Pachito Santamaría

6 de agosto de 20250 COMENTARIOS AQUÍ

Texto Gustavo Noreña Jiménez.

La historia de cómo Francisco Santamaría Londoño, más conocido como “Pachito”, llegó a ser un farmaceuta.

“El hombre solo puede entenderse por orden ascendente desde la física, la química, la biología y la geología” -Pierre Teilhard de Chardin.

Dedicatoria:

Dedico esta crónica al arquitecto Jorge Caicedo, quien me rebeló algunos datos de su padre Aníbal Caicedo Martínez, y a Margarita Santamaría Cañas, quien me habló de su padre Francisco Santamaría Londoño.

“La suerte está echada”

Pachito nació en Fredonia, Antioquia, en 1919, cuando los fantasmas andaban en mulas por los caminos, asustando a todos sus habitantes. A este paisa, le picó el bicho de emprender nuevos horizontes para labrarse un camino decoroso en la vida y, en la búsqueda de este objetivo, siendo muy joven, desde la edad de trece años trabajó en su pueblo natal en una botica, limpiando telarañas en los rincones, pisos, anaqueles, y además, ejerció como ayudante de botica, y allí empezó a conocer los signos de las enfermedades y el manejo de los medicamentos, pero en su mente se agitaban ideas de progreso y acariciaba el sueño de trabajar en una ciudad próspera, y a sus oídos llegó la voz de que en Sevilla, Valle, todo el mundo conseguía trabajo y que por sus calles y caminos reales corrían ríos de leche y miel, pues el cultivo del café, hacía de esta población una de las más prometedoras de Colombia; y en 1943, tomó sus escasos bártulos, se los echó al hombro y dirigiendo sus pasos a ese pueblo, como si fuera Julio César, el emperador romano atravesando el Rubicón, dijo: “Alea iacta est”, lo cual quiere decir, la suerte está echada, expresión que se usa cuando se ha hecho algo que ya no tiene retorno.

Ver para creer

Cuando Pachito llegó al pueblo vio ríos de gente corriendo de un lado para otro, todos estaban ocupados en alguna cosa, eran hormigas que llevaban hojas para donde la reina madre en un hormiguero; entonces, Pachito, igual que el apóstol Santo Tomás cuando le dijeron que Cristo había resucitado, pensó: “Ver para creer”, y él con lo que ya había visto, creyó que en Sevilla corrían ríos de leche y miel; y sin pensarlo dos veces porque el que piensa, pierde, se fue para la Plaza, y al pasar por la esquina de lo que hoy es el Banco de Davivienda, vio un aviso en un local que decía Farmacia Blanca y rápidamente ofreció sus servicios.

―y ¿Usted que sabe hacer?

―Yo conozco el oficio de farmaceuta.

― ¿Tiene experiencia?

―Uff...Trabajé muchos años en una farmacia en Fredonia, mi pueblo natal.

“Vine, vi y vencí”

Con esta carta de presentación fue contratado y allí estuvo laborando por mucho tiempo, cumpliendo todas las funciones asignadas por el Doctor Gómez, quien era el dueño de la farmacia, y allí en ese lugar continuó puliendo sus conocimientos sobre el manejo de las drogas medicamentosas al lado del eminente médico, al cual fue mucho lo que le aprendió, pues a Pachito, le encantaba seguir los protocolos científicos. Con el correr del tiempo, compró la mitad de los derechos en la farmacia, y ya teniendo una propiedad, luchó con más ahínco, pues eso le daba más ánimo para seguir adelante en busca de sus metas, y uno de sus objetivos era comprar la totalidad de la farmacia, lo cual logró en un mediano plazo, gracias a que la clientela abundaba, haciendo muy rentable el negocio. El día que Pachito fue dueño único, la alegría se le salió por todos los poros y parecía que levitaba de la emoción, y en un momento de inspiración, dijo: “Vine, vi y vencí”, frase que utilizó Julio César, el Emperador Romano, cuando triunfó en la batalla de Zela, contra Farnaces II del Ponto, y acto seguido inició otra lucha para cambiarle el nombre a la farmacia, y el día que lo logró, cayó de rodillas al piso, y recordando cuando Jesucristo le dijo a Pedro: “Tu Pedro, y sobre esta roca, edificaré mi iglesia”, Pachito, dijo: “Sobre esta piedra, edificaré mi farmacia”. Y ese día nació la Farmacia Sevilla. Ese sueño se hizo realidad y se convirtió en un mito en la población, que continuó transmitiéndose por generaciones, perdurando a través del tiempo hasta nuestros días, como una de las farmacias más queridas por el pueblo sevillano.

