Antes
y después de la conquista de los españoles, en estas tierras, en el paraje
denominado Palomino, hoy corregimiento de Sevilla Valle, se asentaba los indios
Burilas de la etnia de los Pijao, pueblo pacífico, dedicado más que todo a la
agricultura, fueron buenos alfareros, orfebres y artesanos, fue el
corregimiento de Palomino en Sevilla Valle, uno de los centros guaqueros más
importantes, si se quiere del país, en cada finca abrían un agujero, donde
venían a buscar todo tipo de alfarería y orfebrería, en ese entonces los
aborígenes de ese asentamiento designaron como cacique a un personaje muy rico
llamado Palomino. Dicen que el rey Palomino antes de morir ordeno a todos sus
súbditos que lo enterrarán con todas sus
joyas, riquezas y tesoros, en una gruta desconocida de esa comarca, a lo
cual los indios dispusieron para el acontecimiento doce mulas cargadas de
oro y emprendieron camino al lugar indicado, al que nunca han podido descubrir su sitio y
paradero, los más empedernidos y sabiondos guaqueros, y rebuscadores de oro,
quedando encantados por dicha historia y entierro.
Se
cuenta también que por aquel paraje, en altas horas de noche oscura, se han
visto a el rey Palomino marchando con sus doce relucientes mulas cargadas de oro,
y que los más atrevidos y de nervios de acero, han tratado de seguir a la
aparición, para dar con el escondite y hacerse a la gran riqueza del rey, pero
se les esfuma, los espanta y los confunde, desconociéndose hasta el día de hoy
donde enterró su gran tesoro el rey Palomino.
Me
contó Dámaso García, habitante del corregimiento de Palomino desde hace muchos
años, amigo y compañero que fue de labores, que una madrugada en compañía de
otro amigo llamado Álfaro Ramírez, salieron del caserío con sus mochilas,
vituallas y equipo para un día de pesca en el río Palomino, adentrándose por el
río, y de repente se le apareció un gran pez dorado, e inmediatamente lanzaron
sus anzuelos el río para la pesca del pez, y este avanzaba un tramo y se detenía,
ellos entusiasmados corrieron en pos del pez, y el pez avanzaba, no lo podían
alcanzar, ni pescar, ellos con más entusiasmo seguían detrás, hasta que a el
pez se le unieron una gran cantidad de peces todos dorados relucientes de oro,
los pescadores alucinados perdieron la noción del tiempo, corrieron y
corrieron, con el fin de alcanzarlos
hasta el otro día, atravesando quebradas y ríos hasta el límite con el departamento del Tolima, donde se percataron de su situación, y volvieron
en si aterrados. Los había embrujado el rey Palomino y su tesoro encantado.
Por | Arley Valencia Ortiz