Los amarres de Sevilla

9 de mayo de 20180 COMENTARIOS AQUÍ


Si hubo héroes, ellos fueron y no yo dijo Heraclio Uribe Uribe, el patriarca de Sevilla, Valle, para aclarar que no había sido él el fundador de este pueblo. Yacen en la tumba o en el olvido quienes verdaderamente empeñaron sus brazos en abatir la selva, remató. Pero fue en vano.

Es de don Heraclio el busto que hoy engalana el parque Uribe Uribe, y suyo el nombre en la placa de bronce que asegura que el 3 de mayo de 1903 él fundó este pueblo. La verdadera tarea de don Heraclio, un antioqueño de Fredonia, hermano del general Rafael Uribe pero convencido pacifista, fue hacer las mediciones para trazar la plaza principal y los lotes que en perfecta cuadrícula cortan esta suave meseta de la cordillera central. A media altura, con los Andes a sus espaldas y el fértil Valle a sus pies, descansa ese pueblo que primero bautizaron con el nombre de la ciudad norteamericana de San Luis, la de las orillas del río Missouri, pero que luego rebautizaron con el de la ciudad andaluza de Sevilla, en 1914. Sea como fuere, ya había un asentamiento de colonos anónimos aquí cuando trazaron los linderos de lo que hoy es la Plaza de La Concordia. La cultura caucana -o vallecaucana, la llamaríamos hoy- se interesaba entonces tan solo por los terrenos  llanos y las tierras cálidas. Lo demás es loma, siguen afirmando hoy. Se necesitó que llegaran las oleadas colonizadoras de campesinos antioqueños para poblar las montañas del norte del Valle. En esos primeros tiempos estas tierras pertenecían al distrito de Bugalagrande, y más tarde a Zarzal. Esos colonos de entonces llevaban una vida de miseria. La supervivencia era difícil en estas selvas, tanto que uno de los primeros curas señaló que había más cruces en el cementerio que habitantes en el pueblo. Pero llegó entonces el auge del café -ya en 1910 había una plantación con 6000 cafetos- y la historia nunca volvería a ser la misma. Gracias a ese cultivo los años 20 fueron años de gloria, si exceptuamos el hecho de que los godos del vecino poblado de Caicedonia optaron por independizarse y crearon su propio municipio. Fue ése un capítulo más en la historia de contradicciones que es la de Sevilla. Este es, después de todo, un municipio que combina no solo la cultura paisa con la valluna, sino el sectarismo político con la solidaridad ciudadana, la violencia con la música, o la influencia de librepensadores como don Heraclio con el más recalcitrante de los fervores religiosos. Como ejemplo de religiosidad está la hoy perdida tradición de rezar los mil jesuses cada 3 de mayo, fecha en que coincidía el aniversario de la fundación del pueblo con el día de la Santa Cruz. Todo sevillano de respeto imploraba.: Apártate de mí Satanás, que parte en mí no tendrás, porque el día de la Santa Cruz dije mil veces Jesús, Jesús, Jesús. Entre tanto había que llevar la cuenta con un rosario, para asegurarse de cumplir con la cuota milenaria de invocaciones. Y qué más muestra de solidaridad que las ferias del amarre. Para éstas, todos los ricos del pueblo donaban ganado, cuya venta servía para financiar obras sociales, desde la iglesia misma hasta el hospital local. Muchos querían resaltar en público su generosidad con novillos gordos o vacas paridas que eran amarrados en la Plaza de la Concordia en un poste que llevaba el nombre del benefactor. En los postes de los avarientos que entregaban animales viejos o enfermos el pueblo mismo se encargaba de amarrar gallinazos, a manera de escarmiento. Como en todo el norte del Valle, en Sevilla es también grande la lista de historias de violencia. Las hay recientes, con guerrilla, paramilitares, y narcotraficantes. Las hay, quizás más crudas, en los años de La Violencia, cuando estas tierras fueron fecundas en pájaros y en hechos de barbarie. La historia de los hermanos Granada, Marcos y Onésimo, conservador el primero y liberal el segundo, es emblemática. Heridos en hechos separados, con pocas semanas de diferencia, los dos hermanos vinieron a fallecer el mismo día. Vanidad de vanidades. Pero esta tierra de promesas tiene una riqueza musical que siempre ha ayudado a despejar las sombras grises del panorama. En Sevilla nació Pompilio Tocayo Ceballos, el autor del bambuco Rosalinda, una composición que hace parte del repertorio de todo trío de música andina. Y sevillano es también el autor de un pasodoble que evoca ese vínculo andaluz de esta tierra montañera del Valle. Cruel paradoja es que cayera asesinado cerca de la Plaza de la Concordia Hugo Toro Echeverri aquél que cantó: Son de guitarra embrujada, embriaguez de manzanilla, castañuela arrebatada, es mi tierra de Sevilla. Se necesitó que llegaran los campesinos antioqueños para poblar las montañas del Valle.

Por: Portafolio,  julio 05 de 2006 - 05:00 a.m.

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