El acuarelista que siente vibrar el agua
Por JOSE MIGUEL ALZATE
Desde una puerta de rejas azules se observa el
interior de una vivienda que a simple vista no tiene ningún atractivo. Lo que
desde allí se aprecia es un patio amplio donde dos perras, Lola y Lupe, ladran
cuando alguien toca. Un portón azul y una pequeña ventana, al fondo, no hacen
pensar en la belleza de lo que hay en su interior. Sin embargo, la pared a mano
derecha, blanca, adornada de cuadros, presagia un santuario del arte. Allí se
llega por una calle adoquinada. En el portal de ingreso una placa indica que
estamos en La Arcadia. Es el lugar donde un pintor que siente en su alma el
sonido del agua escucha el canto de los pájaros que llegan a calmar su sed en
los bebederos que les tiene a la sombra de un pino majestuoso.
Es la casa del maestro Jesús Franco Ospina, el
acuarelista que llegó a Manizales por allá en el año 1947, después de terminar
estudios de bachillerato en el Colegio General Santander de Sevilla, con el deseo de estudiar en Bellas
Artes. Para lograrlo, le dijo a su papá que quería ser pintor. Don Pablo, un
manizaleño que llegó a esa población del Valle de Cauca en los años veinte, le
preguntó a un amigo qué futuro podía tener un pintor. Como este le contestó que
ninguno, le dijo al muchacho que ya frisaba los diecisiete años que dedicándose
al arte se moriría pobre. El tipógrafo, que eso era el papá, le recomendó
entonces que estudiara otra cosa. Sin embargo, el hijo fue rotundo en la
respuesta: “Voy a ser un pintor de éxito”, le dijo.
En el patio que queda a la entrada de su
vivienda el maestro organiza exposiciones de su obra. Cuando las abre, muchos
seguidores lo visitan para apreciar sus cuadros.
Llegar a Manizales fue para el joven que había
sido acólito en la iglesia de Sevilla como hacer un viaje de Bogotá a París.
“En mi pueblo uno oía hablar de Manizales como si fuera un centro de cultura”,
dice mientras recuerda cómo llegó a la capital de Caldas. “Mi mamá me empacó la
ropa en una caja de cartón, y me despachó en un jeep hasta La Uribe para que
tomara el tren que iba para Manizales”, dice. Cuando se le pregunta por qué
decidió dedicarse a la pintura contesta que quería seguir los pasos de Simeón
Granada, César Sánchez y Hernán Merino, sus paisanos. Granada fue un
caricaturista que recibió elogios de Ricardo Rendón, y Sánchez trabajó en
México con Diego Rivera y David Siqueiros.
Llegó a la casa de una tía que vivía por los
lados del barrio San José. Como traía en su equipaje el sueño de convertirse en
un pintor de éxito, lo primero que hizo fue conectarse con el medio artístico.
Para entonces en Manizales sonaban los escritores que hacían parte de la
escuela grecolatina. Oía hablar de Silvio Villegas, de Gilberto Alzate Avendaño
y de Fernando Londoño Londoño como escritores doblados de políticos, dueños de
una gran capacidad oratoria. Y con esa avidez que traía por descubrir los
valores intelectuales del departamento, empezó a leerlos. Como sabía que nueve
años antes de establecerse en Manizales se había suicidado Bernardo Arias
Trujillo, se leyó Risaralda con el ánimo de conocer al escritor de quien tanto
había oído hablar.
De Sevilla traía nociones sobre arte. Sobre
todo porque desde niño seguía con interés lo que ocurría en el mundo de la
plástica. Leía la prensa para enterarse de quiénes pintaban en el Colombia, e
investigaba sobre sus técnicas. Como después de llegar de París, a donde viajó
becado por el departamento para adelantar estudios artísticos, el profesor
Gonzalo Quintero había hecho realidad su sueño de establecer en Manizales la
Escuela de Bellas Artes, que fue el antecedente para la creación de la
Universidad de Caldas, aprovechó para inscribirse. Con tan buena suerte que,
mientras estudiaba, por su rendimiento académico el arquitecto Hernando
Carvajal, que enseñaba a hacer planos, lo nombra como su auxiliar.
Lo que nunca se imaginó el maestro Jesús Franco
Ospina fue que terminaría como profesor titular de la Universidad de Caldas. El
ofrecimiento se lo hicieron después de que, una vez egresado de Bellas Artes,
trabajara como dibujante de arquitectura en la firma de Robert Vélez y Agustín
Villegas, y como dibujante textil en Tejidos Única. Ingresó como profesor de
dibujo arquitectónico. Luego pasó a diseño visual. Fue por esos tiempos que se
vinculó a La Patria como caricaturista. En sus archivos conserva los originales
de las caricaturas que hizo durante esos años. Ahí están, auténticos, con sus
rasgos físicos, los líderes políticos de la época: Alberto Lleras Camargo,
Laureano Gómez, Gustavo Rojas Pinilla y Mariano Ospina Pérez.
Aunque tenía firme su vocación por la pintura,
empezó haciendo figuras en cera. Y rodó con suerte. Tanto, que terminó haciendo
una gira nacional exponiendo sus trabajos. Fue un museo de cera que le permitió
mejorar sus ingresos. De este tiempo recuerda la vez en que lo abrió en el
sótano de la Avenida Jiménez de Bogotá. En un aguacero de esos fuertes que
acostumbraban caer en la Capital de la República el Río San Francisco, que pasaba
por debajo, se rebozó e inundó el sitio donde exponía. Los rostros de los
personajes eran tan perfectos, que la gente se sorprendió al ver flotando en el
agua las cabezas de Fidel Castro, de López Pumarejo, de Kennedy y de Gaitán.
