
Alguien que vivió y
conoció el socialismo soviético, no puede dejar de preguntarse qué ha hecho diferente
esta nueva época capitalista de su pasado socialista, cuando estas ciudades,
aunque igual de hermosas, lucían más sobrias, grises y monótonas.
Varias razones podrían
explicar estos cambios, señalo dos que considero relevantes.
En primer lugar, la
apertura de Rusia a occidente después de la disolución de la Unión Soviética,
permitió la entrada de capitales, arte, moda, estilos de vida occidentales, que
conllevo al florecimiento por doquier de cafés, restaurantes, boutiques,
hoteles de diferentes nacionalidades, en edificaciones históricas renovadas; hoy
estas metrópolis se ven más diversas, coloridas y multiculturales.
La Unión Soviética, fue
un país encerrado, preso en sus dogmas y prejuicios, ajeno a cualquier
influencia cultural de occidente, considerada por el régimen, burguesa y
decadente, contraria a los principios y valores socialistas. El único resquicio
por donde entraba la moda y la música de occidente, lo abrieron los estudiantes
extranjeros en los años 60, 70 y 80, quienes permitieron que se conocieran
agrupaciones como los Beatles, los Rolling Stones, Bonny M, Abba; que se
popularizaran los Blue Jeans y otras modas más.
Un segundo factor, no
menos importante, es que la belleza de estas ciudades está representada en sus
palacios, catedrales, iglesias que simbolizaban el poder zarista, el dominio y
la opresión del estado y la iglesia sobre el pueblo ruso, poder que destruyó la
revolución socialista de 1917
Esta riqueza
arquitectónica, este legado artístico y cultural se convirtió en instrumento de
educación del pueblo ruso en nuevos principios y valores materialistas, en la
formación del nuevo hombre socialista, por parte del naciente estado soviético.
Esta aseveración es especialmente cierta con relación a las catedrales e
iglesias, las cuales en su mayoría fueron convertidas en museos de la religión
y el ateísmo, escuelas, centros de arte, vaciándolos del espíritu religioso
para el cual fueron construidos. Un ejemplo de esto fue la conversión de la hermosa
catedral de Nuestra Señora de Kazán en San Petersburg, cuyas columnas e
imponente cúpula nos recuerdan el Vaticano, en uno de los museos más
representativo de la historia de la religión y el ateísmo en Rusia.
Si bien el nuevo estado
socialista reconocía el valor arquitectónico, histórico y cultural del legado
zarista, también es cierto que en nombre del nuevo dogma socialista soviético,
contrario a un socialismo realmente humanista, se cometieron numerosos
atropellos, se profanaron templos y objetos litúrgicos, desconociendo el
profundo sentimiento religioso del pueblo ruso. Tal vez la apoteosis de esta
cruzada antirreligiosa, haya sido la destrucción de la catedral de Cristo
Salvador en Moscú, la mayor catedral de la iglesia ortodoxa en Rusia, para
levantar en su lugar el palacio de los soviets, durante el gobierno de Stalin en
el año 1932, proyecto que nunca se pudo llevar a cabo por la llegada de la II
guerra mundial; al final se construyó una gigantesca piscina pública.
Esta catedral fue de
nuevo construida según los planos originales en el presente siglo y hoy luce de
nuevo imponente en el mismo lugar de la antigua, a orillas del rio Moskva, es
testigo de los nuevos vientos que soplan sobre Rusia, como la canonización en
el año 2000 del último Zar de Rusia Nicolás II. ¡Oh paradoja de la historia!
El patrimonio
arquitectónico y artístico de Moscú y San Petersburg sufrió gran deterioro
durante la II guerra mundial, especialmente en esta última ciudad, la cual fue
sitiada por el ejército fascista alemán durante 900 días. Joyas de la
arquitectura mundial de San Petersburg sufrieron grave daño, como el palacio de
verano de los zares rusos en el poblado de Petergof; el palacio de Catalina la
Grande en el poblado de Pushkin y la emblemática iglesia ortodoxa “El Salvador
sobre la Sangre Derramada”, cuya construcción en el más rancio estilo
arquitectónico ruso, a imagen y semejanza de la iglesia San Basilio de la Plaza
Roja de Moscú, contrasta con el sofisticado estilo renacentista y neoclásico de
esta urbe.
Después de esta cruel
guerra, la “Gran Guerra Patria” como la llama el pueblo ruso, vino un periodo
de reconstrucción de este patrimonio arquitectónico deteriorado y ultrajado,
incluso de las iglesias y Catedrales, lo que demuestra la valoración del significado
histórico y cultural de este legado artístico y de una política menos primaria
y dogmática del estado con relación a la iglesia, además del reconocimiento del
apoyo de la iglesia ortodoxa al pueblo y estado ruso, durante la II Guerra Mundial,
algo que no hizo el Vaticano.
Hoy en día las ciudades
de Moscú y San Petersburg se ven de nuevo esplendorosas, en esta última ciudad,
el palacio de Catalina La Grande, luce de nuevo la radiante “cámara de ámbar”,
saqueada y destruida por los nazis en la II Guerra Mundial; el museo Ermitage
con la mayor colección de arte del mundo, sigue ampliando sus salas de
exposición y las catedrales e iglesias ofician de nuevo sus liturgias.
Es pertinente señalar que,
si en la época soviética se profanaron los templos en nombre de la revolución,
hoy en día, esos mismos templos, en Moscú, San Petersburg, Praga o Budapest, se
profanan en nombre del mercado, de la generación de divisas para el estado; son
marginalmente lugares de culto, reflexión y recogimiento espiritual. Todo tiene
precio, entrar a las iglesias, subir al campanario, divisar la ciudad desde sus
áticos, incluso encomendar el alma a Dios.
Por último, es menester
señalar que estas emblemáticas ciudades rusas han sido durante siglos la mayor
vitrina de Rusia hacia occidente, desde la época zarista, pasando por el
periodo soviético, hasta el actual gobierno de Putin, la demostración del
poderío y la grandeza de los diferentes regímenes que se han sucedido.
La riqueza y opulencia
de estas metrópolis, especialmente en el régimen zarista, contrastaba con el
olvido y la marginalidad de las demás ciudades y aldeas rusas, que durante
siglos permanecieron olvidadas y marginadas. La revolución socialista y el
poder soviético trajo un desarrollo más justo, equilibrado y armónico de todas
las repúblicas y pueblos que conformaban la Unión Soviética, salieron de la
pobreza y el abandono en que históricamente estuvieron sumidos.
Santiago de Cali, Noviembre
de 2019.
Wilson Zapata Valencia.