Lisandro Duque: “Ahora hay más películas que discusión”

15 de marzo de 20150 COMENTARIOS AQUÍ

Ha dirigido, entre otras cintas: ‘El escarabajo’, ‘Visa USA’ y ‘Los actores del conflicto’.
El director de cine colombiano y actual director del Canal Capital espera presentar en breve su sexta película, ‘El soborno del cielo’. En la entrevista recuerda sus inicios y su amistad con García Márquez.

Lisandro Duque es hoy tan soñador como lo era en su adolescencia. A sus 71 años sigue pregonando esperanzas que estima posibles en una sociedad que, según él, cada vez discute menos sus problemas.

Es uno de los guionistas y directores de cine latinoamericanos más coherentes por su manera de narrar y por la construcción de atmósferas en la que los deseos humanos mueven la trama con originalidad. Hacer cine es para él un ejercicio de reflexión sobre la vida que siempre está dispuesto a contar.

Cuando Lisandro Duque tenía 11 años, llegó el primer televisor a su natal Sevilla, en el nororiente del departamento del Valle. Colombia estaba bajo la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla: «El televisor, se convirtió en un privilegio —me dice— por eso la gente, orgullosa, lo ponía en la sala. En mi casa no había de esos aparatos, eran cajas grandes con patas de mesa, por eso me tocaba ir a ver televisión a la casa del vecino rico. Era una televisión gris, espabilante, con punticos negros. ‘Lástima que la televisión no sea en colores’, repetía la presentadora Gloria Valencia de Castaño, y explicaba que el tigre tenía unas rayitas amarillas con negro, pero la verdad a mí el aparato no me sedujo», dice, estirando sus piernas y acercándose a un gran vaso de cerveza. Es lo primero que ha pedido a su arribo a Cartagena. Enciende un cigarrillo, y acaricia con sus dedos un encendedor transparente.

Sus referentes son más literarios que visuales. Asegura que eso les falta a los directores colombianos de hoy: «Ellos son hijos del cine y la televisión, no de la literatura. Por fortuna, hay algunos que tienen una muy buena versación literaria. Son jóvenes que el cine no los cogió a quemarropa, tenían un instrumental creativo fruto de sus lecturas».

Cuando tenía 17 años, ya había leído a autores como Oscar Wilde, Shakespeare, Balzac, Flaubert y otros. Algo que podría parecer una ostentación pero que para los años 50, 60, eran libros de obligada lectura y discusión. Al llegar a la mayoría de edad Lisandro tenía un bagaje de lecturas amplio. Piezas esenciales de la novelística europea del siglo XVIII y XIX, luego obras de autores latinoamericanos como Cortázar, Fuentes, Vargas Llosa y Gabriel García Márquez.

Resulta paradójico que Lisando no haya escogido la prosa como forma de expresión, sino los guiones, los que se piensan en escenas que luego se encarga de hacer realidad con una cámara. «Meterme al cine fue un atrevimiento —me cuenta—, un descaro producto de mi época, una apuesta rebelde que no me agarró muy fuera de base. Era muy ignorante en asuntos técnicos, porque no estudié cine, ni guiones, soy autodidacta, pero tenía herramientas para relatar. Eso me fue abriendo el camino, me hizo fluido para contar historias».

Al referirse a esa época en que entró a estudiar Antropología en la Universidad Nacional de Bogotá, reconoce que las discusiones sobre la estética, la narrativa y la importancia de que el artista estuviera cerca de los problemas sociales le ayudó a crear relatos cinematográficos marcados por el deseo de un hombre de conseguir un objetivo. Un hombre enfrentado a seres o dogmas que atentan contra sus esperanzas, siempre en un espacio rural, regido por códigos que él construye de manera dramática. Desde su primer largometraje, El escarabajo, de 1981, hasta Los actores del conflicto, de 2007, las similitudes afloran. En ambas, los protagonistas cometen un delito para conseguir sus metas. El escarabajo es un ciclista que hurta la taquilla de un cine para seguir con su anhelo de ser corredor profesional; y en Los actores del conflicto, un grupo de mimos se hacen pasar por guerrilleros que negocian con el Gobierno su entrega, a cambio de que los exilien en España. «A veces creo, y esto es un poco cliché —se excusa— que es cierto eso de que uno siempre hace la misma película con historias distintas. Siempre hay dos o tres amigos, se cambian los contextos pero las historias se parecen en sus elementos, pero también obedece a ese momento que vivimos o la manera como el creador vive la realidad».

