Texto de Gustavo Noreña Jiménez
Los
protagonistas de esta historia son don Jaime Calle, Antonio Noreña y otros
personajes de Sevilla Valle de los años cincuenta.
Para
los que no lo saben don Jaime Calle fue un rico hacendado de la región y Toño
por muchos años, administrador de sus principales haciendas.
En los
años setenta y cinco, los cuatreros de la región enlazaban todo novillo flaco,
vaca vieja y cuanto animal se moviera de Galicia a Ceilán y de Chorreras al
Rhín.
Cuando
Toño administró la hacienda “El Vesubio”, una noche llegaron seis abigeos,
quienes después de dar carne envenenada a los perros, se robaron de los predios
ocho novillos gordos, dos vacas, cuatro terneros mamones y el toro Guáimaro.
Lo
primero que hizo Toño cuando se enteró del saqueo, fue informar de inmediato
con su paciencia de beato franciscano al propietario de las reses. Ese día
salió de prisa y se encontró con el viejo Calle en el café “Vesubio”, lugar
donde compartía tinto con otros ganaderos y una vez allí sin mayores vueltas
dijo a su patrón: “Don Jaime: Mérmele cuernos a su hacienda, porque desde hoy
le faltan treinta cachos a sus potreros”.
Cuentan
que Jaime al oír semejante noticia, pegó un grito tan agudo que se escuchó en
“Paila Arriba”, berrido que se fue por todo el potrero hasta llegar a Ceilán y
Galicia, donde la gente creyó que se avecinaba el fin del mundo.
Ese
día el hombre se puso como loco, pronunciaba palabras incoherentes, se le
practicaron los primeros auxilios, un cura estuvo próximo a aplicarles los
Santos Oleos y cuando se repuso del tremendo ataque, dijo en palabras
entrecortadas a su administrador: “Corra
para la iglesia, mijo y siga al pie de la letra mis instrucciones: arrime donde
San Antonio, el viejo, préndale treinta veladoras, diez de cuenta suya, diez de
cuenta del cura y diez de cuenta del sacristán para que nos quede “miti y miti”
el milagrito. Rece treinta credos, eso
sí de cuenta suya y pídale a todos los santos para que aparezca mi ganadito,
porque sí este no aparece, nos ponemos a aguantar hambre los dos”.
Toño
al escuchar aquellas palabras cargadas de misticismo, contestó a su patrón: “No don Jaime, aquí lo que hay que meter es
la nalga y dejar a San Antonio en paz antes de que nos coja la tarde”.
Pronunciadas
estas palabras, Toño y el guardaespaldas de don Jaime, amplio conocedor de toda
clase de armas y de igual destreza en el manejo del revólver, ya fuera con la
mano izquierda o la derecha al mejor estilo de Bat Masterson, el alguacil del
lejano oeste americano, tres vaqueros y un ordeñador salieron a la búsqueda del
ganado. Unos arrancaron para los
mataderos de Cali, Palmira, Cerrito, Buga y Tuluá, mientras los otros, se
dirigieron a la otra banda; cubrieron además la ruta de Río Paila a Cartago,
antes de que los rumiantes terminaran en el estómago de la “pajaramenta del
“Dovio”, o en el intestino de los negros cañeros del ingenio Río Paila.
Toño,
el guardaespaldas de don Jaime y el ordeñador arrancaron para Cali y, allí
después de examinar detenidamente doscientas reses en el matadero, ninguna
pertenecía a Calle. Sin perder el
entusiasmo los alguaciles criollos se trasladaron a la ciudad de Palmira,
llegando a ese lugar a las tres de la tarde de un día viernes cuando ya todo
estaba preparado para sacrificar el ganado que consumirían los palmireños al
día siguiente.
Estando
ya dentro de los corrales, el guardaespaldas de don Jaime, alcanzó a divisar
los ocho novillos gordos de la hacienda, mientras Antonio en otro corral
alcanzó a ver al toro cuando lo tenían en fila para ser víctima del hacha y los
puñales de sus verdugos.
―Esto puede ser peligroso. Nos enfrentamos a
una mafia―dijo Toño al guardaespaldas
―Tranquilo Antonio, mire que aquí tengo dos
revólveres Smith Wesson. Primero muerto yo que usted―Adelante que yo vigilo.
Toño,
al ver a su animal en tan difícil situación, corrió hasta el corral y desde
allí gritó con todas sus fuerzas:
“Guáimaro – Guáimaro… Toritooo”
Cuando el toro escuchó la voz de su amigo le
contestó con quejido angustioso:
Muuu
Toño - Muuu Toño… Muuu…
Al escuchar aquellos bramidos, los demás
animales de la hacienda se alborotaron y por todos los corrales se escuchó un
canto lastimero, desesperado, triste, mugido que ensombreció el día, cuando
todos los vacunos en coro llamaban a Toño para que los liberara de la muerte:
Muuu
Toñito – Muuu Toñito… Muuu…
Cuentan
que esa tarde, ganaderos, carniceros, matarifes y guachimanes salieron
despavoridos, porque jamás en su vida habían escuchado hablar a los animales,
fuga que permitió abrir las puertas de los corrales para que los quince
semovientes regresaran a los potreros del “Vesubio”, donde Toño los cuidaba con
el mismo esmero que cuidaba a la familia.