En la leyenda del fútbol sevillano, hay dos
cosas que aún permanecen en la memoria de los aficionados. Uno de esos
recuerdos, es el gol que le marco “El Negro” Hincapié, a Pedro Zape, el arquero
del Deportivo Cali y la selección Colombia, y el otro es el gol que le hizo
Edgar Reina Peña, al arquero del Racing de Avellaneda, uno de los mejores
equipos argentinos de los años setenta.
El “Mono”
Reyna como se le conoció en Sevilla, es el único jugador de nuestro
patio que ha tenido renombre nacional como profesional del fútbol y además por
resonante añadidura a marcado un gol a un equipo extranjero en un certamen internacional
(Copa Libertadores de América). En el año de 1978, fue fichado por el América
de Cali, y en el encuentro de los “Diablos Rojos”, contra los argentinos, se fajó
un golazo que todavía recuerdan los hinchas de “La Mechita”. En aquella tarde
memorable, el puntero derecho mandó el balón al centro del área, Edgar lo paró
en el pecho y sin dejarlo caer, se elevó unos centímetros para marcar un gol de
chilena.
Ese día don Cicerón Reina, su padre, que también
fue futbolista, estaba viendo el partido por un televisor en blanco y negro,
marca Sanyo, recostado sobre la cama porque tenía una pierna enyesada, por
fractura de tibia y peroné. Cuando Edgar, su hijo, marcó el gol, se tiró de la
cama dejando a un lado las muletas, se asomó al balcón para celebrar la anotación
y cayó al andén al perder el equilibrio.
Todos los vecinos de la cuadra, estaban en la
ventana o parados en la puerta, después de la algarabía del profe y todos lo
vieron inerme en el pavimento. Hasta allí llegó don Vicente Muñoz, el de la
Farmacia La Cruz, para refregar su cuerpo con Agua Florida de Murray, también apareció
don Marco Bernal, el “mediquillo”, para darle a beber Emulsión de Scott. Hizo presencia
en el escenario Bernardo Giraldo, el papá de “Los Cumbambas”, para aplicarle
choques eléctricos y Gratiniano Barrera, para suministrarle tres “copetines” de
aguardiente que reanimaron al caído. Allí
montaba guardia Fonseca, desde que se enteró del accidente, pero esa tarde no
le pudo vender el estuche a la familia, porque Cicerón resucitó para la vida.
Después de transcurridos unos minutos, se
llamó al “Mompa”, para que lo trasladara al hospital San José. El “Mompa” no
llegó a tiempo, porque se encontraba comiendo “llinaga”, así llamaba el chofer
a la gallina. Abel Barrera, lo acomodó en la silla de su caballo vaquero y lo
trasladó al centro asistencial. Cuentan los que vieron el recorrido, que ese día
don Cicerón parecía don Quijote de la Mancha montado sobre su Rocín, como en
aquella aventura cuando el malandrin encantador lo molió a palos.
Así se vivió el fútbol en el pasado sevillano:
con pasión. Los hinchas celebraban una volada palo a palo de Chonto, otros la
tapada de un penalti de Cholo, y a don Cicerón le dio por tirarse de un balcón,
cuando Edgar, su hijo, marcó un gol para la historia.
Por| Javier Marulanda “Marulo”