Pasaron muchos
años para que por las calles y los alrededores de la plaza de “La Concordia”,
se volviera a pasear un cura con sotana. Y le toco la suerte al pueblo de
volverlo a ver a pocos años de comienzo del siglo equis, equis, palito, cuando
llego a Sevilla un prelado, que por su estatura y corpulencia parecía más un
guardaespaldas que un cura de parroquia. Y mire que las apariencias, a veces no
engañan, los que lo vimos paseándose por los alrededores de la Plaza y la
Alcaldía, lo primero que imaginamos, era que había llegado al pueblo, el
protector humano, asignado para uno de los ex concejales menos amenazados y más
protegidos del mundo, que por fortuna en Sevilla pululan. Y pululan es como
tres, que es una cantidad insoportable frente al inmenso costo que asumimos los
sevillanos, por una sinvergüencería politiquera.
El cura de
sotana negra, resulto ser tan inhumano, como negra es su sotana. Desde los
comienzos de su administración pastoral, al cura de marras le dio por utilizar
su timbre de bajo tono, para estigmatizar a un pueblo, sobrecogido por la
violencia y la escases de gobierno. Nunca antes se había visto tan abundante
migración pastoral. Las limosnas del San Luis, ahora comenzaban a fortalecer
las arcas de la de Puyana, la Galería, y hasta Las Margaritas y 3 Esquinas.
Quien lo creyera, el cura de la sotana negra, había logrado con su soberbia
inhumana, a través de sus críticas y actitudes poco “católicas”, dispersar el
rebaño, que el cura Lareu, dividió desde cuando se puso a favor de don Heraclio,
para la construcción de la carretera a “La Uribe”, con Cristalina incluida.
Y hasta que por
fin, el cura de marras, pelo el cobre y hace ya un tiempo le empezó a hacer
sentir su poder a los parientes de los difuntos más pobres del pueblo, advirtiéndoles,
que bajo su mandato episcopal, nadie se podía morir, sin tener la plata para
pagar la misa y el hueco o el lote, en los predios del cementerio que el
administra, en la villa Heracliana.
Válgame Dios,
que algún día, tenía que llegar el que enterrara a costa del pueblo, la obra de
misericordia corporal que más agrada a la Justicia Divina, la séptima: Textual…
“7. Enterrar a los muertos.
Sepultarlos no significa olvidarlos, por el contrario,
esta obra de misericordia corporal nos lleva a la obra de misericordia
espiritual que nos invita a rezar por los vivos y los muertos. Al enterrarlos
no debemos olvidar que es nuestro deber mantener sus sepulturas en buen estado,
pues en ellas se contienen los restos mortales de aquellos que fueron Templo
del Espíritu Santo”.
Pueden llorar,
brincar, lo que quieran, pero mientras se sigan gastando la plata del entierro,
en trago y rumba, no habrá en Sevilla, cura que los deje enterrar en su propio
Cementerio. Ni tampoco habrá misa, por lo menos en la Iglesia del Párroco
Parra. Que tampoco es de el.
¡QUE DESGRACIA!
Editorial.
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