La crisis de autoridad que hoy nos agobia,
hace pensar a los jóvenes nacidos bajo la férula de los adelantos tecnológicos,
que el viejo es un mueble desvencijado; que el adulto mayor debe vivir,
arrinconado, olvidado, silenciado y, si es posible consignado en un hogar
geriátrico. El viejo, tradicionalmente depositario de lo más preciado que es la
sabiduría, el conocimiento empírico de la vida, la experiencia y muchas veces
el conocimiento científico, permanece desechado, subvalorado y subutilizado.
Cuando se es adulto y quizás cuando nuestros
padres han terminado su ciclo biológico, traemos a nuestra memoria todo aquello
que nos decían y que en su momento no cobró la verdadera dimensión. Entonces,
hoy con frecuencia expresamos: ¡mi papá y mamá tenían razón! Cierto es; lo
único que ellos pretendían era ayudarnos a salir adelante en el tortuoso
recorrido de la vida.
El lento caminar del viejo y, sus naturales
dolores articulares, que ralentiza su movimiento cotidiano, son inversamente
proporcional a la claridad de sus consejos, lo diáfano de sus palabras y, el
alcance de sus recomendaciones. Ahí, es cuando exultantes decimos: ¡mis viejos
tenían razón!
No existe avance tecnológico que supere ni
remplace el haber vivido en carne y hueso las vicisitudes de la vida y sus
naturales incomprensiones. En una larga vida, sortear todas las angustias,
superar las tribulaciones e interpretar las epifanías que aparecen imprevistas
en lo cotidiano, nunca será comparable con la fría inmediatez, la insustancial
y desafiante inteligencia artificial. Todo lo que hoy se vive, es parte del
trasegar por un mundo lleno de impaciencia y obstáculos que propician las
absurdas caídas.
¡Los Cuchos y las Cuchas tenían razón!
La intuición maternal conlleva a desenmarañar
lo imposible y ver con claridad lo que proporciona el sexto sentido. Así,
guiadas por la sensibilidad materna, fue que un puñado de madres insistieron en
intervenir un inmenso lote de terreno denominado "La Escombrera" en
Medellín. Las valientes madres llevaban años en busca de justicia y el calmante
que les aliviará el dolor profundo. Mucho tiempo estuvieron interviniendo ante
instituciones del estado, para permitir excavar miles y miles de metros cúbicos
en la búsqueda de los restos de sus seres queridos que dicen son 504 personas
desaparecidas.
La osamenta mimetizada en el barro, era como
buscar una aguja en un pajar. Después de trasegar y navegar por las aguas
turbias de la burocracia y vencer el negacionismo estructural que caracteriza a
la extrema derecha, la insistencia de las madres buscadoras tuvo por fin
resultado: han ido apareciendo, así sea a cuentagotas, lo que les alivia el
dolor; los restos de sus seres queridos van emergiendo del fondo de la
Escombrera.
En todo esto, aparece el arte como
transgresor. Pretender acallar las expresiones artísticas y su conexidad con
las causas justas en el terreno social y político, es caer en el oscurantismo
de la expresión: "la pared y la muralla es el papel del canalla". No
se trata de los muchos mensajes vulgares que se hacen en la intimidad de un
baño público, donde se da rienda suelta a oscuras pasiones, gustos o tendencias
normalmente inconfesables. Se trata del mural o el transgresor grafiti.
En Colombia por todo lo vivido se pretende
normalizar el dolor pero en contra de
ese tratamiento, los murales expresan la solidaridad con ese dolor. Ocultar el mural y cubrirlo con pintura gris,
se devuelve como un Bumerán y la respuesta la estamos viviendo: múltiples
murales se han replicado en grandes ciudades, realizados por la juventud
solidaria que dan respuesta a la anacrónica pretensión.
Germán
Peña Córdoba
Arquitecto-
UNIVALLE