Papeletas analgésicas

Algunas personas cuentan que por aquellas calendas hubo una extraña epidemia que azotó muy duro a las gentes, que se manifestaba por una mocoseadera abundante, corrían ríos de agua por la nariz; un lagrimeo permanente, que nublaba la vista; un malestar general que invitaba a dormir todo el día, y unos estornudos que salían de las casas y se iban por todas las calles, formando un barullo, que les hizo pensar a todos los habitantes que se acercaba el fin del mundo, y la población acudió en masa donde Pachito, pues según decían era el único que los podía salvar, el cual les formuló las recetas conocidas hasta el momento, pero sin resultados satisfactorios y gente seguía cayendo enferma como moscas.

Entonces Pachito se puso a echarle cabeza al asunto todos los días, se devanaba los sesos a cada momento, lo cual se convirtió en una obsesión, hasta que una noche se levantó de la cama donde dormía y salió corriendo como un loco; se fue al lugar donde preparaba sus medicamentos, y de una manera febril mezclaba ingredientes farmacológicos, volvía a inventarse nuevas mezclas, hasta que por fin tuvo una revelación y lanzó un grito que estremeció todos los confines de la población, y repetía como un poseso: “Eureka, Eureka”, expresión que usó Arquímedes, científico griego, que cuando se estaba bañando en una bañera descubrió el principio de la flotabilidad, y salió corriendo desnudo por las calles de Atenas, gritando “Eureka, Eureka”; palabra del griego antiguo que significa , lo he encontrado.

Pachito bautizó el invento como las “Papeletas analgésicas”, y fue tanto el éxito que tuvo, que la noticia salió en muchos periódicos, y dicen que vinieron médicos de la Organización Mundial de la Salud para llevárselo a trabajar a Europa, donde había una peste similar que los médicos no habían sido capaces de curar, y Pachito les dijo: “Mijos, yo no puedo dejar a mis pacientes sin ayuda en esta emergencia, yo más bien les regalo la formula”

“Pachito Santamaría”, El mago

A Pachito le encantaba el deporte del ciclismo, el cual practicaba a cada rato, y era el “as barbado” en esa disciplina. Alguna vez sus hijos estuvieron de vacaciones en Cartago donde Julio León Betancurt, el gran tenor sevillano, y el sábado por la noche cerraba la farmacia, tomaba su bicicleta y se iba a visitar su familia, llegando a media noche a su destino, después de desafiar curvas terribles y sobre todo la oscuridad de la noche.

Cuando se regresaba al otro día escalaba esas montañas como si no estuvieran empinadas, parecía un cohete viajando a la luna.

Fue participante frecuente de la doble a Manzanillo, competencia de ciclismo con un estilo carnavalesco, pues los requisitos fundamentales para participar eran estar disfrazados y tener entre pecho y espalda una buena dosis de licor; los ricos bebían whisky y el populacho aguardiente, pues en esas justas deportivas participaba la crema y nata de la sociedad y el pueblo, todos juntos. Pachito alguna vez se disfrazó de mago, con un carro acompañante y el correspondiente aviso publicitario que decía: “Pachito Santamaría, El mago”. Durante la carrera muchos dijeron que el mago los tenía embrujados, pues pasaba al lado de ellos y los dejaba viendo un chispero, pero no era brujería, eran las fuertes piernas que él había cultivado con esmero en el ejercicio de este deporte.

