MARCELINO

2 de agosto de 20120 COMENTARIOS AQUÍ

“El Bigotudo”, en la época  de la violencia bipartidista azotó a la comunidad liberal sevillana hasta casi convertirla  en una especie en vías de extinción. A muchos los eliminó  a plomazo limpio, a otros les metió un cuchillo  para matar ganado  entre las costillas y a varios los ahorcó con sus propias  manazas. Aquellos  que tuvieron suerte, recibieron cachetadas, fuetazos en el rabo y escupitajos en el rostro. Es decir, los cachiporros, vivían humillados en su tierra.

El Directorio Liberal, aculillado por tanto vejamen, quiso levantar la bandera de la dignidad  y en un acto por  defender la vida de sus  copartidarios,  comisionó a un propio, oriundo de San Antonio, quien había sido Senador de la República, para que buscara un pistolero que fuera bien rápido y certero con el revólver, y los defendiera de “El Bigotudo” y toda la caterva de sus conmilitones.

El Senador, se dirigió a los llanos orientales, donde la guerrilla liberal acaudillada por Guadalupe Salcedo Unda, estaba asestando golpes  contundentes al ejército, y allí en una maloca en las sabanas de Cabuyaro, el Comando Supremo de los Llanos, recomendó a   Marcelino Bautista como el  hombre que reunía  los requisitos enunciados por el emisario.
Marcelino, con una carta de recomendación del Senador se presento ante el Directorio Liberal Municipal, y después de  observar detenidamente al enviado del llano  pudo constatar que era un  joven muy distinguido: alto, atlético, blanco, ojos azules; usaba sombrero  alón color negro, marca Borsalino, gabán de color negro y zapatillas negras. Se engominaba el pelo, se pintaba las uñas y su cuerpo despedía el suave olor de una fina colonia. Además, no le falta un libro debajo del brazo y hablaba inglés.  Tenía la pinta de un intelectual existencialista Parisino.
El Directorio, después de una discusión, no contrató los servicios del enviado del llano.

―Pero, Senador, por Dios. ¿Qué fue lo que nos mandaste?  Ese tipo  no mata ni una mosca, parece un marica, leyendo pendejadas de Sartre ―dijo por teléfono el jefe del Directorio
―Jefe, no me diga eso. Yo les mandé el hombre más malo de los llanos. Ha pertenecido al grupo de espías de Dumar  Aljure; ha sido fusilero del comando de los Parra en Villanueva, Casanare; explosivista  del capitán Guadalupe; ha realizado varios asaltos a bancos en Argentina y en Michigan, EE.UU., mejor dicho, es  más  peligroso  que Ravachol, el jefe del terrorismo mundial.

Por fin fue enganchado al servicio de la causa liberal y mientras se le asignaban las tareas a cumplir, fue encaletado en la finca de Erasmo González, patriarca del pueblo a quien los pájaros le habían matado varios hijos y hermanos, por lo cual mantenía una sed de venganza.

Cuando llegó el día señalado, un informante llevó a Marcelino a La Plaza de La Concordia y le señaló al “Bigotudo”.
―Listo  hermano. Ya me voy a “quebrar” ese  “pájaro”.
―No, todavía no. Hay mucha gente, además de  varios policías.
―No señor. Cuando salgo de la cueva es a trabajar. Ya es la hora señalada con la muerte

Y sin decir ni una palabra, Marcelino  le clavó tres tiros en la mitad del bigote, y cuando el cuerpo se estiró en el pavimento, le colocó la  funda de un machete en el pecho y le dijo: “Para que le de fuete al diablo que también es cachiporro”. La muchedumbre  y los agentes de policía corrían despavoridos. La plaza quedó desierta. “A la gente no le gusta mirar la muerte de cerca, porque paraliza la acción”,  masculló Marcelino.

