Alrededor de la luz comienza el vuelo de la mariposa nocturna; en sus giros, utiliza más el ala contraria a la fuente lumínica, hasta su colapso. Vuela desde el fondo de la noche oscura, quedando atrapada por la luz. Uno supone que estos habitantes de la noche, hundidos en la oscuridad, y tal vez acosados por sus predadores, busquen ventanas que los regresen a la claridad del día.
Luciérnagas y cocuyos brillan en la noche con luz propia; su luz intermitente les permite mantener un código secreto entre individuos de la misma especie; aunque muchos enemigos se las ingenian para descifrarlo y tender celadas mediante idénticas señales. Pero el verdadero despliegue de organismos que emiten luz lo encontramos en el mar. Esta característica es también frecuente en muchas bacterias y hongos.
La luz es una precondición para la actividad nocturna de la especie humana. Hemos avanzado en la obtención de estas fuentes, pero también hemos interferido con otras especies, que resultan malogradas con estas conquistas; casos concretos: La casi extinción de los insectos de áreas periféricas urbanas debido a las lámparas de vapor de mercurio que se usan para iluminar calles, parques y autopistas; al igual que las plantas, afectadas en sus foto-períodos por la contaminación lumínica nocturna. Imitando a algunos invertebrados luminiscentes, hemos acomodado luces a los vehículos para poder desplazarnos durante la noche. Si lo que hacemos es ir sobre nuestros pies, en un recorrido de grandes distancias, no podrá faltar un foco de luz: linterna, lámpara, vela, etc.; o tal vez ir bajo la luz de la luna.
Las grandes ciudades se han convertido en sitios hostiles para todos los seres vivos. Copamos las veinticuatro horas en una actividad frenética. En ellas vivimos sitiados por el más grande despliegue arquitectónico y tecnológico de los últimos tiempos: rascacielos, avenidas, aeropuertos, automóviles, etc. Si es de día, las interminables filas de vehículos, cuyas bocinas y motores, ensordecen con sus altísimos decibeles; saturando además la ciudad con sus emanaciones contaminantes de CO2 que van a la atmósfera, aumentando así el ya irreversible Calentamiento Global. Durante la noche agregamos la contaminación lumínica, creando un verdadero caos.
La contaminación lumínica, no solo altera el ritmo biológico de nuestros niños, sino también el del resto de animales. Los pájaros cantores siguen con su actividad mucho tiempo después de ponerse el sol. Los pollos de engorde se llenan de grasa, toxinas y estrés, al no poder dormir, automatizados por los dueños de avícolas, que esperan una altísima rentabilidad bajo la luz de las bombillas.
Muchos estudiosos atribuyen la desorientación de aves, tortugas, ranas, etc., a la intervención del hombre en sus hábitats; por ejemplo: las aves marinas. Muchas son atraídas por las llamas de gas de las plataformas petrolíferas; las aves terminan volando en círculos alrededor de la llama hasta morir. Las tortugas que después de desovar en las playas vuelven al mar, teniendo como referente el horizonte marino, mueren desorientadas por la iluminación artificial de puertos y ciudades costaneras. En calles y avenidas de las grandes ciudades, con las primeras luces del alba, se pueden ver cantidades de aves destrozadas por el paso de los vehículos. Estas habían volado alrededor de edificios iluminados, sin descanso alguno, hasta chocar contra estos y terminar en el pavimento.
Estrellas y luna, fuentes luminosas que orientaban los vuelos nocturnos de las aves migratorias, desaparecen tras densos mantos de contaminación atmosférica y lumínica de grandes ciudades. Estos asentamientos humanos solo sirven de guía a los pilotos de vuelos comerciales que atraviesan los cielos nocturnos de la Tierra.
El vuelo del insecto en torno a la llama de la vela, es en pequeño el equivalente al ritual que hacemos todos los seres vivos, montados en los lomos del planeta, en el eterno vuelo alrededor del SOL, escapando de los abismos de la noche cósmica.
Sevilla V. Mayo 2 de 2012
Jacinto Lara