Texto de Lisandro Duque Naranjo
Me
impactó Laura Sarabia viajando a China en Air France, y según los enterados, en
clase turista. Supongo que previo al segundo tramo, París-Pekín, se acogió a un
sueño reparador en la capital francesa, pues los dos trayectos, con escala de
horas apenas, es extenuante. Seguramente llevó datos precisos sobre a cuál
hotel llegar, para sumarse a la delegación presidencial. Un viaje de 15.000
kilómetros para estar con la misma gente que aquí elude y que le queda a cuatro
cuadras.
No
sé cuánta gente deba andar junta de toda la comitiva en China, pues algunos
funcionarios deben cumplir su visita en lugares puntuales. Carlos Carrillo, por
ejemplo, deberá ir al equivalente chino del UNGRD, donde quizás no tenga que ir
con el presidente, y así sucesivamente el resto de funcionarios con sus agendas
en sus respectivas especialidades. Es decir que no a todas partes deben ir en
patota, lo que le permitirá a la viajera solitaria cumplir algunas gestiones
sin la compañía del presidente. De hecho, no figuró en la alocución de
coyuntura por el robo de los votos en el Congreso.
He
estado en dos viajes en delegación internacional, y la verdad no fue fácil para
el país anfitrión. El primero fue a Cuba, en el 77, de diez cineastas
colombianos, y yo era el único de los viajeros que se hablaba con los demás. El
resto se odiaban entre sí, y los cubanos, que ya sabían de esas broncas
intestinas, tuvieron que asignar como siete carros de protocolo para evitar
malos humores. Ocupábamos el mismo hotel, pero la mayoría no se saludaban ni
siquiera al coincidir en los ascensores. En los almuerzos y eventos sí nos
tocaba a todos juntos, pero por fortuna había cineastas cubanos que se
intercalaban entre tanto genio disímil.
En
el 2008 formé parte de un grupo de cinco cineastas para una muestra de cine
colombiano en Pekín y Shanghai. Todos nos hablábamos –no mucho– y al llegar a
China nos asignaron un intérprete inglés-mandarín con el que yo no lograba
hablar por ser el único no bilingüe. Fue insoportable, pues me tocaba
comunicarme con mis coterráneos para hacerle preguntas al traductor. Los cansé,
pedí un traductor de mi idioma y me asignaron una joven llamada Ophra. Y me
independicé del combo viéndolo apenas en cenas, eventos, etc., parloteando
inglés.
Ya
con intérprete propia fui a donde quise, mientras mis compañeros estuvieron
amarrados entre sí tratando de ponerse de acuerdo sobre el lugar a proponerle
al suyo para que los llevara. De Ophra aprendí mucho y, en reciprocidad y a
pedido suyo, le enseñé a usar cubiertos occidentales en un McDonald’s y le
revelé episodios y personajes antiguos de la historia China que ella
desconocía: Liu Shaoqi, Deng Xiaoping, Lin Biao, Chou En-Lai, Chiang Kai-shek…
sabiduría aprendida en Pekín Informa.
Le
molestó Occidente cuando le conté que acá a los gemelos que nacen con las
cabezas adheridas les dicen siameses –¡y ella era de Siam!–. Obviamente, omití
los nombres que se usan en esta parte del mundo para designar otros síndromes.
Ojalá
la canciller haya podido encontrar el parche adecuado para sus diez días en
China. Por fortuna Sergio Cabrera, nuestro embajador allá, habla muy bien el
mandarín. Y dicen que también Carlos Carrillo, el director de la UNGRD.
El
hecho es que todos, al regresar al país, van a sentirse en palacio como los
cineastas colombianos que estuvieron en Cuba. Y quizás van a encontrar una
ministra menos.