“Ramón Evelio Valencia Pineda, a sus órdenes”,
falleció en Sevilla a sus 78 años de edad.
Su deceso se produjo el pasado miércoles 8 de
octubre de 2014, antes de las 7 de la mañana en el asilo San Vicente de Paul.
Ese día la noticia era una sola, la muerte de uno
de los personajes de este pueblo, “Margarito”; el encargado de avisar a los
pueblerinos era su hermano Gonzalo, quien
sin probar bocado alguno, se dedicó a informar a todo el mundo, que recurría a su número de celular, para
verificar el rumor, “es verdad” les decía.
“Margarito” fue un hombre madrugador, ordenado y
pulcro, vestía camisa de color rojo, y sobre su pecho pendían imágenes del
caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán, asesinado en Bogotá el
9 de abril de 1948. Portaba una cruz,
una medallita de la Virgen María; además de estas imágenes religiosas, varias
condecoraciones locales, nacionales e internacionales que, según él, se las
enviaban del extranjero, porque él era el único hombre más importante de esta
comarca, y último gaitanista. No le faltaba el zurriago que era su principal
guardaespaldas, ni una bolsa donde cargaba todo el arsenal publicitario de su
ídolo Gaitán, entre ellos libros, recortes de los periódicos y fotos del
caudillo que le regalaban sus amigos más cercanos, patrocinadores de su locura
que lo hacían feliz y a nosotros también; recitaba versos y se inventaba
estrofas de tipo político. Para él todos los gobernantes de turno eran pésimos
administradores, estaba al tanto de cada gestión de los gobernantes y desde
una orilla de la estatua de Gaitán,
ubicada en la plaza de La Concordia, empezaba desde muy temprano en la
mañana su labor protagónica reuniendo a propios y extraños porque el discurso iba contra el alcalde, el concejo municipal y los
jueces; una vez terminado el discurso gritaba con su vozarrón ¡abajo toda esta recocha, y que se siga la
carga… yo no soy un hombre, soy un pueblo ¡viva, viva el único hombre, abajo,
abajo todos estos políticos tricolores…!
Nunca faltó a la única puerta de entrada y
salida del palacio municipal, para
saludar a la fiscal Beatriz Zuluaga, o a la Personera municipal
Melva Rangel, a quien saludaba de “linda” cuando se vestía de rojo y con la que se enojaba cuando se vestía de azul porque se veía,
según él, muy horrenda.
Ramón Evelio, se hizo querer de todo el mundo en
Sevilla, pues en su último adiós este
iconoclasta famoso contó con la fortuna,
como pocos personajes, que se le velara
en cámara ardiente por dos horas, en el honorable Concejo Municipal que preside
el concejal Gustavo Tabares Valencia, pues algunos lo llamaban “el
concejal numero 14” porque nunca faltaba
a la sesiones.
Ramón Evelio, además de ser secretario de don
Faustino Aldana, un inspector de policía,
fue un experto bailarín de fox y pasodobles en sus años mozos; allí en la
época es donde adquiere el
sobrenombre de “Margarito”, gracias a
una copera de nombre Margarita que le gustaba bailar con él en
el café La Rivera, ubicado en ese
entonces a la salida del matadero viejo, y era también el cuadradero de jeeps;
allí los choferes le decían a Margarita que “ahí viene su Margarito”. La
familia valencia Pineda fue la gestora
para que se construyera la cruz, en el barrio del Alto de la Cruz de esta
municipalidad.
En su trasegar por este mundo, “Margarito” fue
administrador de fincas; Josefina de Valencia se llamaba su señora madre, y José Ramón Valencia su
padre.
“Margarito” fue y será por siempre un personaje
inolvidable para Sevilla, pues con seguridad nadie podrá ocupar esa vacante en
la plaza de La Concordia; hoy Gaitán ha
quedado solo, sin su verdadero líder que
lo honró por siempre, aquel que nunca lo abandonó, que siempre le celebró
sus cumpleaños con flores y discursos.
En sus últimos días extrañó el café Vesubio que ya
no existe, “Margarito” entró en crisis, ese era el lugar donde veía las
noticias y se echaba la siesta sin
interrupción; sus últimos días de
exilio los vivió en la esquina de la
discoteca Moon Rose.
“Adiós Ramón
Evelio Valencia Pineda, te llamaremos por siempre “Margarito”… y gracias
por todo, por habernos salvado un poco
de esta cotidianidad, y de esta vida tan monótona y pasajera…”
Por: Álvaro Aguirre Castaño
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