Marcelino, con la seguridad de sentirse solo, enrumbó sus pasos hasta el café Monte Blanco, donde había quedado de encontrarse con el soplón, y allí lo invitó a jugar un chico de billar
―Vámonos Marcelino, antes de que venga la policía
―No me hable en la tacada que me desconcentra.                                                     
¡Qué nervios de acero, tenía el bandido!
Luego se fue a descansar en la finca de su protector
―Oiga, mijo. Usted porqué no se va para Medellín y mata al asesino de mi hijo ―dijo, Erasmo.
― ¿Y dónde lo encuentro?―
―Pues, en Medellín. He recibido informes de que vive allí. Como usted es zapatero de profesión, instale una zapatería en Guayaquil, para que realice inteligencia y lo ubique.
A los tres meses, Marcelino, llamo a su patrón para informarle el resultado de sus gestiones.
―Don Erasmo, ni señas del objetivo. Yo me voy para Sevilla.
―Ni por el “putas” se vaya a venir. Siga buscando. Yo le aumento los viáticos.
―Patrón, deje la venganza que eso no es nada bueno. Eso envenena el alma.
―Vea, mijo. Siga adelante, que las deudas de sangre se pagan con más sangre.

Como a los cinco meses, Marcelino  conoció un café en la zona de Guayaco y se interesó en el sitio, porque tenía una buena colección de tangos y milongas, por lo cual se hizo asiduo visitante y trabó gran amistad con el dueño,  hasta que entre charla  y charla se enteró  que  era de Sevilla y venía huyendo de miedo  a una retaliación de  Don Erasmo González.
“Bingo, este es el hombre que yo ando buscando”, ―pensó Marcelino.
―Pues, me temo que la venganza está próxima a  cumplirse.
― ¿Usted  qué sabe del asunto? ―preguntó  el  cantinero
―No señor, no se nada.  Y levantando un trago doble de aguardiente, le dijo: ¡Brindo por su salud! Hasta mañana…si es que la hay.
Al día siguiente, Marcelino, se presento al bar del sevillano y este ya tenía un camión con la mayoría de las mesas y demás utensilios listos para viajar.
― ¿Y para dónde viaja tan afanado paisano?
―Para Sevilla ―dijo  con un miedo tan grande como un estadio.
―Deme un trago doble ―dijo Marcelino

El cantinero, sacando fuerzas de donde no las tenía, fue por el aguardiente y lo depositó en la mesa. Marcelino, tomó la copa con la mano izquierda y con la derecha le disparó la carga  completa de su  revólver Colt 38 niquelado,  en la mitad de la frente
― ¡Brindo por su salud! Y cuando el hombre se desplomó  al piso como un fardo, le dijo: “Por favor, me le da saludes al Diablo, porque usted va derechito para el infierno”

Después, otros patrones le encomendaron dar de baja al Cóndor, quien vivía en  Pereira y ejercía como carnicero en la galería, custodiado por varios compañeros matarifes. Hasta allí llegó Marcelino y disparó un solo tiro que le entró por una sien y salió  por la otra. “Usted no es ningún Cóndor, usted  es un miserable gallinazo”, dijo Marcelino. Los matarifes con sus revólveres y cuchillos, corrieron en busca de la calle.” El miedo es muy cobarde”, pensó Marcelino

Y muchos años más tarde, los jefes liberales del llano, lo llamaron para que ajusticiara a un gran jefe conservador de Villavicencio. Una mañana, cuando el sol anunciaba su visita, Marcelino, asesino al jefe godo en La Plazuela de los Centauros, y se fue a dormir donde su amada llanera. Allí,  lo fue a buscar la policía, después de indagar que la única persona extraña  en el pueblo en la última semana era un zapatero, por lo cual  se hacía como el sospechoso número uno, pero, Marcelino, respondió  fuego con dos revólveres en las manos, y huyendo en calzoncillos  por un muro, antes de alcanzar un potrero, un policía le disparó un tiro que le entró por el entrecejo .Marcelino, le había cumplido una cita a la muerte, porque él nunca le tuvo miedo.

“EL QUE A HIERRO MATA, A HIERRO MUERE”

Ilustración y texto  Gustavo Noreña Jiménez

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