La ciudad prohibida

2 de junio de 20250 COMENTARIOS AQUÍ

Texto de Lisandro Duque Naranjo

Me impactó Laura Sarabia viajando a China en Air France, y según los enterados, en clase turista. Supongo que previo al segundo tramo, París-Pekín, se acogió a un sueño reparador en la capital francesa, pues los dos trayectos, con escala de horas apenas, es extenuante. Seguramente llevó datos precisos sobre a cuál hotel llegar, para sumarse a la delegación presidencial. Un viaje de 15.000 kilómetros para estar con la misma gente que aquí elude y que le queda a cuatro cuadras.

No sé cuánta gente deba andar junta de toda la comitiva en China, pues algunos funcionarios deben cumplir su visita en lugares puntuales. Carlos Carrillo, por ejemplo, deberá ir al equivalente chino del UNGRD, donde quizás no tenga que ir con el presidente, y así sucesivamente el resto de funcionarios con sus agendas en sus respectivas especialidades. Es decir que no a todas partes deben ir en patota, lo que le permitirá a la viajera solitaria cumplir algunas gestiones sin la compañía del presidente. De hecho, no figuró en la alocución de coyuntura por el robo de los votos en el Congreso.

He estado en dos viajes en delegación internacional, y la verdad no fue fácil para el país anfitrión. El primero fue a Cuba, en el 77, de diez cineastas colombianos, y yo era el único de los viajeros que se hablaba con los demás. El resto se odiaban entre sí, y los cubanos, que ya sabían de esas broncas intestinas, tuvieron que asignar como siete carros de protocolo para evitar malos humores. Ocupábamos el mismo hotel, pero la mayoría no se saludaban ni siquiera al coincidir en los ascensores. En los almuerzos y eventos sí nos tocaba a todos juntos, pero por fortuna había cineastas cubanos que se intercalaban entre tanto genio disímil.

En el 2008 formé parte de un grupo de cinco cineastas para una muestra de cine colombiano en Pekín y Shanghai. Todos nos hablábamos –no mucho– y al llegar a China nos asignaron un intérprete inglés-mandarín con el que yo no lograba hablar por ser el único no bilingüe. Fue insoportable, pues me tocaba comunicarme con mis coterráneos para hacerle preguntas al traductor. Los cansé, pedí un traductor de mi idioma y me asignaron una joven llamada Ophra. Y me independicé del combo viéndolo apenas en cenas, eventos, etc., parloteando inglés.

Ya con intérprete propia fui a donde quise, mientras mis compañeros estuvieron amarrados entre sí tratando de ponerse de acuerdo sobre el lugar a proponerle al suyo para que los llevara. De Ophra aprendí mucho y, en reciprocidad y a pedido suyo, le enseñé a usar cubiertos occidentales en un McDonald’s y le revelé episodios y personajes antiguos de la historia China que ella desconocía: Liu Shaoqi, Deng Xiaoping, Lin Biao, Chou En-Lai, Chiang Kai-shek… sabiduría aprendida en Pekín Informa.

Le molestó Occidente cuando le conté que acá a los gemelos que nacen con las cabezas adheridas les dicen siameses –¡y ella era de Siam!–. Obviamente, omití los nombres que se usan en esta parte del mundo para designar otros síndromes.

Ojalá la canciller haya podido encontrar el parche adecuado para sus diez días en China. Por fortuna Sergio Cabrera, nuestro embajador allá, habla muy bien el mandarín. Y dicen que también Carlos Carrillo, el director de la UNGRD.

El hecho es que todos, al regresar al país, van a sentirse en palacio como los cineastas colombianos que estuvieron en Cuba. Y quizás van a encontrar una ministra menos.

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