Disquisiciones acerca de la realidad, como concepto

16 de abril de 20220 COMENTARIOS AQUÍ

Texto de Guillermo Escobar Baena

Esta mañana me levanté pensando en mi realidad…en la realidad del mundo, de mi País, en la realidad de los otros y me dio por afirmar: la realidad es…mi propia realidad, es y existe para mí, como la percibo y pienso. Pero, y la otra realidad? La que me circunda, la del universo, la de las otras personas? Esa también forma parte de mi realidad, de la realidad de los otros, pero para Ellos, también es su propia realidad.


 Cada quien percibe y piensa y siente la realidad como se ha apropiado de ella; como la ha construido en su propio pensamiento, como la ha sufrido o gozado.


Mi realidad algunas veces se torna triste, cuando mi mente en su divagar libre, espontáneo y caprichoso la asocia a hechos luctuosos, por ejemplo. Pero también mi realidad muchas veces es feliz, por fortuna, también porque asociada en el divagar de mis pensamientos, evoca momentos de felicidad vividos en otros instantes, en múltiples espacios agradables y con personas que en gran forma han marcado mi existencia y aún forman parte de mi realidad.


Y mi realidad, la que me circunda y afecta, para bien o para mal, no es solo material, también es espiritual; no es sólo real, también es ideal. No sólo corresponde al mundo de lo tangible, de lo que se mide y pesa, de lo que es extenso…no, también está constituida por lo subjetivo, por lo que no se puede ver ni mensurar; por lo que se siente, se piensa, se construye mentalmente o se destruye conceptualmente, en el mundo de lo intangible, es decir, en el mundo del pensamiento y del conocimiento, ah y también del sentimiento, porque también el amor forma parte de mi realidad.


Es esa realidad, de lo que existe, y, también de lo que no existe, la que tantas disquisiciones ha generado a través del tiempo, en tan diversos espacios y en diferentes momentos de la historia. La que tantos discursos, escritos y estudios ha generado desde la filosofía y todas las ciencias sin que haya aún acuerdo en lo que realmente es y cómo se entiende e interpreta. Quien creyera que siendo el mismo hombre y también la mujer, quienes la han construido, transformado y hasta acomodado a su manera, esa realidad, no logre llegar a un acuerdo sobre su esencia misma y su naturaleza.


Que si como lo es el universo es infinita? Que sí igual que éste se expande o se retrae? Que si tuvo origen y tendrá fin? Pareciera entonces que así como cada quien percibe y entiende el universo según su propia visión, su cosmovisión, sus propias creencias, así mismo la cercanía o trascendencia de la realidad y de cómo se le ve y se le asume, dependerá de la misma ubicación en que cada uno se encuentre con relación al universo mismo, a la sociedad y a su propia realidad y entorno.


Y en estas disquisiciones surge entonces además del concepto de espacio, el nada fácil de asimilar: el tiempo. Así como mi tiempo no es el mismo tiempo de los demás en términos de vida, de existencia, de sufrimiento o de gozo, también la realidad ligada al tiempo mismo, para cada uno es distinta. Tú tiempo no es mi tiempo, porque tu realidad no es mi propia realidad. Pero eso me suena a relativismo, al no existir ni el universo, ni la realidad ni el tiempo, en sí mismo. Tal vez, ¿será que esta tríada está sólo ligada al pensamiento y sólo existe como idea?. Entonces será verdad lo de las ideas y lo del absoluto y lo del mundo ideal? Y lo de las ideas innatas? Y que el tiempo es sólo un constructo humano?


No, porque mi realidad también me conecta con ese mundo a través de los sentidos y por intuición, antes que por conocimiento; me afecta el mundo exterior y sé que sí existe, independientemente de mi conciencia. Ah, digo conciencia, vea pues, es en ese mundo en donde se viene a concretar entonces que, en tanto tengo relación con “algo” que se manifiesta como estímulo externo (o interno) y me genera una reacción, deja una huella en mi cerebro y va abriendo camino a través de las neuronas para ir configurando el mundo de las ideas y luego, entrecruzándose con las avenidas cerebrales abiertas por otras sensaciones, va cobrando sentido en tanto se convierten en conceptos más permanentes que explican tal o cual situación, que permiten la reflexión y la praxis., propios sólo de la condición humana alcanzada en el tiempo.


Ah, entonces es cuando para el cuerpo y también para la mente, empieza a configurarse el tiempo ligado a la conciencia, al mundo de las ideas, de los conceptos y de las respuestas o acciones con las que interactuamos con el mundo exterior. Pero, esos lapsos de tiempo, esos períodos inicialmente ligados al mundo orgánico, a lo fisiológico, también van contribuyendo entonces a que se forme no sólo “el reloj orgánico” sino también “el reloj cultural”, esquemas estructurados que responden a las características y estilos de vida del grupo familiar y/o social al cual se pertenezca, al trabajo para que surja la historia.


El tiempo como medida y como expresión de esa propia realidad. El tiempo como determinante y determinador de esa conciencia. El tiempo como instituyente y a la vez como instituido de la vida misma, para cada uno y por siempre; para su noción de pasado, de presente y también de futuro. De la historia, del actuar en el día a día pero también de la prospección, del mañana. Y así, esa realidad va creciendo, se va construyendo desde y para cada uno, pero también para los demás.


En tanto que es el mundo exterior y la relación con los demás los que me han permitido ir construyendo mi propia realidad, también esa interacción social es la que a través del lenguaje, como expresión del pensamiento me van llevando a ser un ser activo, que no sólo vive, siente y piensa sino que también actúa e interactúa, con y para los otros, en comunidad. Y entonces empiezo a entender que lo que para mí es mi propia realidad, también para otros lo es, en un mismo hábitat, en un común territorio y surge mi identidad: conmigo, con mi familia, con los otros, con mi país.


Ahora empiezo a entender que así como Yo vivo, sufro o gozo mi propia realidad, también las otras personas, desde su propia experiencia, desde su propio conocimiento, también viven, sufren o gozan una realidad que le es propia pero también nos es común porque de manera mancomunada hemos llegado a construirla, a aceptarla o a negarla, a sufrirla pasivamente o a contribuir a transformarla, según el grado de conciencia individual y/o social, que hayamos desarrollado. Según el grado de conocimiento de educación y de manejo del lenguaje que hayamos alcanzado, al entrar en contacto con esa realidad misma que nos transforma y nos moldea.


Por fortuna, ligada a la conciencia, al lenguaje y a la cultura surge la escritura como la forma de expresar y compartir con los demás las primeras nociones, las ideas, los conceptos o categorías según el grado de entendimiento, que con el tiempo ha ido configurando los signos y los símbolos que como convenciones de una cultura, permiten un entendimiento (o no) de una situación o de un comportamiento cotidiano. Pero, oh triste y paradójica realidad: en pleno siglo XXI, conocido como el siglo del conocimiento, se puede constatar hoy que todavía existen muchas personas que son iletradas, analfabetas, es decir, no saben leer ni escribir pero lo que es peor aún, que con todos los adelantos de la ciencia y de la tecnología, haya en nuestro país, miles, tal vez millones de personas que habiendo algún día aprendido a leer y a escribir, hoy son considerados analfabetas funcionales porque lo que menos hacen es leer. De allí que su triste realidad sea la de malinterpretar esa otra realidad en la que viven y que poco o casi nada hagan por transformarla para poder “vivir sabroso”.


Esto me lleva a concluir que mi realidad no es sólo mi propia realidad y como yo la percibo, sino también incluye la realidad de los demás y de cómo la vivimos, la gozamos o la sufrimos.


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