Texto de Germán Peña Córdoba
La palabra democracia tiene su origen en la antigua Grecia y el sentido etimológico lo explica
todo: “demo” pueblo, “cracia” poder: ¡El poder del pueblo o gobierno del
pueblo! Esa es la esencia de esta palabra tan vilipendiada y que ha sufrido
tantas distorsiones estructurales en su interpretación y en su aplicación.
En
este orden, la Democracia sería el sistema más adecuado y civilizado de
convivencia, que sustituye la ley de la selva y en el papel las pretensiones
dictatoriales. Tal como está constituida, sería el sistema más idóneo para
lograr la paz política y la justicia social dentro de un conglomerado humano.
No es un sistema perfecto, ni tampoco infalible, la Democracia no evita los
defectos perce, ni soslaya la corrupción, la sedición o el levantamiento debido
a las inconformidades naturales que genera el sistema. Precisamente, tiene tan
buen diseño, que permite disentir y expresar libremente nuestro pensamiento,
sin ser objeto de represiones o acallamientos.
En
una verdadera Democracia, el sistema obliga tener un balance de poderes, exige
unos pesos y contrapesos que en teoría neutraliza los apetitos desbordados de
una clase política insaciable y codiciosa. Igualmente es necesario tener; una
oposición propositiva serena y reflexiva. Contrario a lo que se piensa, la
polarización perce, no es mala, es algo inevitable cuando la política es tomada
por la pasión y el sectarismo; cuando la emoción es más fuerte que la razón y
los correligionarios son barras bravas donde la idiotez subyace a la sensatez. La polarización es un desfogue emocional
necesario, cuando la ideología se encuentra por encima del razonable consenso o
supera la concertación multipartidista con un objetivo plural y un proyecto
común de país.
Así
las cosas, la Democracia se ve pervertida cuando es cooptada por los
"Poderes Fácticos" que son las fuerzas que se encuentran por fuera de
la institucionalidad y ejercen una gran influencia sobre el estado. Ellos
pueden ser; la iglesia, la banca, los medios de comunicación, los grandes
grupos empresariales y económicos coloquialmente llamados "Cacaos",
dueños del aire que respiramos. Ellos mandan, imponen y eligen.
Estos
poderes de hecho, estaban acostumbrados a darle línea al presidente de turno y
a cogobernar desconociendo el poder del pueblo, que obliga el sistema democrático
y nuestra carta constitucional. Se debe reconocer su aporte a la economía:
crean riqueza (aunque mal repartida) y crean empleo, pero el Estado no debe
dejarse subyugar. Los poderes fácticos no son malos perce y tampoco los podemos
considerar nuestros enemigos, pero cuando sufren distorsiones, su apetito se
amplía y sus tentáculos cooptan los poderes públicos; en este caso, si pueden
resultar peligrosos para una Democracia.
Tampoco
se puede desconocer, que existen poderes facticos que se ubican por fuera de la
ley, como son la subversión con ausencia de motivación ideológica o los grupos
multicrimen que se disputan las rentas ilícitas como la minería, el
narcotráfico o la extorsión. Es tal la presión
que estos grupos ilegales ejercen sobre el Estado, que este, se ve en la
necesidad de negociar con ellos en la búsqueda de la paz.
Por
supuesto, que, si extrapolamos el tema y nos referimos al país vecino Venezuela
donde entran a jugar y a influir los poderes fácticos internacionales, las
potencias de uno y otro lado se disputan el recurso petrolero, que subyace en
su subsuelo. Justo y razonable es pedir elecciones libres en este país, pero la
libertad debe ser integral, debe funcionar de manera holística o sea elecciones
libres de sanciones económicas y factores exógenos que imponen los poderes
fácticos internacionales.
En
nuestra imperfecta Democracia representativa, los congresistas son cooptados
por los poderes fácticos y esto se da, porque bien sea sus campañas fueron financiadas
por el gran manejo económico que tienen o porque el supra poder intimida y,
obliga a la obediencia debida de personajes que llegan a tan alta dignidad
vacuos, carentes de convicciones y faltos de una sólida formación política.
Así las cosas, periódicamente, casi 50 millones de colombianos, nos vemos chantajeados por este gran poder empresarial que en este caso y con claras motivaciones políticas, llaman a un instrumentalizado paro camionero, que paraliza al país, cometiendo actos contradictorios que otrora eran adjudicados solamente a los “vándalos" y "terroristas".
Afortunadamente
hubo una solución oportuna, sin olvidar que el desarrollo del tren tiene la
llave. Hoy es imposible dudar, que casi
todos los poderes fácticos se encuentran conjurados o complotados en contra del
cambio.
Germán Peña Córdoba
Arquitecto- UNIVALLE