Era como una cabra desafiando y riscos montañas

Pachito fue durante muchos años aficionado al atletismo. Salía trotando a las diferentes veredas. Muchas veces se fue como una bala hasta la Basílica de Buga, porque era devoto del Señor de los Milagros, y con esta fe que lo impulsaba, recorrió caminos a diestra y siniestra, brincando de monte en monte con la agilidad de una cabra.

Subió trotando hasta la línea en los límites del Quindío con el Tolima. Era como una cabra desafiando riscos y montañas. Cuando se fue a vivir a Bogotá, el cumpleaños número 93 lo celebró subiendo a pie hasta el Alto de Monserrate, y dicen que quería continuar hasta el Cerro Guadalupe, era como si en vez de corazón tuviera insertado un motor mecánico.

El profesor Aníbal Caicedo Martínez

Por las calendas de 1948, el profesor Aníbal Caicedo Martínez, fue contratado como profesor de Física y Química del Colegio General Santander. El “profe”, era graduado en Química Farmacéutica en la Universidad Central del Ecuador, y también tenía el título de Físico Puro, en la Universidad Nacional de Colombia.

El profesor Caicedo, quien tuvo en la calle Miranda un establecimiento comercial llamado Farmacia Salud, observando que había muchos “boticarios” o personas que regentaban una farmacia, con escasa preparación en tan delicada área del saber, les dictó en forma gratuita unos talleres, y uno de sus mejores alumnos fue Pachito Santamaría, que ya se perfilaba como una persona que le gustaba escuchar las enseñanzas de los hombres de la ciencia. El profesor Caicedo fue el mentor científico de esta cochada de boticarios. Y cuenta Margarita Santamaría Cañas, hija de “Pachito”, que varios “boticarios” de Sevilla, se fueron a estudiar Farmacia a Bogotá en la Universidad Nacional; esas personas fueron Don Cesar López, Don Carlos Herrera y “Pachito” Santamaría.

Después de estudiar en la Universidad Nacional, Pachito, se “chupó” todas esas enseñanzas como una esponja y las puso en práctica en el ejercicio de su trabajo, y mejoró sobremanera su presentación personal, la higiene, la limpieza, la desinfección permanente de todos los lugares de la farmacia, dando un aspecto de un establecimiento próspero. Es decir, ese curso fue el punto de quiebre de su formación como boticario, se podría decir, que era un científico despachando y formulando drogas. En este curso entendió la diferencia entre lo que es la ciencia y la charlatanería, pues la ciencia, que es la luz que guía el desarrollo de la humanidad, tiene muchos demonios que se disfrazan de científicos pisando con gran fuerza el terreno de la Pseudociencia.

Pachito, yo le compro su farmacia

Pachito prosperó con su farmacia, situación que disfrutó por mucho tiempo, hasta que un día por esos avatares de la vida le tocó por fuerza mayor vender su tesoro, por el cual había luchado tanto.

―Pachito, yo le compro su farmacia, pues es la mejor del pueblo, pero con una condición―dijo el comprador

― ¿Cuál condición?

―Que usted no monte otra farmacia, pues toda la clientela se iría para donde usted y yo me arruinaría.

La negociación se hizo efectiva, y Pachito siguió en la farmacia, ya no como dueño, sino como un empleado más, y luego con el devenir de la vida, se enrumbó para la capital y por allá en ese frío, la huesuda lo llamó para que lo acompañara al más allá.

Buscando el mejor médico

Muchas personas que ya se han muerto y sus espíritus están circunvalando el universo, dicen haber visto en su palacio celestial a Asclepio, Dios de la medicina y la curación en la mitología griega, en muy lamentable estado de salud, y escucharon cuando ordenó llamar a los mejores médicos y farmaceutas de la constelación, para que lo salvaran de la muerte, y a su llamado acudieron Hipócrates, Avicena, Galeno, incluso Higia, hija de Asclepio, Diosa de la curación, pero un vozarrón con la fuerza de un huracán invadió el Palacio Celestial y dijo: “ Ya no busquen más que aquí está el mejor de todos y se llama “Pachito Santamaría”, y los asistentes estallaron en gritos de júbilo que estremeció varias galaxias.

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