“Sevilla, capital…”

29 de enero de 20240 COMENTARIOS AQUÍ

Texto de Lisandro Duque Naranjo   

Todas las ciudades tienen un segundo nombre o más que les acomoda la tradición. Pereira es de las que ofrecen más títulos. A mediados del siglo XX se la reconocía como la Perla del Otún y también se le decía “la Ciudad de las 100.000 sonrisas”. Cuando pasó de largo por ese número de habitantes, esa frase murió y cambió por la Ciudad sin Puertas, para competir con Manizales que siempre fue la Ciudad de las Puertas Abiertas. Tuvo un tiempo en el que se le llamó la Ciudad Querendona, Trasnochadora y Morena, y algún obsceno prefirió bautizarla como “la Ciudad del río Consota, donde las mujeres se bañan en pelota”. No sé si esas frases simbólicas se usan todavía.

Cali es la Sultana del Valle, la Capital de la Salsa y la Sucursal del Cielo. Una generación de cineastas la apodó Caliwood, muy para ellos. Medellín, según los tiempos, fue Medallo, Metrallo, la Capital de las Flores y, para los clásicos, la Ciudad de la Eterna Primavera.

A Bogotá no le conozco títulos. Los caleños la llaman “la nevera”, los costeños le dicen “la capital cachaca” y los paisas se refieren a quienes vivimos aquí como “los rolos”. Este gentilicio debió ocurrírsele al filósofo Fernando González, de Envigado.

Mi pueblo, Sevilla, fue por años la Capital Cafetera de Colombia, pero ese título, que nos enorgullecía, se fue desmoronando. Lo atribuyo a las estadísticas de la Federación de Cafeteros y al hecho de que mis paisanos, hastiados del monocultivo, experimentan mucho con otras siembras, como la pitaya y la heliconia, aunque esto fue decayendo a falta de mercados. Hoy lo que está en boga, por los millennials locales, son las tostadoras de café de autor, con denominación de origen, ya hay como 70 pymes. Alguna vez un intelectual quiso promover a Sevilla como “la capital cultural del departamento”, pero esa intención no pelechó y ahora nadie la recuerda, a pesar de que el escritor Raúl Flórez Duque se la pasa convocando recitales, concursos y simposios, pero creo que sin auspicios monetarios. Casablanca, un café, se volvió un auditorio alternativo. También puede que prospere “la capital de los festivales musicales”, pues allí llevan décadas ya, cumpliendo anualmente, el Festival Bandola y Sevijazz. Y uno que duró mucho: el Concurso Nacional de Música Carrilera. Puede que sea geográficamente más preciso el rango de Balcón del Valle, pues el pueblo tiene muchos miradores desde donde se divisan en toda su magnificencia los pueblos de la cordillera Occidental y el valle del río Cauca, desde Buga, la Ciudad Señora, hasta los resplandores remotos de la Perla del Otún y, cruzando la calle, todo el valle del Quindío con su capital, Armenia, la Ciudad Milagro. Demasiado para la vista.

Hace años un señor se encaprichó por poner a Sevilla como “el zafiro del Valle”. Empapeló el pueblo con avisos, echó discursos, se inventó un logotipo, pero la gente no se conectó con la propuesta. Para que no fuera en vano la idea, terminaron apodándolo a él Zafiro. Creo que el proponente buscaba una gema azul para aludir subliminalmente a sus afectos políticos.

Entre tantos títulos, el que va a durar menos es el que se inventó la exgobernadora Clara Luz Roldan, para que Sevilla lo comparta con otros cuatro pueblos: “Sevilla, Pueblo Mágico”, que es de un macondismo demagógico. Tuvo que darle plata al municipio para que lo aceptara.

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