Texto de Gustavo Noreña Jiménez
Fabio Londoño estudió en el Colegio General
Santander de Sevilla hasta primero de
bachillerato, pero la pasión por el fútbol y la música le ganaron la partida a
los estudios, y no es que fuera mal estudiante, sino que, estas aficiones lo
desconcentraron por completo de las otras
actividades educativas, y su mente fue absorbiendo los sonidos de tambores que en su casa
tocaba su padre como si estuviera en las selvas africanas y así su
cerebro fue asimilando las diferentes notas musicales, hasta que la música le
metió un gol a su formación como bachiller.
A Fabio
le decían <<El Abuelo>>, apodo que heredó de su padre, pues este
tenía una lonchería en un local enseguida del Almacén Olímpica, llamada
<<El Abuelo>>, y también heredó el oficio de baterista, ya que su
padre ejerció esta labor en la orquesta sevillana Danubio Azul, que estuvo
integrada por otras leyendas de la música, como Luis Castrillón <<Cuca>>;
Manuel Rodríguez; Jaime Rodríguez, uno de los mejores saxofonistas del mundo; José
Bernardo Vásquez, el <<Tuso>>, con la batería, quien tocó con la
orquesta de Tito Cortés, en el bar El Sinaí, en Cali y fue un rey sin corona en
los negocios de baile de la zona de
tolerancia sevillana; el <<Abuelo>>
hijo, también, fue baterista de esta agrupación, pero su padre no quería que
desempeñara esta labor hasta que terminara sus estudios santanderinos, pero
este muchacho estaba picado por el gusano musical, y se hizo solo, gracias a
una inteligencia descomunal. Entró a trabajar en la compañía multinacional Mobil,
y era muy bueno con la calculadora; el computador empezó a manejarlo sin ayuda
de nadie, y se mantenía muy al tanto del movimiento comercial de la empresa,
hasta el punto de que los asesores de ventas se le pegaban para chuparle como
una esponja todos sus conocimientos. No sabía manejar moto, y aprendió solo. Su
papa un día le dijo: <<Si usted hubiera estudiado, sería una
“pepa”. Yo creo que usted sería un científico de la Nasa, mire cómo se ha
defendido en la vida y vea cómo aprendió de bien la música, usted es un genio>>.
Fue catalogado como uno de los mejores bateristas
del Valle. Estuvo con la Gran Banda Caleña; con Los Hispanos; La Tropibomba; Los
Hermanos Martelo de Medellín y con Lucho Bermúdez y muchas estrellas más que
rutilaban en el firmamento de la música nacional.
Muy sardino,
con diecisiete años y una macolla de pelo
impresionante que adornaba su cabeza y con un peinado al estilo Elvis
Presley se voló de la casa para Bogotá, donde en esa época era la meca del rock
en español y tocó con los dos grupos de más renombre en Colombia, allí en ese
ambiente agitó su melena acompasando la música. Primero estuvo con los Ampex y
después con Los Speakers, que cantaron éxitos como <<La casa del sol
naciente>>, canción que hizo famosa el grupo inglés, The Animals, y
<<Satisfaction>>, que brilló en el mundo entero, gracias a los
Rolling Stones
Fabio cuenta que: <<Los Speakers, eran todos ricachones y
yo un pobretón, tenía las tres “efes”: feo, flaco y fifeputa>>. Con estos
últimos tocó la batería en las discotecas de Chapinero, que era como tocar en
las <<discoteques>> de la Quinta Avenida, en Manhattan.
Ellos antes de subir al escenario se metían
unos tacos de marihuana superestelares y le ofrecían a Fabio, pero él les
decía: <<Yo vengo de un pueblo y por allá no se
conoce esa vaina. Para mí la única adicción que tengo se llama “batería”>>
Lucho Bermúdez lo llevó a su grupo que era lo
máximo en Colombia en música tropical.
Ahí conoció a Matilde Díaz, que era hermosísima, una cantante
impresionante. Alcanzó a tocar la batería como dos veces, porque en sus
presentaciones como baterista le robaba el show a la cantante, lo cual no le
gustaba ni cinco centavos, y como ella era la que mandaba en la orquesta, era
la comandante, le dijo a Lucho Bermúdez que lo sacara del grupo y lo mandará al
espacio sideral para no encontrárselo jamás.
<<Mirá “Patojito”, usted es muy buen músico,
pero tenemos problemas acá, usted es menor de edad, lo mejor es que se vaya>>
<<Lloré esa noche y todavía sigo con lágrimas, porque abandonar una orquesta tan buena, con más de veinte músicos, es muy duro>> recuerda con nostalgia “El Pollito”, como le decían en esos tiempos lejanos.
Fabio se vino para Sevilla y se encontró con sus amigos los músicos The Blue Stars, y desde ese día estuvo con ellos y llevaron su música por caminos y poblados del Valle, Eje Cafetero y muchas otras regiones, brillando con la luz propia de las estrellas azules, hasta el día que la orquesta se desintegró, dejando sus notas engarzadas en el recuerdo de los sevillanos.