voy a referir a cuatro de los múltiples talentos que Sevilla se precia de
tener, pues los otros ya tienen una inobjetable trayectoria, que sería
redundante volver a mencionar.
Digo
que mis cuatro mosqueteros –en orden aleatorio y sin jerarquías- nos han
deleitado con alguna frecuencia con sus deliciosas prosas, de variopintos
coloridos: unos hablan de política, otros de sociología, otros de filosofía,
pero conjugan un deseo carente de egoísmo, y siempre entregan sus
investigaciones u opiniones sin esperar algo a cambio.
En
la creación de Óscar Humberto Aranzazu no es extraño encontrar el desparpajo
innato de todos los de su familia. Cuando se reúnen, uno tiene que estar
preparado para ganarse unas cuantas líneas más de la “pategallina”, pues todos
ellos fueron dotados, tanto en su aparato fonatorio como en su escritura, de una
continua e inacabable producción y creatividad que, en las más de las veces, a
los desconocedores de la verdadera historia del solar nativo nos ponen en la
disyuntiva de pensar si eso ocurrió o no.
Confieso
que no lo he leído como debiera, pero no salgo del asombro del detalle con que
narra cualquier episodio, por simple o elemental que sea.
Édgar
Alzate es otro pequeño gran sevillano que ha dejado ver las garras literarias
con que fue dotado. Su amenidad y minuciosidad son extraordinarias. Sorprende,
porque en sus escritos tantea el detalle que el lector no espera y se entromete
en agradables vericuetos que, pese a la solemnidad –diferente de Óscar-, lo
convierten en ameno e imposible de dejar de leer.
El
distante Álvaro Noreña, radicado desde hace marras en la provincia antioqueña,
mezcla las letras con la producción visual, en un maridaje indisoluble, que nos
lleva a rememorar las pilatunas juveniles que todos acometimos hace ya unas
buenas décadas. Sin embargo, Álvaro, con relativa frecuencia, repasa el camino
entre la montaña paisa ancestral y la cordialidad sevillana.
El
incansable Abelardo Giraldo –mi tente, como le digo- ha sabido aprovechar la
inmediatez de la internet para compartirnos su meticulosidad en la política
internacional, que a todos nos afecta positiva o negativamente, y ya acumula un
buen número de artículos que, de tumbo en tumbo, recuperan su vigencia, pues
muchos dirigentes no recuerdan o, tercamente, repiten los nefastos episodios de
la historia.
En
fin, a estos sevillanos de gran cuño los animo a no echar marcha atrás en esta
noble tarea de mantener viva la historia de nuestro querido solar nativo. Mil
gracias y… ¡siempre adelante!
Bogotá, D. C., 2 de junio de 2015
Antonio J. Arias B.
Exclusivo para El Ciudadano| Copyright © 2015
Imagen| Redes Sociales
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