El guión de Los actores del conflicto se escribió en 1999, época en que la presencia paramilitar transformó la “escena bélica” nacional y el “teatro de los acontecimientos”, puso a los “protagonistas” de la guerra a “representar” la historia que Lisandro concibió. Él se ríe, aspira su cigarrillo y enfría su risa con un sorbo de cerveza: «Todo eso ocurrió después de haber filmado la película, que fue la falsa desmovilización de un grupo de guerrilleros y paramilitares a cargo del comisionado de Paz Luis Carlos Restrepo. Tengo que decir que a mí me quedó mejor que la que organizó el comisionado en la vida real, el comisionado fue muy ‘chambón». Un guerrillero de boina, con un uniforme nuevecito, que se entregó supuestamente con 70 guerrilleros, que entregó un avión. Luego los falsos paramilitares del bloque Nutibara de Medellín, eso quedó mal hecho. No sé por qué no me pidieron asesoría para que todo hubiera quedado bien hecho, como un buen guión. Lamentable». Lisandro devela en su rostro otra de las características de su filmografía. Un humor rasgado por la ironía, que aflora en medio de la tragedia: «Y con un nivel de causticidad —agrega— que corroe. Se me dificulta mucho no hacer reír. El humor es una forma de mirar la vida en oblicuo, una mirada no tradicional, que se lo atribuyo a mi mamá. Era perversa en sus observaciones, aguda… siempre detectaba componentes que producían hilaridad».

El recuerdo de su madre lo serena un instante. Se recuesta al sofá. Vuelve a prender otro cigarrillo y culmina de un solo el resto de su primera cerveza.

Lisandro conoció a Gabriel García Márquez en 1986, luego de haber estrenado en el Festival de Cine de Cartagena su película Visa USA, que resultó ganadora ese año. Recuerda que Gabo la vio y luego le propuso que trabajaran juntos. Aquella relación que nació hace 29 años, Lisandro la define como una generosidad de la vida. «Agradezco el haber disfrutado de su solidaridad, su relajamiento, su tranquilidad, su bonhomía (que es una palabra que ya no se usa), su no imposición de su celebridad a un interlocutor anónimo que trabajaba con él. La confianza que sentí después de quince minutos, la primera vez que nos vimos, fue inmensa. De proponerme cualquier despropósito y responderle que no me gustaba, me resultó fluido».

«Cuando comenzamos a soltar ideas para la película Milagro en Roma, dijo que el hecho prodigioso, la incorruptibilidad del cuerpo de esa niña, después de 12 años de haber sido sepultada, hecho que precipitaba el drama debía mostrarse con mil gallinas cayendo del cielo. Recuerdo que por la cara que yo puse, me dijo: ‘Ya vi que no te gustó, sigamos adelante’. Entonces propuse que fuera un eclipse inesperado; las gallinas se suben a dormir a los árboles, ahí estaban sus gallinas, y me mira y pregunta: ‘Y cómo puede haber un eclipse inesperado si eso sale en el almanaque Bristol’. Le dije, por eso, porque no aparece». Fue cuando me dijo: ‘Me suena».

Este año, Lisandro Duque presentará su sexta película, titulada El soborno del cielo, que se encuentra en ajustes finales de posproducción. «Es sobre un pueblo de los años sesenta o setenta, que describe la relación de su feligresía con el párroco, que es un déspota, ahí nace el conflicto que deteriora la apacible vida de la comunidad».

Espera poder presentarla en mayo próximo, mientras tanto, se empeña en la dirección del Canal Capital, de Bogotá, cargo que asumió desde enero pasado. Su tono es ahora como el de un líder estudiantil que explica acalorado sus propuestas: «El Canal Capital es un hecho cultural, comunicacional, político, con una estética que no pretende ser mesiánica pero sí una nueva forma de mirar el país. De estar atentos a procesos que la televisión en Colombia lleva mucho tiempo silenciando, pasando de agache. Tendremos un programa que se llamará Sin alfombra roja, va sin pasarela. Otro que se llama La vida es cortometraje, que preguntará qué proponen los jóvenes que hace cine. Vamos a reflexionar en torno a la realidad con nuestros artistas. Creo que ese es el gran problema del cine colombiano. En los años 60 y 70 había más discusión que películas, ahora hay más películas que discusión, hay que volcarse a la historia, a la realidad que no pasa por la gran televisión y que nos hace un daño muy hondo».

Lisandro pide otra cerveza y saca por cuarta vez un cigarrillo de un paquete rojo con blanco. Acciona el encendedor y la flama vuelve a iluminar su rostro vivaz como el de un adolescente lleno de esperanzas.

Por: David Lara.  Periodista y abogado.
Docente de la Universidad de Cartagena.
Fuente: Revista Latitud (El Heraldo)
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