Ha hecho acuarelas sobre todos los municipios
del Eje Cafetero y el Norte del Valle. Esta sobre Sevilla, el pueblo, donde
nació, la regaló a la Casa de la Cultura de esa población.
Jesús Franco Ospina cuenta esta anécdota. Vivía
en el barrio Chipre. Estaba haciendo las figuras en cera. Decidió entonces
probar si producían efecto. Organizó en la sala una cámara mortuoria con Jorge
Eliécer Gaitán. Cuando terminó de hacer el rostro, lo puso allí. Lo cubrió con una sábana blanca y organizó el
cuerpo con almohadas. Hizo unas manos para ponerlas, afuera, sobre el cuerpo, y
le puso cuatro lirios alrededor. Invitó a varios vecinos para que lo vieran. En
ese momento tocó a la puerta un indigente pidiendo limosna. Mostrándole el
velorio, el pintor le dijo: “Como estaré de mal que no he podido comprar el
ataúd para enterrar a mi tío”. El hombre le pidió que lo dejara entrar. Al
salir, le entregó lo que había recogido. “Vea señor yo le ayudo para que compre
el ataúd”, le dijo.
En el Municipio de Honda le pasó lo siguiente:
organizó el museo de cera en el segundo piso de una casa en la plaza principal.
Para atraer visitantes, en el balcón puso la efigie de Fidel Castro y, debajo,
la bandera de Cuba. Lo hizo porque hacía poco había ocurrido la invasión a
Bahía Cochinos. Pensó que, por esta razón, la entrada iba a ser buena. Pero fue
lo contrario. Nadie quería entrar. La figura de Castro despertaba sentimientos
encontrados en la gente. Un hombre que llegó de La Dorada sacó el revólver y
disparó contra la imagen. El acuarelista no tuvo otra alternativa que quitar su
figura y poner la de López Pumarejo. La reacción fue inmediata. El local se
llenó de gente. Todo porque el líder liberal nació allí.
El ambiente de La Arcadia es campesino. Parece
una finca en pleno corazón de la Francia. Todo porque, al entrar a la vivienda,
se descubre un balcón inmenso que permite observar un paisaje verde, que parece
confundirse a lo lejos con el azul del cielo. Abajo hay un pequeño patio
sembrado de flores, con urapanes, yarumos, arrayanes, árboles que semejan un
pequeño bosque. Debajo de estos, tres bebederos para pájaros. Allí llegan, en
cantidades, mirlas, azulejos, turpiales y barranquillos, que con sus trinos
llenan la estancia de música. La casa es también una sala de exposición de
pintura. Todos los rincones están llenos de cuadros. En cada pared hay una
acuarela, un óleo sobre lienzo, una figura en carboncillo. La Alegría del color
llena los espacios.
Jesús Franco Ospina ha expuesto sus cuadros en
ciudades como Buenos Aires, La Habana, Quito y Caracas. En Colombia los ha
exhibido en el Salón de Artistas Nacionales, en el Club de Ejecutivos de
Ibagué, en la Biblioteca Centenario de Cali, en la Fundación Gilberto Alzate
Avendaño, en la sala de La Nacional de Seguros y en el Teatro Los Fundadores.
En 1982 obtuvo el Premio “Eladio Vélez” al Primer puesto en paisaje durante el
II Salón de Acuarela celebrado en Medellín. La revista Cromos dijo que mirar
sus cuadros es “oír el rumor del arroyo al pasar por entre las rocas, lo mismo
que el murmullo del viento al levantar las ramas de los árboles”. Es que en sus
acuarelas el agua tiene una presencia nítida, es un canto a la naturaleza, es
una evocación del paisaje.
El cronista le pregunta por qué el agua es una
constante en su pintura. Y este pintor que trabaja los elementos de la
naturaleza con una magia que impresiona contesta que es porque quiere sembrar
en el corazón del hombre un sentimiento de gratitud hacia lo que lo rodea. A El
Tiempo le dijo en 1996: “El hombre está destruyendo tan rápidamente la
naturaleza que hacia el futuro tendremos la opción de observar el testimonio de
los pintores para apreciar nostálgicamente el bosque que desapareció bajo el
hacha destructora, la especie faunística que se extinguió en manos de los
cazadores y el río que muere por la acción depredadora del hombre”. Este es el
motivo por el cual en su trabajo no muestra la figura del hombre, sino que deja
que él sea el espectador.
Jesús Franco Ospina explica con claridad cuál
fue el origen de la acuarela. Dice que antes de que existieran las cámaras
fotográficas, para dejar un testimonio de que habían estado en algún lugar, los
reyes se hacían acompañar de acuarelistas. Ellos pintaban en cartulina los
paisajes, destacando las construcciones, las plazas, la naturaleza. Para
demostrar que esto era así, el pintor saca de su nutrida biblioteca un hermoso
libro donde se recogen las acuarelas de Eduard Mark, un pintor que fue agregado
cultural de la embajada de Inglaterra en Colombia, que recorrió el país
pintando las regiones colombianas para llevar a su tierra la imagen de su
naturaleza exuberante. Que fue lo mismo que hizo el propio Jesús Franco Ospina
cuando recorrió todos los municipios del Eje Cafetero para pintar su paisaje. Caldas
ya publicó un libro con estas pinturas. Pronto lo harán Risaralda y Quindío.