Cuando el poeta antioqueño Jorge Robledo
Ortiz, autor de la letra del himno del Quindío, escribió “los tiples olvidaron
sus bambucos”, seguramente desconocía que por esa misma época, desde el
departamento del Nariño, iniciaba su ruta hacia la hoya del Quindío, Lizardo
Bastidas, quien al llegar a Sevilla, Valle, conoció a Ofelia Cuartas, con quien
contrajo matrimonio, contando después entre sus descendientes a Tobías, el hijo
que heredó de su padre la habilidad para fabricar los tradicionales
instrumentos de cuerda (tiples, guitarras y bandolas), así como el gusto por la
música y el talento como intérprete.
Posteriormente Tobías llegaría a Armenia, en
el Quindío, donde contrajo matrimonio con Melba Coronado, unión de la que
nacieron Natalia, intérprete vocal y fabricante de violines; Andrea,
especialista en arreglo de instrumentos y Vanessa, bailarina, las tres
herederas de esa vena y tradición musical.
Pero fue en el laboratorio de diseño de la
gobernación del Quindío de entonces donde el maestro Tobías Bastidas conoció y
admiró una inmensa variedad de artesanías elaboradas con guadua, experiencia
que despertó su interés en fabricar un instrumento con ese material que fuera
el resultado de investigaciones e innovaciones, habiendo sido esos los
antecedentes que llevaron a Tobías a la concepción del tiple de guadua.
Sin importar la marginación de la que haya
sido objeto, el tiple rescata y conserva su condición de símbolo nacional,
simultáneamente con el himno, la bandera, el escudo, la orquídea, la palma de
cera y el sombrero voltiao.
En el Quindío, territorio generoso en guadua,
elemento que en el transcurso de la historia ha prodigado sus bondades, tierra
donde proliferan excelentes escritores, músicos e intérpretes, en manos de
buenos y famosos instrumentistas, el tiple conservará su rango.
Con sangre de ñapanga, nombre que se la da a
las campesinas nariñenses e inspirado en el corazón de las chapoleras, como se
denomina a las recolectoras de café, el tiple de guadua llevará la sangre y el
corazón de estas dos figuras emblemáticas de la belleza y la sensibilidad
colombiana, inspiradoras de obras tan trascendentales como el bambuco nariñense
titulado La Guaneña, dedicado a la ñapanga Rosita Torres, cuya autoría es de
Neftalí Benavidez y su composición de Nicanor Díaz, canción que suscita un
júbilo regional semejante al que provoca el bambuco quindiano Hágame un tiple
maestro, de Bernardo Gutiérrez Hernández y Evelio Moncada Salazar.
Por, Uriel Salazar Ceballos
Fuente, La Crónica del Quindío
Fotos tomadas de redes sociales