Por Gonzalo Cañas Ángel
Sevilla, Enero 2012
Las araucarias del Parque Uribe sirvieron de marco para la fotografía tomada a los niños que estudiábamos con la Señorita Ruth Quintero. Nuestro kínder funcionaba en un amplio local que estaba ubicado en el sitio donde hoy se levanta el edificio de la Cooperativa de Caficultores.
A través de aquella fotografía, que con tanto esmero conservara Julián, recordábamos las pequeñas mesas redondas, cada una rodeada de cuatro sillas, donde nos sentábamos a diario para aprender las primeras letras, al tiempo que recibíamos de Ruth su dedicación, su afecto y conocimiento en torno al juego del trompo y las canicas.
A través de aquella fotografía, que con tanto esmero conservara Julián, recordábamos las pequeñas mesas redondas, cada una rodeada de cuatro sillas, donde nos sentábamos a diario para aprender las primeras letras, al tiempo que recibíamos de Ruth su dedicación, su afecto y conocimiento en torno al juego del trompo y las canicas.
Años después nuestro segundo encuentro se dio en el Colegio General Santander cuando ingresamos a primero de bachillerato, y donde Don Plutarco, su padre, fuera nuestro profesor de inglés. Esta vez el destino nos reunió no solo en el mismo salón de clases, sino también en el mismo Barrio - Marco Fidel Suárez- o Puyana, donde se trasladaría mi familia al mes de comenzar ese año lectivo. En este lugar, y a los doce años, pude conocer a todos estos seres maravillosos que hacían parte de ese sólido y amistoso tejido que caracteriza a los habitantes de este singular barrio, y con quienes Julián mantuviera un permanente vínculo de camaradería, respeto y fraternidad; relación que perduraría hasta el final de su vida.
Julián fue un gran lector de poesía como también de su escritura y declamación; es indudable que el amor que sentía por la creación literaria lo condujo a ese alto nivel de depuración en su estilo, reflejado en la consistencia de sus escritos. Lo anterior lo comprobé cuando me senté con él a redactar un texto que nos sirviera de soporte en una empresa un poco quijotesca como fue la de aspirar al Concejo de Sevilla, de esto hace ya muchos años, siendo Julián quien encabezara la lista que proponíamos, dada su claridad en lo pertinente al manejo administrativo y su indiscutible capacidad para el debate serio y objetivo. La lista la conformábamos personas ajenas al corriente accionar político.
Su inquebrantable compromiso con las personas lo condujo a hacer por ellas todo lo que estuviera a su alcance; recuerdo aquella vez que viajó a los Estados Unidos al enterarse de la grave e irreversible enfermedad que aquejó a Rosa Buitrago, nuestra inolvidable amiga, procurando mitigar un poco tan dramático momento.
En la actualidad los encuentros eran muy eventuales; pero cuando se daban, nuestro saludo era cordial y fraterno, empezaba con la muy familiar frase: ¡Hola cuñado!, empleada desde adolescentes, cuando Julián visitaba a mi hermana Julieta.
Julián permanecerá entre nosotros. Nunca olvidaremos su profundo sentido de la amistad. Siempre fue un hombre de diálogo sereno y sabio; los argumentos que esgrimía, estaban respaldados por su sólida formación en las más diversas disciplinas, de ahí su claridad en el manejo de los más exigentes temas de carácter universal.
Julián fue un hombre de paz, por eso nunca podremos entender esa acción demencial y cobarde de los homicidas.
A su señora esposa, a sus hijos, a su padre, hermanos y demás familiares, las más sentidas condolencias y el acompañamiento en tan infausto momento.