Palabrotas

26 de enero de 20230 COMENTARIOS AQUÍ

Texto de Lisandro Duque Naranjo

Algunas personalidades se han disparado a la fama, después de tener una reputación modesta en su oficio, a partir del momento en que, como decimos eufemísticamente, “soltaron una perla” lexicográfica de uso callejero, pero de escasa o ninguna figuración en los medios públicos. “Palabras gruesas”, se les dice en los medios escritos; los cuales tienen un código para transcribirlas, que consiste en usar las dos letras iniciales del “vocablo descompuesto” acompañado de comillas y puntos suspensivos que el lector no tendrá dificultad en interpretar. Por ejemplo “c...” es el órgano excretor del cuerpo, ubicado en la parte posterior y escondido entre las masas glúteas; “hue...” alude a lo testicular; “hp....” es simplemente el madrazo. Ya en los medios sonoros y audiovisuales, la “palabrota” se sustituye con un “bip” electrónico para que no salga al aire en su prístina desinhibición.

Durante muchos años, los locutores deportivos intentaron socializar la palabra “berraquera” para aludir a un gol, pero con los años se levantó la prohibición al término y ahora cualquier transmisión lo ostenta a los cuatro vientos en la narración de un partido o hasta en telenovelas.

En las redes sociales los bips electrónicos no darían abasto con la incursión de influencers espontáneos, y en TikTok e Instagram campean invictas frases como “hoy la cag…”. Toda variable relacionada con lo escatológico abunda en estos pódcasts, incluso algunos neologismos como este que escuché recientemente: “Le respondo con toda la mier… del caso a una podcastera que me insultó ayer por TikTok”. No me atrevo a calificar este léxico como algo que se les ocurre utilizar a los usuarios de las redes, debido a que su discurso es limitado respecto a otras palabras del idioma. No llego a tanto, aunque el abanico de procacidades sustitutivas es enorme, verbigracia “le respondo con toda la ira, indignación, furia...”. A lo mejor, lo que se desea es usar lo más intestinal del lenguaje para ser más contundente.

Las redes sociales —sobre todo las dos que menciono— son mayoritariamente juveniles y de mujeres que ni llegan a los 20 años. Si no fuera porque utilizan filtros visuales en su versión final, pensaría que, aun siendo muchachas latinoamericanas, todas son arias, pues sus ojos son de un zarco sospechoso y el país de origen se les distingue por términos sueltos como “chido” (México) o “parcero” (Colombia). Hay algunos ingeniosos, lo reconozco, que saben qué decirle a la cámara y subirlo para divulgación; curiosamente, no emplean extremismos fisiológicos. Y hay una niña santandereana (Francesca) que es de un talento actoral superior. En cuanto a Facebook, ha quedado para gente otoñal, incluso seria y medio intelectual, y que cada vez abusa menos con fotos de familias muy unidas y paseadoras, que suscitan comentarios tan elocuentes como “¡qué bella familia!” o “¡qué unidos!”. Debe ser porque cayeron en cuenta de que esa ostentación de piscinas y aeropuertos frecuentes se prestaba mucho para que los malintencionados les hicieran inteligencia.

Fue Rigoberto Urán, el ciclista, quien puso de moda la vulgaridad al final de las etapas. Trepaba unas lomas lo más de hp. Y pegó fuerte. Se lo considera un prodigio de autenticidad. Bueno, y Marbelle, que demostró la poca distancia que hay entre la tecnocarrilera y el derechismo en bruto. Y la Cabal, que no necesita ser obscena para decir bestialidades.

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