Los Vaqueros (Serie)
Texto de Gustavo Noreña Jiménez
En Sevilla, hubo muchos vaqueros que atendieron
las ganaderías de la región o montadores de bestias como Carlos Cano, que
era uno de los mejores enlazadores a caballo de la región, era un especialista
en el lanzamiento de la soga en forma de “chipa”; en una oportunidad un ganado
estaba entrando a unos corrales en la Hacienda La Guaira y cuando Carlos
todavía se encontraba en el potrero, el administrador de la hacienda le señaló
un novillo de color “bandero” y le dijo que lo enlazara, y Carlos con la
velocidad del rayo, con su soga vaquera organizó una “chipa”, la lanzó por encima de dos corrales y el rejo cayó exactamente sobre los
cachos, sin coger orejas y con orgullo gritó: “Cachito pelado”. Era muy cortés
con todo mundo, especialmente con las mujeres, alguna vez, una dama le
preguntó, ¿qué cómo era un buen beso? Y respondió así: “Un buen beso, sabe mejor bajo la sombra de un sombrero alón de un
vaquero”, pero la respuesta de la mujer lo sorprendió hasta los tuétanos: “Quizás ni te lo imaginas porque nunca nadie
te lo ha dicho anteriormente, pero eres mío, desde el sombrero hasta las
espuelas”; parece que desde ese día se hicieron marido y mujer. Más tarde con el correr de los días se hizo
un amansador famoso y, fue uno de los mejores, hasta el punto que un
esmeraldero se lo llevó para Pacho, Cundinamarca, donde fue el jefe de una
cuadra de caballos.
Abel y Grato Barrera, fueron ejemplo en estas
actividades. Javier Marulanda en su Revista Huellas del Pasado…pasos del
presente dice: “Abel, uno de los vaqueros
más viejos en la historia de Sevilla, pasó más de ciento cuarenta mil horas de
su vida sobre un caballo y pudo haber recorrido durante su larga existencia
cerca de quinientos cuarenta mil kilómetros, distancia y tiempo suficiente para
aplanarle las nalgas a cualquiera o convertir las posaderas en cemento”. Y
continua Marulanda en su relato: “Los dos
vaqueros crecieron en medio de monturas, rejos y amarres. Como el hato fue su
paisaje y el arreo de ganado su costumbre, cuentan que “cuando Grato esta
“verraco” brama como un toro y sólo vuelve a su estado natural lamiendo media
libra de sal y comiéndose dos manojos de pasto yaraguá. …Llegó a ser tanta la
fidelidad entre vaqueros y caballos que cuando Grato se emborrachaba, su
caballo también lo hacía y si de pronto el vaquero le gritaba un viva al
partido Liberal, el caballo aprobaba ese viva con un relincho y tres pedos que
le hicieron ganar fama de sectario. El caballo de Abel vivía de acuerdo con el
estado de ánimo del vaquero: si Abel cantaba, su caballo bailaba como los
caballos “pura sangre” de Tony Aguilar, pero si el vaquero iba triste, su
caballo no soltaba un solo relincho durante el trayecto”.
Abel en su casa de la Calle Miranda, tenía su
caballeriza, y cuando su señora le pedía que trajera el mercado, ensillaba su
bestia con la mejor silla y cabalgando con un trote suave, como el mejor jinete
que fue, se iba por el mandado, parecía un cowboy americano atravesando una
calle de Dodge City, en el estado de Kansas. Cuando necesitaba plata, se iba en
su caballo para el banco, se bajaba de la bestia, soltaba el “pisador” y lo
amarraba en un ventanal del banco y entraba al recinto calzando sus botas
“Corona”, compradas en el Almacén Valher de don Jesús Mejía, el ultimo
“cachaco” sevillano, se dirigía a la caja arrastrando sus lustrosas espuelas,
exhibiendo su poncho y su sombrero aguadeño, en el ambiente parecía sonar la
banda sonora de la película “El bueno, el
malo y el feo”. Era una escena típica del legendario Oeste Americano.
Alguna vez alguien le dijo que por qué andaba todavía en caballo cuando hacía
muchos años ya habían llegado al pueblo los taxis y carros willys:
“Compadezco a un hombre sin vaca, compadezco
a un hombre sin asno… pero un hombre sin caballo tendrá dificultad para
quedarse sobre la Tierra”, dicen que contestó. Y tenía razón; el caballo ha
conquistado el mundo; Atila, el Rey de los Hunos, llegó con su ejército hasta
Roma, montado en sus caballos y los conquistadores españoles no habrían
dominado a los indígenas de América si no hubieran traído sus corceles. En otra
oportunidad, unos aprendices de vaquería le preguntaron a Abel, si alguna vez,
un caballo lo había tumbado y él contestó: “Si
no te has caído de un caballo, entonces no has montado lo suficiente”.
Abel fue uno de los últimos vaqueros
legendarios, pues hoy los ganados flacos se transportan en camión hasta las haciendas,
y cuando están gordos los sacan a los mataderos para su sacrificio por este
mismo medio de transporte.
Cuentan algunas personas que dicen haber
escuchado el grito vaquero típico de Abel: “yipiie ah, ei; yipiie ah oh”, por los caminos de nuestra
geografía comarcana y que esto los estimula para seguir trabajando en sus
faenas con mayor ahínco, porque Abel fue
hombre incansable; otros cuentan que, con sólo imitar el grito de Abel
cuando están arreando sus ganados, estas se tranquilizan y se dejan manejar con
docilidad; algunas voces que vienen del más allá, cuentan que un día Dios en su hacienda del Cielo, observó que
jinetes como Hopalong Cassidy, Red Ryder, el Llanero Solitario, John Wayne y
Cisco kid, venían arreando sus ganados y, dijo: “Desde hoy, en mi hacienda, el Caporal, será Abel Barrera, pues es el
mejor vaquero del mundo y los cielos”
La nostalgia invade nuestra alma, son recuerdos que vagan en el cielo con la brisa, recordando el pasado para tener un futuro mejor. Antes teníamos utopías para mentes soñadoras, hoy las utopías son para realistas. Podemos decir como Cortázar, en Rayuela: “Se puede matar todo menos la nostalgia (…) la llevamos en el color de los ojos, en cada amor, en todo lo que profundamente atormenta y desata y engaña”.