Hace 5 días, en horas de la mañana fui sorprendido en mi residencia en Cali con la noticia que jamás imaginé: uno de mis cercanos, el mayor de mis hermanos había sido presa de seres demenciales y asesinos y, como resultado, su vida me había sido arrebatada sin aviso alguno y sólo nos me quedaba aferrarme al profundo amor que laboriosamente forjó en mi corazón.
La noticia trágica tenía como mensajera a mi esposa, quien con su cara de angustia y sus frases atragantadas auguraban una tragedia: "gordo", me dijo, "parece que mataron a Julián, tu hermano".
Los sucesos que siguieron son todos dolorosos: llamar a Julián Andrés el mayor de sus hijos, cómo decirle a mi padre quien hasta ahora, después de 6 años de su partida, apenas estaba aprendiendo de nuevo a caminar por la vida sin la compañía de mi madre. Pronto su voz acongojada al teléfono me decía que ya una llamada confusa lo había sacado de la rutina de su ejercicio matutino diciéndole "su hijo murió esta mañana en forma violenta"...
Lo impensable nos acontecía, la violencia de la que dan cuenta diaria las noticias, entró solapada y cobarde a nuestra familia como en la noche del 28 lo hicieron los criminales asesinos a la residencia de Julián. Los que andan por la vida destruyendo se daban festín y de contera nos empujaron al dolor de vivir sin él. Julián era la noticia del 29 y 30 de diciembre.
Nuestra familia está conformada por seres sencillos, trabajadores y amables. Enseñados por mi padre, Plutarco, y por mi madre Graciela, a seguir siempre las reglas de juego, a acatar las normas y leyes y encontrar la felicidad y la libertad espiritual en los valores como la honestidad, el respeto, la solidaridad, la entrega a los demás. Así somos, no buscando con ello nada distinto a ser felices y libres en nuestros espíritus. De esa familia nació el Julián que ustedes conocieron.
Esos valores no están en riesgo en nuestro seno familiar. La violencia no es para nosotros viable, escapa a nuestra vocación espiritual. Ver a los canallas padeciendo vejámenes iguales o peores que los que ellos tan meticulosamente proporcionaron a mi hermano, NO reduciría en lo más mínimo nuestro dolor, como tampoco lo haría verlos sentenciados por la justicia de nuestra comunidad a la pena más dura que tenga. No está en las manos asesinas de los que solo saben sembrar destrucción brindar a nuestra familia una brizna de sosiego.
Pienso si, que es imperativo para la comunidad sevillana exigir a sus órganos de protección y justicia, dar claridad al crimen cometido en la humanidad de Julián y pedir que sean castigados ejemplarmente. Ello a mi juicio significaría que muchas familias sevillanas no tendrían que vivir el dolor que hoy vive la mía, y además conminaría a todo aquel que este pensando en seguir ese mal ejemplo criminal a abstenerse.
A mi hermanito del alma. Paz en su tumba y mi amor por siempre. A mi padre, Plutarco, a Nhora y Jairo, mis hermanos, el consuelo que pido al que todo lo puede para seguir adelante. A mi cuñada Consuelo y a mis sobrinos, Julián Andrés, Jorge Mario, Germán Darío sabiduría para seguir la senda que Julián les trazó. A los amigos, un abrazo lleno de gratitud por siempre estar allí. A la comunidad Sevillana la tarea a la que los llamo desde mi modesta posición de ciudadano. Gracias a todos por acompañarme a llorar en la tumba de mi hermano.
Diego Fernando Ocampo García
Estoy compungido ante la noticia criminal. Julián Ocampo siempre fue un alumno sobresaliente con brillo propio, no utilizó el valimiento de su padre que era nuestro profesor durante el bachillerato. Comerciante y empresario en el campo de los juegos de azar: honesto y ciudadano ejemplar.
Recuerdo que cuando empezó a organizar el encuentro de egresados creó un enlace y se apoyó en Carlos Alberto Martínez, le dije "lo mejor que puedes hacer es escribirle a Alirio Acevedo y difundir todo a través de "El Ciudadano", así lo hizo". Nos animó para reunir a los egresados de julio 1970, le hicimos caso y lo disfrutamos aquella noche de baile y licor con el otro mono, el mono Iván Reina y el polifacético actor Álvaro Rodríguez, entre otros. Leí el texto de Ernesto Pino, me los imaginé de médicos y los recordé tertuliando, en los descansos de clase. Ernesto hace una semblanza de Julián a partir de la anécdota con la adivina que sintetiza una amistad duradera.